miércoles, abril 13, 2005

¿?

Hace algunos años me obsequiaron unas mayúsculas para el comienzo y unos puntos suspensivos para nunca tener fin. Con el tiempo fui adquiriendo elementos para expresar el asombro, las pausas [largas y cortas] y la ironía. Ahora ya sólo me falta lo más importante: unos signos de interrogación. A primera vista parecen un par de figuras inocentes. Semejantes a anzuelos [o, irónicamente, a peces], es como si, colocados de ese modo, dichos signos mostrasen una especie de perplejidad o de inocencia casi divertidas. Pero como sucede siempre en los juegos de espejos, una mirada más atenta mostraría que detrás de la aparente sencillez se oculta una insólita complejidad. Así, dejando de lado el evidente erotismo que evoca la disposición de estos signos, encontramos ciertas resonancias mí(s)ticas que remiten a saberes ancestrales. Esa especie de doble opuesto, ese carácter de reflexividad invertida evoca [y, de alguna manera, invita a echar una mirada a] la historia profunda y preguntar: ¿acaso la particular disposición de los signos de interrogación no remite a la alquímica Ouroboros, doble serpiente que se devora a sí misma, indicando al mismo tiempo la volatilidad y la infinita circularidad de la vida? ¿Es posible negar que dichos signos se asemejan de manera notoria a la Gran Dualidad constituida por el yin/yang de la filosofía china? ¿Qué decir de las reminiscencias del bíblico Alfa y Omega que subyacen a aquella estructura? Quizá sea labor de pacientes filólogos —eruditos arqueólogos del lenguaje— averiguar algunas respuestas a estas preguntas y, dilucidar así, los posibles vasos comunicantes entre la creación de los mitos y su expresión en las formas simbólicas que se trasminan al habla cotidiana.

No obstante, quizá el aspecto más destacable de los signos de interrogación radique en la potencia subversiva que los caracteriza. Basta con colocar entre ellos una palabra o una frase cualquiera para desatar su temible facultad destructora. Y las consecuencias de lo anterior no son menores. Recordemos que en el espacio que se abre entre los signos de interrogación caben desde una letra hasta una vida; o el universo entero si se quiere. Si se está de acuerdo wittgensteinianamente en que nada hay fuera del lenguaje, los signos de interrogación son capaces de hacer estallar casi cualquier certeza. Veamos, por ejemplo, el vocablo «Yo». Así, a secas, define a la primera persona del singular. También constituye el referente identitario por excelencia, fundamento de la Razón Moderna, tal como Descartes lo implica en su famoso Cogito ergo sum. Pero basta con situar este «Yo» entre unos signos de interrogación para que opere una especie de desplazamiento histérico. Al llevar a cabo lo anterior, el «Yo», centro fundamental de la ontología occidental, es convertido en un «¿Yo?», es decir, en un frágil absoluto que se desmorona ante la duda, que se derrumba frente el abismo que los signos de interrogación abren a sus pies. Si la frase «Yo Soy» designa la más pertinaz afirmación del ser humano, el modo interrogativo «¿Yo Soy?» plantea la más profunda de las dudas existenciales. Vocablos como «dios», «libertad», «literatura» experimentan el mismo efecto. Todo estalla ante el encierro de estos dos signos aparentemente insignificantes.

Quizá, sin pretenderlo, los niños y los ironistas sean quienes utilizan la facultad destructiva de los signos de interrogación con mayor eficacia. Los pequeños, por ejemplo, nos desarman ante la terca insistencia de sus eternos «¿por qué?». Cuando anteponen esta pregunta a cualquier afirmación abren un proceso recursivo de corte gödeliano que no tiene final. Sea niño por un rato: lea de nuevo este texto e inserte un «¿por qué?» luego de cada frase. Verá que sí funciona. Los ironistas, por su parte, hacen gala de astucia. Si alguien les dice: «atropellaron a tu perro» o «tu mujer te engaña», sólo contestan «¿Y?». Esta actitud teflonesca desarma hasta al más pintado. Sin duda, preguntar(se) es un ejercicio peligroso. La sabiduría popular, que casi nunca se equivoca, bien lo señala cuando dice: «la ignorancia es felicidad» o «el que busca, encuentra». Recordemos que en última instancia, los signos de interrogación condensan en su forma más pura La Caída: ¿Acaso no fue la curiosidad lo que hizo que Adán comiera del fruto del árbol de la sabiduría; o lo que verdaderamente mató al gato? En fin, los signos de interrogación constituyen siempre una puerta que se abre hacia la incompletud, la marca indeleble de los perseguidores. Yo por mi parte, a pesar de que echo de menos mis signos de interrogación y los busco, prefiero no preguntar. Je.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿y luego?
je, es broma.
Me encanató tu texto.
Yo siempre pensé como tu, que si pones ¿? , enmedio se encuentra un acto amoroso.

Abrazos

Anónimo dijo...

Mi querido:
Hice una página que se llama BLOGOSCOPIO donde se apuntan los últimos posts de los cuates. Por alguna razón no puedo anexarte. Mándame una dir. de tu blog con rss.
Métete y vé si te gusta, para mi sería un honor tenerte, pero NO logro anexarte.
Un beso

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