jueves, noviembre 22, 2012

Despertó y...

...el mundo seguía ahí.

viernes, septiembre 28, 2012

Furia contra la máquina. O de cómo Banamex nos hizo los mandados


A finales del 2011, en uno de esos puestecitos que hay en casi cualquier plaza comercial de la ciudad, un par de empleadas de Banamex se acercaron a la Claudia para ofrecerle una tarjeta de crédito. Ella, con la amabilidad que la caracteriza, les respondió que ya tenía una, que muchas gracias. Precisamente de ese mismo banco. Ah, entonces llévese una adicional, para su papá, le contestaron (por supuesto, me señalaron a mí). No gracias, dijo la Claudia. Ándele, mire, le va a traer muchos beneficios, afirmaron las señoritas. No, gracias, insistió mi cómplice. Yo me limitaba a arrojar una gélida mirada sobre las afanadas promotoras crediticias. Entonces, la Naila le echó el ojo a unos zapatos, y corrió hacia la tienda en donde éstos estaban en exhibición. Obvio, yo salí tras ella. Error. Las señoritas de Banamex aprovecharon esa ventana de oportunidad para implementar sus brutalmente eficientes estrategias de lavado de cerebro. Cuando finalmente logré dar alcance a la Naila y  la llevé hasta donde estaba su mamá, me di cuenta que ya estaba firmando la solicitud que le habían puesto en las manos las empleadas de la mencionada institución bancaria. Cuando las chicas se alejaron a acechar a otro incauto, en la mirada de la Claudia había una expresión de incomprensión que parecía decir: “¿Qué carajos acaba de pasar aquí?”. Hasta ese momento, el asunto me pareció muy gracioso. Sobre todo porque la Claudia había sudado la gota gorda tratando de esquivar los embates de las testarudas señoritas. Finalmente, aún cuando por política no uso tarjetas de crédito, acepté de buen grado el plástico adicional. Total ¿qué tan malo podría ser?
            Qué equivocado estaba. Lo que siguió de ahí fue un total viacrucis. En principio, pasaron los meses y la dichosa tarjeta adicional nunca llegó a mi domicilio (como las señoritas habían afirmado que ocurriría). De hecho, el asunto quedó en el completo olvido. Hasta que ya iniciado el 2012, la Claudia descubrió que en su estado de cuenta aparecían unos gastos que ni ella ni yo habíamos hecho. Desde luego, éstos estaban asociados con el plástico adicional en cuestión. Al principio, pensamos que había sido un error. Entonces, con todo el optimismo del mundo, nos comunicamos al banco para hacer la aclaración correspondiente. Cosa de un minuto o dos, creíamos. ¿Cómo nos pueden cargar algo comprado con una tarjeta que nunca nos entregaron?. Sí, seguro debe ser una equivocación. El dependiente del otro lado de la línea confirmó que, efectivamente, los cargos estaban hechos, y no había de otra más que pagarlos. Sí, claro. Sólo que la tarjeta nunca nos fue entregada, dijo ella. Pues ése no es problema del banco, señorita. Comuníqueme con su superior, pidió la Claudia. Yo soy mi superior, contestó el telefonista. Y así se sucedieron las cosas, por alrededor de una hora.
            Luego de varios días de llamadas y correos electrónicos aclaratorios, Banamex decidió abonar a la cuenta de la Claudia los cargos erróneamente hechos. Mientras llevamos a cabo la investigación correspondiente, planteó la institución bancaria. En ese momento, creíamos que el asunto se había solucionado. Un mes después, los cargos aparecieron de nuevo en el estado de cuenta. Luego de las obvias llamadas al servicio a clientes de la honorabilísima institución, ellos sentenciaron que ni aunque moviéramos el cielo y la tierra podríamos evitar pagar. En ese momento se le subió lo Fernández a la Claudia, y se fue derechito a la CONDUSEF. Ahí le solicitaron que documentara el caso, y que ellos se encargarían de asesorarla. Se entregó el expediente correspondiente, y muchas semanas después, llegó una respuesta de parte de Banamex. En ésta, luego de lo que ellos llamaron una acuciosa investigación, habían determinado (de una manera totalmente unilateral, que nos sumió momentáneamente en la indignación y la impotencia) que, por ponerlo en términos elegantes, nos habíamos chingado. Que lo que se debía era responsabilidad nuestra, y que no teníamos más opción que pagarlo. Para ello, Banamex sustentaba sus afirmaciones en un conjunto de pruebas: una copia fotostática de una credencial del IFE apócrifa; algunos vouchers con firmas que no eran ni las de ella ni las mías; y una cartita que palabras más, palabras menos, describía el “proceso investigativo”.
            Como era de esperarse, luego de la indignación llegó la furia. Así que con las evidencias del sucio fraude nos enfilamos de nuevo a la CONDUSEF, para pedir un careo con alguien del banco. Vale la pena señalar que entre el inicio de este viacrucis  y el enfrentamiento final y decisivo con Banamex, transcurrió casi un año. Finalmente,  nos convocaron para el día 19 de septiembre. Teníamos que llevar el expediente completo, y presentar las pruebas que consideráramos pertinentes. Desde luego, yo iba instalado en la actitud de echar patadas y espuma por la boca. De la Claudia mejor no digo nada, sólo que infundía temor. Así las cosas, llegamos a CONDUSEF puntualmente. Diez minutos después de la hora fijada, nos atendieron. Ahí estaba un representante legal de Banamex, quien prácticamente no dijo nada. Aceptó que era un error, y que el banco desistía de seguirnos chingando (han de saber ustedes que nos llamaban a altas horas de la madrugada para “sugerirnos” que hiciéramos el pago). Luego de muchos meses, la furia contra la máquina había dado frutos. Banamex se rendía. Por supuesto, yo no pude evitar darle un recargón al señor abogado, al decirle que deberían investigar la organización en la que estaba, la cual era de corte mafioso, fraudulento y gansgteril.
Así que con todo respeto, claro, sólo me resta decir: ¿no que no tronabas, pistolita?  

