viernes, septiembre 28, 2012

Furia contra la máquina. O de cómo Banamex nos hizo los mandados


A finales del 2011, en uno de esos puestecitos que hay en casi cualquier plaza comercial de la ciudad, un par de empleadas de Banamex se acercaron a la Claudia para ofrecerle una tarjeta de crédito. Ella, con la amabilidad que la caracteriza, les respondió que ya tenía una, que muchas gracias. Precisamente de ese mismo banco. Ah, entonces llévese una adicional, para su papá, le contestaron (por supuesto, me señalaron a mí). No gracias, dijo la Claudia. Ándele, mire, le va a traer muchos beneficios, afirmaron las señoritas. No, gracias, insistió mi cómplice. Yo me limitaba a arrojar una gélida mirada sobre las afanadas promotoras crediticias. Entonces, la Naila le echó el ojo a unos zapatos, y corrió hacia la tienda en donde éstos estaban en exhibición. Obvio, yo salí tras ella. Error. Las señoritas de Banamex aprovecharon esa ventana de oportunidad para implementar sus brutalmente eficientes estrategias de lavado de cerebro. Cuando finalmente logré dar alcance a la Naila y  la llevé hasta donde estaba su mamá, me di cuenta que ya estaba firmando la solicitud que le habían puesto en las manos las empleadas de la mencionada institución bancaria. Cuando las chicas se alejaron a acechar a otro incauto, en la mirada de la Claudia había una expresión de incomprensión que parecía decir: “¿Qué carajos acaba de pasar aquí?”. Hasta ese momento, el asunto me pareció muy gracioso. Sobre todo porque la Claudia había sudado la gota gorda tratando de esquivar los embates de las testarudas señoritas. Finalmente, aún cuando por política no uso tarjetas de crédito, acepté de buen grado el plástico adicional. Total ¿qué tan malo podría ser?
            Qué equivocado estaba. Lo que siguió de ahí fue un total viacrucis. En principio, pasaron los meses y la dichosa tarjeta adicional nunca llegó a mi domicilio (como las señoritas habían afirmado que ocurriría). De hecho, el asunto quedó en el completo olvido. Hasta que ya iniciado el 2012, la Claudia descubrió que en su estado de cuenta aparecían unos gastos que ni ella ni yo habíamos hecho. Desde luego, éstos estaban asociados con el plástico adicional en cuestión. Al principio, pensamos que había sido un error. Entonces, con todo el optimismo del mundo, nos comunicamos al banco para hacer la aclaración correspondiente. Cosa de un minuto o dos, creíamos. ¿Cómo nos pueden cargar algo comprado con una tarjeta que nunca nos entregaron?. Sí, seguro debe ser una equivocación. El dependiente del otro lado de la línea confirmó que, efectivamente, los cargos estaban hechos, y no había de otra más que pagarlos. Sí, claro. Sólo que la tarjeta nunca nos fue entregada, dijo ella. Pues ése no es problema del banco, señorita. Comuníqueme con su superior, pidió la Claudia. Yo soy mi superior, contestó el telefonista. Y así se sucedieron las cosas, por alrededor de una hora.
            Luego de varios días de llamadas y correos electrónicos aclaratorios, Banamex decidió abonar a la cuenta de la Claudia los cargos erróneamente hechos. Mientras llevamos a cabo la investigación correspondiente, planteó la institución bancaria. En ese momento, creíamos que el asunto se había solucionado. Un mes después, los cargos aparecieron de nuevo en el estado de cuenta. Luego de las obvias llamadas al servicio a clientes de la honorabilísima institución, ellos sentenciaron que ni aunque moviéramos el cielo y la tierra podríamos evitar pagar. En ese momento se le subió lo Fernández a la Claudia, y se fue derechito a la CONDUSEF. Ahí le solicitaron que documentara el caso, y que ellos se encargarían de asesorarla. Se entregó el expediente correspondiente, y muchas semanas después, llegó una respuesta de parte de Banamex. En ésta, luego de lo que ellos llamaron una acuciosa investigación, habían determinado (de una manera totalmente unilateral, que nos sumió momentáneamente en la indignación y la impotencia) que, por ponerlo en términos elegantes, nos habíamos chingado. Que lo que se debía era responsabilidad nuestra, y que no teníamos más opción que pagarlo. Para ello, Banamex sustentaba sus afirmaciones en un conjunto de pruebas: una copia fotostática de una credencial del IFE apócrifa; algunos vouchers con firmas que no eran ni las de ella ni las mías; y una cartita que palabras más, palabras menos, describía el “proceso investigativo”.
            Como era de esperarse, luego de la indignación llegó la furia. Así que con las evidencias del sucio fraude nos enfilamos de nuevo a la CONDUSEF, para pedir un careo con alguien del banco. Vale la pena señalar que entre el inicio de este viacrucis  y el enfrentamiento final y decisivo con Banamex, transcurrió casi un año. Finalmente,  nos convocaron para el día 19 de septiembre. Teníamos que llevar el expediente completo, y presentar las pruebas que consideráramos pertinentes. Desde luego, yo iba instalado en la actitud de echar patadas y espuma por la boca. De la Claudia mejor no digo nada, sólo que infundía temor. Así las cosas, llegamos a CONDUSEF puntualmente. Diez minutos después de la hora fijada, nos atendieron. Ahí estaba un representante legal de Banamex, quien prácticamente no dijo nada. Aceptó que era un error, y que el banco desistía de seguirnos chingando (han de saber ustedes que nos llamaban a altas horas de la madrugada para “sugerirnos” que hiciéramos el pago). Luego de muchos meses, la furia contra la máquina había dado frutos. Banamex se rendía. Por supuesto, yo no pude evitar darle un recargón al señor abogado, al decirle que deberían investigar la organización en la que estaba, la cual era de corte mafioso, fraudulento y gansgteril.
Así que con todo respeto, claro, sólo me resta decir: ¿no que no tronabas, pistolita?  

PD.
La venganza de Banamex: resulta que teníamos domiciliado el pago de CFE justamente a la tarjeta bancaria en cuestión. Para no hacer el cuento largo, baste decir que desde ayer jueves no tengo luz en casa por falta de pago. Well played, Banamex.