martes, abril 29, 2008

Dije: ¡Renuncia!, estúpido

En su columna de hoy (en tres patadas, aparecida en el diario Público-Milenio), Diego Petersen Farah comenta que no importa tanto cuántos nos hemos sentido ofendidos con la mentada de madre que nos hizo a bien brindarnos [literalmente] el etílico gobernador del estado, en días pasados. Luego de ese recíproco y adelantado [recordatorio del] 10 de mayo, Petersen llama a la cordura, puesto que observa que el nivel del conflicto ha llegado al límite, y es preciso encontrarle alguna salida. Probablemente él tenga razón. Sin embargo, las vías que sugiere para reparar los daños me parecen inadecuadas. ¿Por qué? En primer lugar plantea que el gobernador puede seguir como si nada hubiera pasado, apostando a que en el balance resulte favorecido (quizá su desliz no le pegue tanto en las encuestas). La segunda vía implica “meter freno”, y diseñar una estrategia para restablecer la relación entre gobierno y gobernados. El común denominador entre estas propuestas consiste en que ninguna va al fondo del asunto, es decir, no se toca a la figura del gobernador. El problema con los argumentos de Petersen radica en que abordan el asunto desde una óptica equivocada: sugieren olvidar y perdonar. Ello equivale a querer curar el cáncer a aspirinazos. En otras palabras, el columnista sensatamente se centra en la resolución del conflicto, en la necesidad de restañar la herida. Pero al proceder de ese modo, no toma en cuenta la verdadera significación del acto cometido por el gobernador González. En primera instancia, debido a la incapacidad (pendejez, le llamó un benévolo López Dóriga en la misma edición) de Emilio de sobrellevar dignamente una borrachera, se evidencia la profundización de la fractura entre gobierno y gobernados, generada en su momento por la macrolimosna (y el resto de donativos a las televisoras, el placazo, y el largo etcétera). ¿Qué otros aspectos se ponen de relieve a partir del desliz alcohólico del gobernador? Sin duda, como reza el viejo adagio, los niños y los borrachos tienden a decir la verdad. Y la ‘veldá’ del gobernador alude a que se siente dueño de una envestidura soberana, dictatorial y autoritaria, avalada desde las más altas esferas de la grey católica local. Los aplausos otorgados por el Cardenal a las soeces ocurrencias del mandatario así lo demuestran. Algunos dirán que es mejor malo por conocido que bueno por conocer. Mediocres. Quien piense que la democracia no está en peligro, que tire la primera piedra. En manos de estos personajes se encuentran los destinos (y los desatinos) de nuestra entidad. A contracorriente de lo sugerido por Petersen, dudo mucho que ya hayamos llegado al límite. Las cosas pueden ponerse verdaderamente feas. Quizá en lo único que acierta el columnista es que no se puede cambiar el estilo personal de gobernar ni la forma de pensar de Emilio. Efectivamente: no podemos cambiar AL gobernador; lo que debemos hacer es cambiar DE gobernador (¿habría que transitar del en sí al para sí, acaso?). Desde mi perspectiva, lo he dicho ya aquí, la única salida digna de este atolladero es que Emilio renuncie. O en su defecto, que proponga una iniciativa que posibilite la revocación de su mandato. No hay más.

viernes, abril 25, 2008

Chingas a la tuya

Querido Emilio:

El que se lleva aguanta. No le saques y a lo hecho (dicho) pecho. A estas alturas, cualquier acto de retractación no es sino una vil cobardía. ¿De qué otra manera se le puede llamar al que tira la piedra y esconde la mano, sino zacatón (por decir lo menos)? Ahora no tienes otra salida más que atragantarte de toda la caca encarnada en la generosa lluvia de epítetos que te espera. Luego del patinazo, te paras ante la prensa, pones cara de mustio y blasfemas una disculpa hueca, carente de todo sentido. ¿Por qué? Porque ya no sientes lo duro sino lo tupido. Dices:

"Mis comentarios han sido, fueron una opinión coloquial sin destinatario, por eso la disculpa también es así, abierta, porque no llevaba intención de ofender"

y te equivocas. Personalizaste la agresión. La mentada de madre fue perfectamente dirigida. Sugerir siquiera que lo tuyo fue una opinión coloquial y sin destinatario es una falacia, un acto fallido y hueco. O en caso contrario, ¿será entonces que ése es el signo de tu gobierno? ¿Me estás diciendo que manejas los destinos de nuestra entidad a tientas y a locas, es decir, de manera coloquial y sin destinatario, desde la más pura ineficacia? ¿Quieres darle sustancia a tu disculpa? Ve y toca la puerta de cada persona a la que insultaste. Casa por casa. A ver si realmente te parecemos pocos los que no estamos de acuerdo con tus despropósitos.

Por otra parte, intentas [sin éxito] justificarte aduciendo lo siguiente:

“Me ganó la emoción, utilicé un lenguaje inapropiado, indigno de Jalisco, impropio de un Gobernador. No suelo hablar así, no es la educación que recibí, no es el ejemplo que quiero dejar a mis hijos”.