PD.
La venganza de Banamex: resulta que teníamos domiciliado el pago de CFE justamente a la tarjeta bancaria en cuestión. Para no hacer el cuento largo, baste decir que desde ayer jueves no tengo luz en casa por falta de pago. Well played, Banamex. 

miércoles, julio 04, 2012

Mexico Inc. O de la construcción mediática de una presidencia


Leo dos de las columnas más recientes de Ciro Gómez Leyva (“Falló la encuesta…” y “La opinión de GEA/ISA…”) y no puedo evitar sentirme habitado por un vacío, por una impotencia brutal que carcome y se retuerce despacito. Veamos por qué. En el primero de sus textos, Gómez reconoce, desde una postura parecida al cinismo, que el ejercicio de predicción estadística que realizó día con día su periódico, en colaboración con GEA/ISA, fue un fiasco: ellos postulaban un triunfo del candidato de la Coalición Compromiso por México superior al 18 %, mientras que por el momento, el resultado arrojado por el PREP marca que la diferencia entre el primero y el segundo lugar es poco mayor a 6 puntos porcentuales. Esto no es poca cosa. De hecho, es mucha. Más que mucha.  Equivale a un yerro cercano al 200 %. Es como si un ginecólogo le dijera, durante nueve meses, a una mujer embarazada que tendrá una niña saludable, y al momento del parto, le comunica que siempre no. Claro, efectivamente estaba embarazada, sólo que no de una niña, sino de tres bebés, todos varoncitos, muy lindos ellos. Usted perdone. Fallaron los ecosonogramas que le hicimos todos los días. Nos equivocamos. Tenga señora, junto a sus bebés, le dejo esta notita de disculpa. Y, por supuesto, la cuenta.
En el segundo de los textos a los que hago referencia, Gómez publica una carta que recibió de  parte de GEA/ISA. Ésta es digna de ser sometida, en otro momento, a un análisis discursivo profundo. Es una joya. Por lo pronto, vale la pena destacar cuando menos dos puntos que son cruciales en dicha misiva: 1. Se admite que las encuestas sobreestimaron las preferencias por Peña Nieto; y 2. Se anuncia que GEA/ISA no se retira de las encuestas electorales. Ambos aspectos son relevantes por las implicaciones que tienen. En principio (y también por principios), lo más básico, casi de sentido común, sugiere que toda casa encuestadora con un mínimo de dignidad debería cerrar sus puertas frente a tan estrepitoso fracaso. No obstante, la estrategia de GEA/ISA es precisamente la opuesta: declaran tajantemente que se mantendrán como casa encuestadora en los periodos electorales. Vaya, anunciar su permanencia no es sino un eufemismo, un modo de mencionar que son una especie de “pistoleros en renta”, es decir, maquiladores de encuestas a modo y con los resultados que el cliente demande. Es fácil imaginar sus próximas campañas publicitarias: “¿Necesita que lo apoyemos en la producción mediática de su presidencia? Venga con nosotros. Somos expertos en inflar candidatos”.  Simplemente vergonzoso. De pena ajena. Siguiendo con el chusco ejemplo de la pobre parturienta, lo anterior equivale a que en pleno quirófano el anestesista intenté adormecer a la feliz madre con vodka,  y a que las enfermeras se lancen unas a otras los triates mientras los llevan al cunero. Y para colmo, que firmen la notita de disculpa, diciendo que mil perdones, pero seguirán anestesiando y recibiendo chiquillos. Y claro, la cuenta. 
