domingo, enero 27, 2008

El Orfanato


No soy crítico de cine. Ni de nada. Hacer crítica (literaria, filosófica, cinematográfica, en fin, intelectualoide), me parece una actividad parasitaria [because those who can’t do, criticize]. Basta recordar que hasta el criticón o criticona más subversivo no hace sino reificar el sistema sobre el que dirige sus diatribas. Dicho esto, pasemos a lo que sigue. Hace mucho que no iba al cine. Más de lo debido. Sin embargo, luego de arduas gestiones, logramos que el Roger nos cuidara a la Naila; así que el viernes pasado Laclau y yo pudimos escaparnos a los Lumiere. Estábamos indecisos entre “Soy Legenda”, y “El Orfanato”. Al final nos decidimos por esta última. Como lo he dicho aquí cientos de veces, mi género preferido es el Terror, por lo que entré a la sala dispuesto a reírme como loco. Y así lo hice un par de veces. Pero la risa fue provocada porque me divierten las desgracias ajenas, y no tanto porque la película fuera absurda o ridícula. Más bien, el filme de J. A. Bayón está bien conducido, y produce los efectos que busca. No obstante, abusa un poco del bu fácil, del fantasmazo, del portazo a las espaldas y el arrastrado de cadenas, recursos típicos del género. Pero aparte de eso, el conjunto es coherente consigo mismo y con la tradición de este tipo de cine: atmósferas oscuras, el eterno retorno al hogar, la búsqueda de respuestas, niños desamparados [y muertos], malicia, etc. Quizá el mayor logro de El Orfanato se que ya hacia la última parte logra situar el horror en el mundo terrenal. Nada de fantasmas. La realidad que J. A. Bayón nos muestra es tan terrible, tan abrumadora, tan posible, que provoca un miedo innombrable. En una secuencia que dura cuando mucho un par de minutos, el director logra plasmar el horror del dolor más puro, cuando Laura (Belén Rueda), descubre el cadáver de Simón, su hijo adoptivo.

Sin embargo… Desde mi particular punto de vista, la película debió haber terminado ahí. Cuando la culpa y la desolación inundan todo el entorno. Pero no. El filme siguió, armando un final asqueroso. El típico happy ending lanza al caño todo el desarrollo anterior. Simplemente no es posible que una película de terror termine en abrazos lindos. No, no y no. Me resisto. Es completamente vomitivo. Al grado de que tuve que sacar a rastras de la sala a Laclau, porque no pude soportarlo más. Fuera de eso, la peli me gustó. Además, el costume de Simón es bastante espeluznante.

Duh.

domingo, enero 20, 2008

Mantras sueltos

Yo soy el vacío que amenaza con devorarme.
El núcleo de mi ser es aquello que obtengo a cambio de mi sacrificio: nada.
Una vez más, yo soy el vacío. Mis características empíricas costituyen el contenido positivo de mi persona y en este sentido no son sino variables contingentes.
El sujeto se encuentra a sí mismo justo en el momento en que la negación deja de ser determinada y se convierte en absoluta; en otras palabras: la mirada del sujeto está inscrita de manera fundamental en el objeto percibido.
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La Literatura (con mayúscula), al igual que la Filosofía, (qua disciplina institucionalizada) no es sino uno más de los múltiples discursos del Amo, del Gran Otro.
La posición de las palabras lo DETERMINA todo; es preciso transformar la reflexión determinada en la determinación reflexiva. Hay que trasladarse de las posturas verdaderas a la verdad que habla.
Los tres grandes secretos de todo escritor (con minúscula)que se precie de serlo son dos: la lectura (voraz).

