lunes, abril 25, 2005

¿No que muy machos?

Una táctica frecuente entre quienes se dedican a «pensar la mexicanidad» es, sin duda, la tenaz exploración de la vida cotidiana. Desde las trincheras de una estética tipo Rivera/Kahlo, hasta las divagaciones éti(li)cas de Ramos, Paz o Tin Tan, la pretensión de descubrir aquello que nos aglutinaría como pueblo ha sido condensada en una nostálgica evocación de lo pintoresco. ¿Ha fracasado este proyecto? ¿Acaso experimenta lo mismo una indígena oaxaqueña y un empresario regiomontano cuando refieren a aquello que significa ser mexicano o mexicana? Quién sabe. Lo que es cierto es que uno de los resultados más visibles de esta búsqueda de lo auténtico radica en la perpetuación de una serie de visiones estereotipadas que tienden a esclerotizar la diversidad de nuestros modos de ser. Así, no sorprende que se hayan enraizado en el imaginario colectivo elementos tales como la virgen de Guadalupe, el tequila, o el albur en tanto referentes identitarios, superando en popularidad, tal vez, al nacionalismo de bandera tricolor y al heroísmo de efeméride y monumento.

En este sentido, la relación que se establece entre lo masculino y lo femenino no ha quedado exenta de este proceso. Al conectar analíticamente las relaciones de género con la exploración de la mexicanidad se establecen varios marcajes. El primero y quizá el más evidente de ellos se observa en el lenguaje. Más allá de las reglas gramaticales [que quizá también sirvan para poner de relieve la hegemonía del Hombre], resulta cuando menos curioso que para (d)escribir «el ámbito que pertenece a la mujer» sea necesario acudir, pues, al género masculino [decimos «el campo de lo femenino» y no «la campa de la femenina»]. Ello coloca, de entrada, a las relaciones de género en una clara posición favorable al hombre. Si se invierte el signo de lo anterior se pone de relieve otro de estos marcajes: la sanción negativa que se le otorga a la homosexualidad abierta. Estos aspectos constituyen, sin duda, una arista que, aún cuando ha sido muy explorada, todavía tiene mucho qué ofrecer.

Ahora bien, siguiendo con esta idea puede decirse que los vínculos que se tienden de lo masculino a lo femenino se condensan en dos figuras que simbolizan nuestra particular mixtura de lo dionisiaco con lo apolíneo: el Macho y el Caballero. Los apóstoles de la mexicanidad han encontrado en estas figuras una fuente inagotable para sus disertaciones. Así, entre la caballerosidad churrigueresca del tipo lanchero acapulqueño, y un machismo neandertal de “pégame pero no me dejes”, buena parte de los mexicanos y las mexicanas van tejiendo sus relaciones en el mundo de la vida cotidiana. Ejemplos hay por miles. Mientras que el macho es capaz de mandar en camión a su mujer, o a pie si es preciso, por la ropa ajena que tiene qué lavar; el caballero le abre la puerta del auto a su dama para llevarla a cenar. Mientras que el macho le grita a la mujer desde la sala, entre el ruido de las luchas en la tele, el destape de las cervezas y los eructos: «sírveme los frijoles, pendeja»; el caballero invita a su dama a cenar al carrito de hot dogs, y además no se agüita si su aquellita no come cebolla. Mientras que el macho se levanta los domingos al mediodía para curarse la cruda; el caballero ya tiene listo el desayuno a las ocho de la mañana, y se lo lleva a la cama a su dama. Mientras el macho [coloque aquí usted su práctica preferida], el caballero [idem]. Así ad nauseaum.

Visto así, parece que el asunto no tiene mayores dobleces. Las actuaciones del macho se sancionan de manera negativa en sociedad porque humillan a la mujer, la colocan en una situación inferior con respecto al hombre. Preguntarse qué ocurre de puertas para adentro, en la especificidad de cada hogar abriría, creo, una línea de investigación que ya la quisiera la PGR. El caballero actuaría, por antonomasia, bien [“¡Ah, qué buen muchacho: todo un caballero!”, dicen las suegras cuando el yerno les lleva flores a las hijas]. Nadie dudaría que la caballerosidad y el machismo son, de este modo, dos nociones antagónicas. Pero, recordemos que los extremos siempre terminan tocándose en algún punto. Más allá del simplismo facilista que señala que hay machos caballerosos y caballeros bastante machos, si uno hace una lectura ideológica del tema puede encontrar otras aristas más profundas. Así, tal vez lo que parezca una conducta adecuada y razonable (la del caballero) sólo esté perpetuando de manera legitimada el papel subordinado de la mujer. ¿Acaso abrirle la puerta del coche a la dama no implica asumir cierta incapacidad de su parte? ¿Es que no resulta humillante para las mujeres que de entrada sea calificada positivamente una forma de actuar que las considera como entes menores que necesitan de cuidados especiales? ¿Es que verdaderamente la caballerosidad no es el rasgo más marcado de la discriminación de género? Recordemos que el macho desde un comienzo expone su evidente misoginia. Pero en esta misma medida ¿acaso la caballerosidad no ejerce una terrible labor de ocultamiento [conciente e inconsciente] del modo en el que verdaderamente ocurren las relaciones de género desiguales? De ser así, esta labor de enmascaramiento es tal que la desigualdad promovida por la caballerosidad es socialmente aceptada. Al argumentar lo anterior no quiero decir que el macho sea mejor que el caballero. Más bien, mi intención radica en señalar que ambos son igualmente peligrosos, y que la distancia que los separa es mínima. Nada más. Quisiera abundar sobre ello, pero la verdad es que Laclau está por llegar de su oficina y tengo que preparar la comida, barrer y trapera la casa. A ver si me alcanza el tiempo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja, ja, ja... me encantó el remate ;)

Joan War dijo...

jajajaj ta chido!

Anónimo dijo...

Así que asté No es macho :)
Ta gueno, eso. Ta gueno.

luanna dijo...

jajaja, no manches, excelente final... pero volviendo al punto donde se toca el machismo con la caballerosidad, totalmente de acuerdo con usté... creo que en el fondo (a lo mejor hablando sólo a título personal) las mujeres seguimos queriendo ser consideradas distintas, no menos aptas o inferiores, simplemente deseamos ser cuidadas, chiqueadas, mimadas, protegidas...
y la mera verdá, si me dan a escoger, y ya que sólo hay de dos sopas, que ma manden a mi macho para acá, jojojo

enigmas PRESS / Gandica dijo...

Hola he llegado a este blog de mutaciones bruscas vía Nohemí. Bien. Me he quedado con la duda de "las divagaciones etílicas de Ramos, Paz y tintan..."
Es un autor mexicano Ramos Paz? O son dos autores diferentes... me gustaría conocer más de esas divagaciones etílicas... suena bien a las primeras de cambio.
- Un cordial saludo -

Imaginaria dijo...

jajaja, si, la ultima linea, es perfecta.

a mi particularmente, me disgusta cuando no puedo abrir mi puerta sola, cuando novia era intolerable sino pagaba el consumo que hiciera, y, hasta ahora me agradece por ese gesto, sé que a fin de cuentas, la vergüenza(para mi novio), significaba "ahorro" ;)

en cuanto lo de la puerta(hoy, por hoy), no dejo que lo hagan, cuando veo intención de ello, al llegar a un restaurante (por ejemplo), cierro la puerta con seguro, se percata el joven del parking, le hago señas "yo puedo, gracias", me miran, se alejan.

los "caballeros-machos" o "machos-caballeros" duermen uno dentro del otro, de acuerdo, que en algún punto de la linea, se cruzan, se identifican, ta güeno, muy güeno!