Como quiera que sea, y más allá del chascarrillo, el asunto no es menor. Milenio es uno de los diarios con mayor circulación a nivel nacional. Y cuenta además con canal de televisión por cable, y con transmisiones en línea. El alcance que tiene es para ser tomado en cuenta. Sobre todo al poner de relieve la confesión hecha por Gómez (porque es eso, justamente una confesión disfrazada de disculpa, la admisión de que este juego se jugó con dados cargados). No se requiere ser un sesudo teórico, ni de la estadística ni de la comunicación, para saber/reconocer el papel que juegan las encuestas en términos de la producción de la opinión pública. Desde luego, no hay que caer en la ingenuidad de sobreestimar el peso de un medio en específico. Eso hay que dejarse a los teóricos de la conspiración partidista, los cuales abundan. Recordemos que el resultado electoral no lo determinan las encuestas. Pero quienes piensen que éstas no influyen en el ánimo y en las decisiones finales de la gente, se equivocan.
En fin, todo quedaría en una casa encuestadora ruborizada, y en un periodista al que se le suma una mancha más, si esto fuera sólo un aspecto coyuntural del reciente proceso electoral. Sin embargo, el asunto adquiere dimensiones descomunales cuando se contextualizan las columnas de Gómez, y se enmarcan dentro de lo que ocurrió con buena parte del resto de las casas encuestadoras que mostraban tendencias similares. Éstas tuvieron yerros igual o más garrafales. Si a esto se le suman las acusaciones que pesan sobre Televisa (con acceso a más del 90 % de los hogares de México), hechas por The Guardian, las estrategias de compra de votos, la precaria actuación de Calderón, de Josefina, y de Zurita, al anunciar a un vencedor cuando apenas iba poco más de la quinta parte del conteo, el recuento de más de la mitad de los votos por irregularidades,  etc, el caso se torna gravísimo. Por lo menos, a estas alturas, la institucionalidad electoral que tanto se ha presumido no es sino el hazmerreír a escala internacional; el supuesto ganador de este proceso ocupa un nivel todavía más bajo, bufonesco. Para verificarlo, basta darse una vuelta por algunos de los titulares de la prensa extranjera (Der Spiegel, Libération). Por otro lado, más que una cosa de nada, un asunto que merezca un “usted disculpe”, como el que ofrece Gómez, hay detrás de todo esto, evidencias para pensar en la maquiavélica construcción mediática de una presidencia. O como dijera un amigo que tiene más tino que yo: hay un vil cochinero. Insisto, el asunto no es menor. Apunta a inaplazables reformas de las instancias que vigilan la equidad y la transparencia de los comicios; alude a la importancia de re-ciudadanizar este tipo de instituciones; implica  imponer, sí, imponer, recursos más escasos a los partidos, y mejores vigilancias sobre éstos; requiere topes estrictos de campaña, e instituciones que no se hagan de la vista gorda cuando éstos se rebasen flagrantemente; y sobre todo, pone de relieve la urgente ampliación del espacio para la política y lo político en un país como el nuestro, que ya no aguanta un sexenio más así.
¿Y la cuenta? Ah, sí. Se me andaba olvidando. Aquí el desglose: 1. País divido (no sólo ideológicamente, sino en casi todos los ámbitos); 2. Concentración de poder y de riqueza en unos cuantos, 3. Vías de acceso al poder restringidas; 4. Gobierno potencialmente autoritario y opresor; 5. Crimen organizado poderosísimo, casi a modo de estructura para-gubernamental; 6. Sociedad decepcionada, sumergida en la desconfianza  y la incertidumbre. 7. Sume aquí todos los factores que no enumeré. Bienvenidos al convulso desierto de lo real. Bienvenidos a México Inc.