domingo, enero 13, 2008

Evanescencias

¿Qué queda después de todo esto? ¿Qué es lo que sigue? Preguntas justas. De entrada se me ocurre que, desde este lado de la acera, habrá un aferramiento al recuerdo, un anclaje profundo en la nostalgia. No habrá más qué hacer que contemplar cómo poco a poco se irá difuminando tu rostro, cómo tus ojos se desvanecerán, como cerrándose; y la sensación de estar en ti, de tu tacto y tu sabor, serán domesticadas mansamente por la memoria. Me interrogaré si aquello era así objetivamente, o si mi subjetividad lo transformaba en magia, en un abismo pleno. Despacio repetiré cada uno de tus nombres, como para invocar esa mirada de miel y avellana que me atravesaba por completo, intentando situar el olor de tu cuerpo en alguna parte del mío, fijarlo irrevocablemente para que permanezca ahí, eterno y dulce, sin abandonarme más. Me sorprenderé reviviéndote frente a un minúsculo rectángulo rojo, pretendiendo decidir entre la ausencia y el olvido, y refugiándome de cualquier modo en una inevitable sonrisa provocada por la tristeza. Recorreré los sitios cotidianos donde te veía, casi inmutable, pensando quizá en una fotografía, en un puente, en una sombra o en un pliegue de piel. Abriré una puerta, seguro de un encuentro casual, en alguna parte. Y detrás no habrá nada, sólo yo, y quizá un espejo, y una flor amarilla que será una vez más el ancla, el elemento coagulante, el detonador de tu presencia. Esto es así, me insistiré, buscando minuciosamente una palabra que no deseo articular, pero que resuena fuerte, poderosamente, y que rasga de manera brutal, abriendo una herida inmensa, intangible, como esos nombres que quizá no vuelva a pronunciar.

miércoles, enero 09, 2008

Ay, no mames

Factum brutum: no hay afirmación más ideológica que aquella que postula que vivimos en una época en la que la ideología ha sido superada. Sin embargo, dicha afirmación resulta cada vez más adecuada. A todas horas y en todo lugar, uno se encuentra inmerso hasta el cogote en el ámbito de lo ideológico. No hay escapatoria. Aún en los sitios más inesperados: tanto en el más inocente consejo que brinda la abuela, como en los programas gubernamentales más profundos y progresistas. La vida cotidiana está plagada de ejemplos. Tomemos algo tan simple como un viaje en avión. ¿Acaso la sonrisa implantada en todos y cada uno de los que componen el personal de abordo no ejerce una profunda labor de ocultamiento? Recordemos que cada vez que ingresamos en la cabina de uno de estos aparatejos estamos propensos al más terrible desastre. Confiamos en que la sonrisa del piloto o la sobrecargo esté originada por la seguridad de que llegaremos bien a nuestro destino. Sin embargo, la eterna sonrisa de estos personajes tiende a enmascarar lo horripilante de la situación. “Bienvienidos”, nos dicen cuando atravesamos la pequeña puerta con nuestras mochilas o maletines. Haría falta que complementaran la frase: “Esperemos no morir hoy”. Luego, una vez con los cinturones abrochados y a punto del despegue, comienza el ballet del horror: con movimientos gráciles, elaborados, las sobrecargo comienzan a señalar las puertas de salida y los procedimientos de emergencia. Pareciera que la labor de estas personas es hacernos más placentero el viaje. No obstante, su verdadera función consiste en presentarnos de manera bonita lo espeluznante que puede ser un accidente aéreo. Ideología pura.

lunes, enero 07, 2008

Jump

Este que ves aquí no soy yo, sino mi sombra. Menos que eso. Apenas el contorno de lo que solía ser. La copia de una copia de una copia ad nauseaum. Espejo roto. Trapo hervido. Desgastado y confuso. Borroso. Un mero intento. El inacabamiento más conspicuo. Cada día que pasa soy un poco menos. Me miro con nostalgia desde este lado del abismo. Veo a aquel que se está quedando allá. Y me observa, con algo de desprecio o indiferencia. Agacho el rostro. Imposible sostener la mirada. Sólo queda el vértigo del salto. Y con suerte. Con suerte…