Patético. No hay nada más pueril que escudarse detrás de los hijos. Usarlos para matizar tus desatinos es un acto terrible, digno apenas de Michael Jackson. Pareciera que piensas que aducir tus yerros a un carácter emocional incontrolable te sitúa como un personaje más humano pero, una vez más, te equivocas. Ocurre todo lo contrario. Más bien, pones de relieve todas tus incapacidades. Aunque he de reconocer que tienes razón en algo: tus actos son impropios de un gobernador, y son indignos de Jalisco. Sin duda es cierto. Los jaliscienses no merecemos que nos gobierne alguien como tú.

Renuncia ya.

Lo Otro

Abrirse a lo otro, captar su fluir, convertirse en Otro. Rodeado de rostros que se devoran y revuelven en sí mismos como un Ouroboros decadente, videoráfaga, alfa y omega, principio y fin de todo. Lo otro es uno mismo, todo y la misma cosa. Deshacer los pasos, andar el mundo desde un escritorio. Volver hacia atrás. Pero el regreso es siempre, en alguna medida, también una fuga, una huída que no tiene destino; que no tiene sentido. Una vez más, lo otro se erige frente a uno. Se escribe así, con minúscula porque reconoce su pequeñez, se da cuenta de los terribles cuestionamientos que pesan sobre toda intención de mayúscula. Erosión. Eros. Ión. Enfretar lo otro implica hacerse a un lado, estrategia oblicua, evasión de lo otro porque es muchas veces el reflejo horripilante de lo uno, de todo aquello que es uno, de todo lo que es uno cuando se mira en lo otro. Y no es sino hasta ese enfrentamiento con lo otro que el uno se vuelve problemático. Se resuelve. Se revuelve. Y punto. Abrir una puerta es siempre abrir una puerta y siempre es, también, otra cosa.

jueves, abril 24, 2008

Nuevo Rostro

Bueno, pues ya le hacía falta una renovada a este polvoso blog. Sigo buscando algún template que me guste. Por lo pronto, veré si me acostumbre a éste. Si no, ya lo iré cambiando con el paso de los días.


I.

martes, abril 15, 2008

(Dis)enchanted

Cada vez que me estafan se descascara un poco más la escasísima confianza que tengo en el ser humano. Sobre todo cuando actúo de buena fe y termino estampando el rostro contra muros del más puro cinismo. Me explico: hace unos días, mientras trabajaba a altas horas de la madrugada, de pronto, mi máquina se apagó. Y ya no pude encenderla. Estaba dañada la conexión a la energía eléctrica. Preocupado, decidí irme a la cama. Luego de algunos ronquidos, en cuanto despuntó el alba (o sea, cerca de las diez de la mañana), llevé el aparatejo a la Plaza de la Tecnología para que lo diagnosticaran y, en su caso, le dieran la medicina correspondiente. Pues bien, la chica que me recibió fue muy amable, y me comentó que el costo de la reparación era de alrededor de $475.00 pesos (moneda nacional). Como era más o menos lo que tenía presupuestado, me pareció razonable. Procedí a sacar un billetote de a quinientos de mi cartera y se lo entregué a la chica. Ella me regresó el cambio correspondiente y me mandó a que llevara la laptop a un local que estaba enseguida, el cual fungía como una especie de taller, mientras ella me hacía un recibo. Regresé a decirle que todo estaba listo. Enseguida, me entregó un recibo en el que se estipulaba la cantidad que me había cobrado. Pero, convenientemente, olvidó ponerle el sello de “pagado”. Por supuesto, jamás me di cuenta. Al día siguiente, luego de impartir mis clases y degustar unas frías aguas de cebada con mis alumnos (Laclau: qué pena con Camacho, vas a ver), me dirigí a la afformentioned Plaza. Cuando llegué al local, me informaron que mi máquina estaba más que lista. Incluso la encendieron para demostrármelo. Yo estaba muy contento con el trabajo, así que sonriente, procedí a guardar el aparato en mi mochila. Al hacer esto, el joven que me hacía entrega me dijo: “son 475.00”. Entonces, obvio, yo contesté: “Ah sí, ya pagué. Le di el dinero a ella”. Por supuesto, señalaba a la chica que me había atendido. “¿A míiiiiiiii?”, dijo ella, con cara sorprendida. “Sí, ayer por la mañana ¿no recuerdas? Me diste este recibo”, contesté yo, todavía sonriendo. Mientras esto ocurría, el joven me arrebataba hábilmente la laptop de las manos. “No. A mí no me diste nada. Déjame ver tu recibo […] No, no tiene el sello”. Entonces me di cuenta de lo que ocurría: me habían chingado con todas las de la Ley (o mejor dicho, fuera de ésta). Para no hacer el cuento largo (¿más?) escalé todas las jerarquías de la empresa, hasta hablar con el dueño, y nada. La única solución fue que tenía que pagar otra vez. Y desde luego, debo de aprender no ser tan pendejo para ocasiones próximas. Chale. Como si la pendejez fuera gripa y se quitara.