jueves, junio 07, 2012

Duele...



Cómo duele este país. Duele por todas partes. Duele en la brutal pobreza de Batopilas y Cochoapa el Grande. Duele en las obscenamente abultadas cuentas bancarias de esos mexicanos que aparecen en Forbes. Duele en el llanto del padre que sabe que al día siguiente sus hijos no tendrán ni una sola migaja qué comer. Duele en cada uno de los más de 70 mil muertos,  aniquilados todos por una guerra llevada a ciegas, guiada por el puro encaprichamiento. Duele en cada mujer desaparecida, destrozada impunemente, en Cd. Juárez. Duele en cada niño, en cada adolescente ultrajado, por los supuestos hombres de la fe. Duele en cada migrante que muere a manos de un sicario o bajo las filosas ruedas de un tren. Duele en la miseria de su política, y de sus políticos. Duele en cada Lady de Polanco, en cada J. J. glorificado en cadena nacional por micos con pretensiones intelectivas. Duele en las ruinas humeantes del Casino Royal. Duele en cada uno de 49 los pequeños –horror ominoso- calcinados por la irresponsabilidad y codicia de unos cuantos. Duele en la ausencia de memoria histórica. Duele en cada reportero asesinado, en cada voz silenciada a golpes y torturas. Duele en cada anciano destinado a morir en la calle. Duele en cada niña que es obligada a prostituirse por unas monedas, y para beneficio de alguien más. Duele en cada Atenco, en cada Acteal. Duele en cada carencia, en cada humillación. Duele como una llaga, como una cicatriz infecta y llena de gusanos, incapaz de sanar. Duele en esta letanía de desgracias. Duele en esta rabia, en esta indignación, en este brutal nudo que me atraviesa la garganta.  
Duele.
Duele.
Cien mil veces, duele.
Duele.
Y hay ocasiones en que no existe otra salida más que el llanto… 

