domingo, noviembre 23, 2008

Conversación

Le decíamos el Chankra. Nunca supe por qué. Pero así le decíamos. Era medio gringo, el güey. Güero, de ojo azul y todo el pedo. Como que me acuerdo que tocaba chido la guitarra. Pero de todos modos me la pelaba. A veces le caía al cantón solo. Pero casi siempre iba con su morra. Linda o Lisa. Algo así, se llamaba. También estaba güerita y tenía lo justo. Era de buen ver y mejor tocar, según decía el Adrián, que también se la estaba pisando. Mientras nosotros poníamos los discos que me mandaba mi hermana de Europa, la vieja se salía al patio, y se sentaba en un rinconcito. Como que no le gustaba mucho el ruido. Sacaba una bolsita con mota y forjaba algunos joints. Luego los repartía entre todos. De cuando en cuando le daba una jalada al tabiro del Cadáver (quien era como la Paty Chapoy del underground local; se sabía todos los chismes de la raza). O a veces pedía las últimas tres. Pero casi siempre estaba silencita en su rincón.  Hasta que el Chakra se ponía bien loco y empezaba a hacerla de pedo. Me acuerdo que más de alguna vez le tuvimos que poner un putazo para que se alivianara. Ya cuando de plano estaba más necio que de costumbre, lo trepábamos a su Topaz rojo y se lo enjaretábamos a su morra. A la verga con ese güey. Yo no sabía que la morra estaba tan saica. Sí, le tiré el pedo una o dos veces. Pero nel, no amarró nunca. Pregúntenle al Anselmo, que siempre andaba conmigo para todos lados. Imagínense, en lugar de habérsela cortado al Chankra, me la hubiera arrancado a mí, la muy cabrona. Y lo peor es que lo dejó desangrarse al pobre pendejo. Yo fui días después a ver cómo había quedado el cuarto. No mames, pinche sangrerío. Dicen que el vato la perreó bien cabrón, y se arrastró por toda la casa. Andaba como siempre, hasta el queque de pasado. Quién sabe qué se había metido esa noche. O con quién se había metido. Pero los vecinos dicen que aullaba rete feo. Se le ha de haber pasado el efecto al güey, y entonces sí. A llorar se ha dicho. La neta, quién sabe qué pasaría. Yo creo que la morra le cayó en la matada, y aprovechó que el Chankra estaba tan apendejado que no podía meter ni las manos . Le despedazó la riata al pobre pinche gringo pendejo. Ni pedo. De todos modos me la pelaba tocando la lira, el güey. 

viernes, noviembre 21, 2008

Musicosas

En el principio fue la música. Acto de creación fundamental, toda arquitectura sonora se transmuta en verbo. Construye y al mismo tiempo es construida por quien la escucha, por quien la ejecuta, por aquel que la padece o la goza. Reflexividad esencial que ilumina y ensombrece; juego de espejos, letanía vital de ausencias, sonidos y silencios. Nietzsche fue quizá el primero que entendió el acto musical en su justa dimensión, al sugerir que la vida sin música era un error. De hecho, le otorgó a esta actividad un estatus cuasi divino al colocarlo entre aquellas prácticas que distinguen al ser humano del resto de los animales. Habría que llevar el argumento hasta sus últimas consecuencias, y postular que el origen de la vida misma es musical. Sin duda, una arqueología genealógica impensable encontraría que cualquier horizonte aural encuentra su punto de partida justo en el primer par de latidos. Tam tam primigenio que evoca un punto de fuga antiquísimo, cuando el primer hombre (o con seguridad, la primer mujer) golpeó dos rocas, o un madero hueco, intentando imitar aquello que sonaba dentro de su ronco pecho. Y descubrió el ritmo. Quizá después vendrían las primeras notas, guturales, emanadas de los intentos de aquella imaginaria mujer por imitar el entorno, y dotar de sentido aquello que en el futuro sería capaz de condensar y contener en sí todas las cualidades: alegría, tristeza, furia, ingenuidad, estupidez, nobleza, amor y muerte. Banda sonora del adn. Largo, caótico y reticular camino el que se ha recorrido desde aquel primer tam tam hasta hoy, donde hay tantas músicas como sujetos.  No cabe duda: si en el principio fue la música, el final tendrá que ser, también, musical.