domingo, mayo 27, 2012

Los dioses del ocaso



Nunca he sido fan de Enrique Krauze. Su postura intelectual(oide), que nutre a y se nutre de los círculos del poder institucionalizado, me produce un rechazo casi natural. En otras palabras, es difícil negar tanto su conocimiento de la historia como su capacidad para esgrimir argumentos. No obstante, todo ello pierde peso en la medida en que se utiliza para apaciguar y darle voz a las buenas conciencias. En este sentido, tomarse la molestia de debatir con Krauze es casi tan útil como alimentar con flores a los cerdos: equivale a prostituir la reflexión; a desvalorizar las palabras. De cualquier manera, hay cosas que es imposible pasar por alto. Me refiero específicamente al artículo que este narrador de la historia de bronce mexicana publicó el 27 de mayo en Letras Libres, titulado “Un partido para los jóvenes”. En éste, luego de un somero recuento histórico de algunas de las movilizaciones estudiantiles acaecidas entre los siglos XIX y XX en México (como si el país fuese sólo lo que ocurre en el DF, pero en fin), se atreve a “sustentar” la “sugerencia” (que bien podría tildarse de insolencia) que hiciera en días pasados vía twitter a los jóvenes del #YoSoy132: la fundación de un nuevo partido. Más allá de la evidente contradictio in adjecto, que dicho sea de paso, está de risa, hay dos aristas espinosas que se esconden detrás del desatino krauzeiano y que, por supuesto, le restan gracia.
La primera, y quizá la más obvia, tiene que ver con la falla brutal de los instrumentos con los que este intelectual efectúa sus lecturas de la realidad.  Pareciera que frente a la velocidad de los acontecimientos, Krauze no logra afinar lo suficiente su arsenal pensante: no comprende que lo que está en el fondo de las movilizaciones estudiantiles actuales es tanto el agotamiento de un sistema político caduco, como la necesaria transformación del campo en el que las instituciones partidistas se despliegan. Sin duda, él, como muchos otros que le temen a lo Nuevo, “justificarán” la vía partidista en la medida en que hasta hoy ésta es la única forma de incidir con cierto peso en la configuración de la esfera pública.  Y ése es precisamente el problema. “El país atraviesa por la mayor crisis desde la Revolución –dice Krauze-. Los partidos pequeños son vergonzosas franquicias familiares o meros cotos de poder, y los grandes han decepcionado a la ciudadanía: ven más por sí mismos que por sus supuestos representados. Hace falta uno nuevo…”. Es curioso: encontramos en Parsifal, de Wagner, una inesperada pista para entender este silogismo baratamente falaz que arroja Krauze (y desde luego, para comprender su visión de lo juvenil): al principio de esta entrañable ópera, Amfortas, uno de los personajes, agoniza debido a una brutal herida (que por cierto, aparte de dolor, le produce una profunda vergüenza). La peculiaridad de ésta radica en que sólo puede ser sanada por la lanza que la causó (i. e. pretender solventar la crisis de los partidos políticos a punta de partidazos). Pero la única manera de que ello ocurra es que la lanza sea sostenida por un joven ingenuo, que no conoce la maldad del mundo (es decir, que desconoce la historia).  ¿Será que ésa es la opinión que Krauze tiene con respecto a la juventud? ¿Acaso piensa que los #YoSoy132 son poco menos que ingenuos? Hoy el mantra del #YoSoy132 se concentra sobre todo en el objetivo de establecer una nueva relación entre los medios de comunicación hegemónicos y la sociedad. Lo que sigue es transformar de raíz el campo político. No contribuir a su esclerotización. A estas alturas, insinuar que la juventud en movimiento debería fundar un partido es, cuando menos, un insulto a la inteligencia de este sector poblacional. México no se agota el 01 de julio, Sr. Krauze. Lo político tampoco se reduce a lo formalmente instituido.
La segunda de las aristas, probablemente la más grave, tiene que ver con la estrategia perversa y maquiavélica que se oculta detrás de la aparentemente ingenua sugerencia de Krauze. La idea de que la juventud que ejerce su derecho al desacato hoy debería fundar un partido político no es sino un eufemismo para, por decirlo à la Chomsky, mantener a raya a la plebe: en la medida en que se propone la institucionalización de la fuerza juvenil, sobre todo bajo la figura de un partido político, se pone de relieve que la apuesta no es otra más que la de conservar intacto el status quo. Seguramente, cuando el #YoSoy132 le responda a Krauze con el látigo de su desprecio, éste intentará restarle potencia a las movilizaciones juveniles al “argumentar” que éstas carecen de propuesta, que son pura emotividad y nada de razón, como dijera hace unos meses Bauman al referirse al #15M. Una vez más, se pondrá de relieve, pronostico, la incapacidad krauzeniana para “leer” el presente. Mientras que los jóvenes buscan hacer las cosas de maneras diferentes, Krauze insiste en la necesidad de seguir cometiendo una y otra vez los mismos errores. Éste es un país que está en pleno proceso de construcción, que requiere de arquitecturas y andamiajes nuevos. No de argamasas caducas. Quizá los jóvenes que hoy disienten tengan poco claros los contornos de este cambio que están produciendo, el cual todavía permanece en la liminalidad. No obstante, en medio de un horizonte plagado de incertidumbres, es probable que la única certeza de tales jóvenes sea, precisamente, la insuficiencia de la vía partidista. Si en el proceso pisan algunos callos, como los de Krauze et al, ni modo. Como dijera el más grande de los anti-héroes: ¡Ladran Sancho; señal que vamos cabalgando!
En fin, será necesario recomendarle a Enrique que lea un poco más, que actualice su acervo. Que se atreva a pensar sin Estado, y que deje de ser un eternizador de los dioses del ocaso. Por supuesto,  me refiero a Krauze.
El otro es ya un caso perdido. 

lunes, mayo 21, 2012

¿No es la gran cosa, Sr. Gómez?



Tengo a la mano el artículo de Ciro Gómez Leyva, titulado: “¿De qué tamaño es la «protesta juvenil»?, publicado el lunes 21 de mayo en Milenio. En lo básico, la idea que expone Gómez en su columna intenta minimizar la manifestación del 19M, realizada por lo menos en 15 de las ciudades más importantes del país. Desde luego, sólo presta atención a las cifras contabilizadas en el Distrito Federal, y concluye: “Diez, 20, 40 mil un sábado no es gran cosa […] o la protesta juvenil es todavía pequeña, o no le interesa tomar las calles…”. Más allá de la inevitable sonrisa irónica y burlesca que provoca la lectura del texto al que me refiero, me parece necesario esbozar algunas precisiones en torno a éste. Aclaro que no me interesa cuestionar ni la calidad moral, ni las filias políticas del afamado columnista. Ésas se sostienen (o se derrumban) por sí mismas. Tampoco me interesa ensalzar a uno u otro candidato. Las preferencias políticas, igual que los medicamentos milagrosos, son responsabilidad de quien los recomienda y los usa. Lo que me atañe es la prácticamente nula potencia argumentativa que se desprende de las afirmaciones de Gómez. En principio, si al conocido tercergradista le parecen pocas las cerca de 100 mil personas que salieron a manifestarse el sábado pasado en buena parte del territorio nacional, bastaría recordarle que los resultados electorales del 2006 se decidieron por una cantidad que no era demasiado diferente a ésa. Bajo tal óptica, ¿será que la “protesta”, como insiste en entrecomillarla Ciro, no es “la gran cosa”? ¿Realmente a los jóvenes que se manifestaron no les interesa tomar las calles? Basta darse una vuelta por YouTube, Facebook o Twitter para encontrar que las imágenes y videos aglutinados alrededor del hashtag #YoSoy132 indican algo muy diferente a lo planteado por Ciro.
Claro, si se acude al recurso barato de contrastar la cantidad de personas que expresaron su desencanto, con los escasos movimientos en las cifras arrojadas por las encuestas, es fácil esbozar el ingenuo argumento que alude al poco impacto de movilizaciones como la del 19M. Pero, como bien debería saberlo Gómez, existe un mundo que va más allá de la representatividad estadística: en el análisis del campo político se requiere, también (y sobre todo) comprender la significación social de los procesos que tienen lugar en la esfera pública, en el ámbito del mundo de la vida, por decirlo habermasianamente. En otras palabras, es preciso, hoy más que nunca, abrir la mirada y reconocer la necesidad de evaluar la acción colectiva y la movilización social con otros indicadores, desde otras lógicas. Ya no es suficiente pensar la movilización social en términos numéricos (como lo hace Ciro, cuya mirada teórico-analítica parece haberse quedado en los sesenta del siglo pasado). Hoy se requiere evaluar el impacto de este tipo de movilizaciones, su eficacia, en términos de la capacidad que éstas tienen para colocar temas en la esfera pública, para hacer visibles tales temas, para convertirse en instancias productoras de sentido. Así, lo político se subjetiva en la medida en que la subjetividad se politiza, y emergen nuevos lugares en los que todo ello se condensa. Hoy, lo político interpela a sectores que antes eran pensados como apáticos por naturaleza. Hoy, las tácticas y estrategias implementadas por quienes se movilizan tienden a reconfigurar el campo político en sí. ¿Realmente es eso “poca cosa”?
Ahora bien, supongamos por un momento que 100 mil personas no son “la gran cosa”, como insiste en afirmar Ciro. Pero eso ¿significa que actos como el del 19M no resuenan entre la sociedad? Bastaba con recorrer los espacios públicos cotidianos, al día siguiente, para darse cuenta de que se cumplió con el objetivo, es decir, colocar el tema en la voz de los ciudadanos: en cafés, puestos de tacos y fritangas, abarrotes, restaurantes, tiendas, plazas, centros comerciales, etc., la marcha estaba en boca de prácticamente todos. Si lacanizamos el asunto, puede decirse que el #YoSoy132 salió de la virtualidad imaginaria y se desplegó por completo en el espacio real y en el espacio simbólico. ¿Acaso Ciro no alcanza a observar el efecto que ello produce en términos de la capacidad reflexiva y deliberativa de los sujetos? ¿En serio la producción de condiciones de posibilidad para  la construcción de ciudadanía, en el menos peor de los sentidos, no es “la gran cosa”? Pero no sólo eso, que de suyo es ya meritorio. El 19M tuvo repercusiones además en otros ámbitos. Pensemos por ejemplo en lo que significa que buena parte de uno de los sectores más privilegiados (i. e. universitarios de escuelas privadas, situados en la clase media), minoría si se quiere, exprese con tanta pasión su desencanto, su descontento con respecto a la política formalmente instituida. Ello no es un asunto menor, sino sintomático del malestar que atraviesa buena parte del tejido social. Si esto ocurre en dicho sector, ¿qué puede inferirse acerca de lo que se piensa y se siente en otros estratos sociales menos favorecidos? No es descabellado pensar que entre buena parte de los jóvenes existe la percepción de que “no hay futuro”, de que las oportunidades a las que podrán accederse en los años por venir están, por lo menos, ocluidas. ¿Acaso Ciro no alcanza a percibir el conjunto de núcleos problemáticos y de riesgos sociales que se ponen de relieve? ¿En serio piensa que eso no es la gran cosa?
Por último, pero no por ello menos importante: el 19M puso en evidencia a los medios de comunicación tradicionales. Éstos se mostraron, primero, como un mecanismo que administra a cuenta gotas la información, que opera de maneras misteriosas para, parafraseando al entrañable Foucault, (re)producir una versión de la Historia (la que a ellos más les conviene). Y al mismo tiempo, postuló una realidad inédita, emergente, cuyos contornos liminares están apenas dibujándose en este país: la realidad de las redes sociales virtuales y la potencia(lidad) de éstas. No es difícil pronosticar las repercusiones y efectos de todo ello en lo que alude a la arquitectura de la esfera pública, a la construcción del campo político. Vaya, incidirán incluso en la configuración de la propia subjetividad (política). Insisto, la movilización social contemporánea es, también, un lugar de producción de sentido, de significados. He ahí su éxito (o su fracaso). Es todo, menos poca cosa. Vaya tino tan incierto el de Ciro. En fin, no sé si a estas alturas haya elementos suficientes para señalar que el “efecto Ibero”, el 19M (y lo que le antecede/y lo que de ahí siga) equivale a una especie de “Verano Mexicano”, homólogo de la ya famosa “Primavera Árabe”. Pero sin duda, lo que es cierto es que resulta por lo menos un exceso, una ingenuidad frívola, la intención de aseverar que todo ello “no es la gran cosa”. Aún incluso bajo los criterios numéricos desde los que este tercergradista intenta restarle fuerza a las expresiones juveniles de los últimos días. No se equivoque, Sr. Gómez, y afine la mirada. Atrévase a pensar fuera de la caja. Y como lo he dicho ya en otro lado: Y sin embargo, a pesar de todo, la juventud se mueve.

domingo, mayo 06, 2012

Debate 2012: crónica de un sexenio perdido




Por diversas razones (sobre todo metodológicas), había optado por permanecer al margen de este proceso electoral. Por lo menos, me había abstenido de emitir juicios en la esfera pública. No obstante, en privado, cuando alguien me ha increpado al respecto, ha obtenido como respuesta una retahíla vociferante de mis más fuertes y socialdemócratas convicciones. Pero hace unos minutos acaba de terminar el primer “debate” efectuado entre la y los aspirantes a la presidencia de este tan traqueteado país, y resulta poco menos que imposible mantener el silencio. Primero que nada, quiero aclarar que a estas alturas, evaluar quién ganó y quién perdió en este (insisto con las comillas) “debate”, y analizar lo que se dijeron los candidatos, es un ejercicio ocioso. En principio porque buena medida de lo que ahí ocurrió carece de sustancia. Me parece más importante, crucial, recodar que uno de esos cuatro es el (o la) que nos va a gobernar durante los próximos seis años. Rectifico: elimino el nos y entrecomillo el gobernar. En otras palabras, ejercito desde ya mi derecho al desacato. Así serán mis próximos seis años. Y con eso doy por zanjado cualquier intento de evaluación del [performance que fue todo menos un] debate.

Así, toda pretensión evaluativa en torno al ejercicio del que fuimos testigos hace apenas unos minutos me resulta una labor de ociosos. ¿Por qué? Porque no hay nada ahí. Es la pura apariencia, el más conspicuo acartonamiento. El debate refleja con una precisión inaudita el estado en que se encuentra el campo político mexicano (por lo menos aquel que está formalmente instituido). A su vez, el debate refleja la fantasmagoría que hay detrás de los candidatos (i. e. EPN=CSG; Quadri=EEG; AMLO=Bejarano; JVM=JVM). Los aspirantes y la aspiranta (si ella se dice presidenta, yo puede decirle aspiranta) son ellos y sus espectros. En este sentido, reflexionar acerca de las consecuencias que pueden inferirse de la llegada de cualquiera de los cuatro a la silla presidencial resulta, en cambio, una tarea crucial. Desde luego, no me interesa desglosar todas y cada una de tales consecuencias. Eso es una tarea igual o más ociosa que la de evaluar el debate. Cualquier posible resultado enuncia y anuncia la crónica de un sexenio (otro más) perdido. De manera específica, un análisis hecho con la cabeza y no con las vísceras pone de relieve el poco, estrechísimo, margen de maniobra que tiene el presidente en turno para llevar a cabo “cambios de rumbo” verdaderos, significativos. El próximo ganador de las elecciones experimentará, por decirlo à la Žižek, el acoso de sus fantasmas (i. e. un régimen que cambia sólo para permanecer igual; un sistema que se lubrica con base en la corrupción; un conjunto de poderes fácticos, unos violentos y otros todavía más, etc. ad nauseam).  

Otra de las consecuencias que pueden extraerse del (pseudo)debate, y proyectarse a por lo menos los próximos seis años consiste, precisamente, en un gobierno flaco de ideas, que navegará de muertito, mientras las calles del país se inundan de ídem a diestra y siniestra. Muy siniestra. En el horizonte se perfila, pues, una política de bajísimas alturas, sin rumbo, lejanísima (superlativamente) del proyecto que se requiere en México. En otras palabras, como rezaba aquella infame película de Alien vs Depredador: gane quien gane, nosotros perdemos.


En fin, no puedo evitar sentir tristeza frente a la palidez intelectual y la magrez propositiva  de quienes aspiran a lo que debería ser la chamba más importante en el país. Pero en contra de todo mi pesimismo y a pesar de mi profundo carácter cínico, pienso que algo bueno debe salir de esto. Claro, siempre y cuando aceptemos la sutil pero brutal distinción entre la política y lo político (véanse a Žižek, a Mouffe, a Schmidt, a Platón, a Aristóteles, etc.): la primera alude al subsistema social que ya nos tiene hartos, que se ha erosionado por completo (y que esperanzadoramente creo que ya dio de sí). Lo segundo remite a aquellos momentos de apertura que nos obligan a adoptar una postura. Es precisamente esa brecha entre la política y lo político la que permite arrojar una nota de luz en el seno de este oscuro desastre. Estamos justo en el punto de no retorno, en el instante de la profunda y silenciosa aspiración que precede a la proliferación del grito (en la distancia resuena el austral ¡Que se vayan todos!). En otras palabras, el fardo está ahí, pero la decisión es nuestra (obvio, no me refiero a la patraña de la coyuntura electoral; mi sugerencia apunta mucho más allá): ¿seremos una pálida y desesperante copia de Sísifo  o, contra todo pronóstico, optaremos por Pensar sin Estado,  a la manera en que lo hizo el buen Juan José de los Reyes Martínez Amaro? No sé ustedes. Yo voto por echarse el país a las espaldas, y sacarlo adelante a como de lugar. Desde luego, a pesar de la política y los políticos. Aunque sea a patadas y arrojando espuma por la boca. 

miércoles, enero 18, 2012

Cover

Ni hablar. Hice un covercillo de The Black Keys... Aquí