martes, junio 30, 2009

Indudable

Cada día que pasa me convenzo más de que la vida exige, cuando menos, una doble apertura. Por una parte, es preciso tratar de ser Uno siempre y en todo lugar. Por otro lado, también se requiere presenciar, desde la Otredad, aquello que Uno hace. Amalgama del testigo y el protagonista.

miércoles, junio 24, 2009

Preguntas

  • ¿El lenguaje constituye las coordenadas donde nos desplegamos? ¿Alude a las reglas del juego? ¿Es el juego mismo?
  • ¿Explorar los límites del lenguaje desde el lenguaje mismo no hará estallar toda certeza?
  • ¿Centrarse en la enorme magnitud de las cosas diminutas y en la idea de que los efectos preceden a las causas (qua motores del ejercicio de mi escritura)?

jueves, junio 18, 2009

Voto por voto y partido por partido

Hasta hoy, había logrado evitarlo. Pero en estos días, el tema de la próxima coyuntura electoral es ineludible. A cada rato, en cualquier lugar, uno se siente inserto en plena Matrix, a la manera de un Neo región cuatro frente a un Morpheus de corte acapulqueñolancheril, justo en la escena en la que éste le ofrece a aquél un par de píldoras que afectarán irrevocablemente su futuro. Y no hay otra opción más que tragarse una de las dos: o votas, o anulas (con sus respectivas variantes: te abstienes, no vas a las urnas, votas por Cantinflas o Brozo, etc.). Pareciera que no hay lugar para dónde hacerse. Honestamente, me había hecho el propósito de no opinar al respecto, pero para seguir con la figura cinematográfica enunciada arriba, se hace cada vez más urgente romper la polaridad y exigir una tercera píldora. ¿Anular o no anular? Esa no es la cuestión. El dilema, por decirlo kunderianamente, está en otra parte.

Desde hace unas semanas, cada que alguien me interpelaba acerca de tal asunto, me negaba a contestar, o lo hacía con respuestas evasivas. De ésas que aluden a la secrecía del voto, a la libertad individual de pensamiento, o al derecho que tenemos los ciudadanos de votar (o no) por quien nos pegue la gana. Desde la perspectiva del preguntante, mis respuestas esquivas resultaban contradictorias, sobre todo viniendo de quien, se supone, es un estudioso de este tipo de cuestiones. Esto es así porque, como sabrán algunos, lo mío, lo mío, lo mío, es analizar tanto la apatía con respecto a la política formal, como el surgimiento de nuevos lugares donde se condensa lo político; y el modo en que ello incide en los contornos de un régimen como el nuestro. Así que pudo más la comezón que provoca la necesidad de no quedarse callado, que el voto de silencio que me había impuesto.

De modo que, a pesar de que lo respeto infinitamente, y lo considero una excelente vía para expresar el hartazgo, me parece que el ejercicio de anulación del voto, propuesto por algunos sectores de la sociedad civil, varios intelectuales, y un par de medios de comunicación es, aunque legítimo, algo terriblemente ocioso y redundante. No me cabe duda que para arrojar luz sobre el profundo desencanto de la ciudadanía basta revisar alguna de las ya varias encuestas sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas efectuadas por la Secretaría de Gobernación. Ahí queda más que clara la brecha abismal que se ha abierto entre gobernantes y gobernados. Es más, basta con sacar el tema en cualquier conversación de café para sentenciar la plática con el conocido mantra que reverbera con el eco de siempre: “pinche gobierno”. En este sentido ¿vale la pena regalar una elección (aunque sea intermedia) para evidenciar lo que es más que sabido?

Ante una postura como al que trato de argumentar aquí, no faltará quien me acuse[1] de reaccionario, gobiernista, o peor aún, protagonista de anuncio televisivo del tipo “¿tienes el valor, o te vale?”. Y está bien. Pero que no se me malinterprete. No sugiero aquí que participar en la política mediante la anulación del voto esté equivocado. Todo lo contrario. Considero que constituye una vía tentadora y significativa. Lo que me interesa señalar es que esa tendencia/invitación/¿movimiento? parte de dos premisas equivocadas. Supone, en principio, que el campo político está estructurado por instituciones políticas sensibles, verdaderamente representativas, cercanas a la ciudadanía, capaces de efectuar una lectura adecuada de los resultados arrojados por el conteo de los votos (nulos y anulados). En segundo lugar, y derivado de lo anterior, se asume que la acción de cruzar por completo la boleta (o dejarla en blanco), sin elegir a un partido/candidato en específico, va a tener —más allá del impacto mediático y simbólico— algún efecto jurídico, normativo, o incluso, moral; y dese luego, sabemos que no será así. Recordemos que los votos nulos (intencionados o no) no producen gobierno;[2] ni siquiera afectan la distribución de las plurinominales, puesto que los procesos electorales en México contemplan un principio de mayoría relativa (no se requiere, pues, un mínimo de votación para que las elecciones sean válidas). En un sistema como el nuestro, lo que vale verdaderamente son los votos contantes y sonantes.

Es más, contribuyo al caos ofreciendo mi propio pronóstico (el cual es más molesto en la medida en que nadie me lo ha pedido): aún si se contabiliza el poco más de un millón de votos anulados necesarios para que la estrategia no se confunda con las tendencias observadas en distintas elecciones intermedias pasadas, prevalecerá, como siempre, el interés individual del candidato/el interés partidista por encima de las preocupaciones ciudadanas. A lo anterior se suman los distintos vaticinios que ya se han hecho por parte de la gran mayoría de los políticos y los comunicadores: la elección la decidirá el voto duro de las dos principales fuerzas políticas en el país; de pasada, se le hará el “caldo gordo” a tales instituciones políticas y se perjudicará a los partidos emergentes (si es que hubiera tales); se obliterarán las posibilidades de reformar verdaderamente el sistema político porque en el poder quedarán aquellos a quienes no les conviene ninguna transformación; el movimiento anti-voto (por llamarlo de algún modo) responderá sólo a la coyuntura electoral, y no producirá posteriormente un colectivo que exija y de seguimiento a propuestas como, por ejemplo, la revocación de mandato, la implementación de candidaturas ciudadanas fuera de la estructura partidista, la fiscalización efectiva de la política, etc.

Visto así, el voto nulo es una daga de doble filo: por una parte documenta el vacío terrible que puebla a la política formal en México; el brutal desgaste al que ha estado sometida la ciudadanía desde que se parió el sistema político mexicano hasta el fracaso de la alternancia y la supuesta transición democrática; expone, de forma significativa, el despecho que nos generan los políticos: equivale al “¡que se vayan todos!” que cimbró a Argentina hace algunos años. Pero por otra parte, es prácticamente como regalarle a la clase política una patente de corso, una carta (boleta) endosada en blanco: contribuye a dotar de mayor poder y manga ancha a aquellos a quienes pretende afectar. Finalmente, alguien saldrá triunfador de la próxima coyuntura electoral. Aún cuando el ganador gobierne a lo sumo sólo con el apoyo de un porcentaje mínimo del padrón. En este contexto, el horizonte que se vislumbra es terriblemente incierto. Sobre todo si se considera que, para variar, hay una especie de enfrentamiento maniqueo entre jacobinos y liberales, entre rojos y azules, entre votadores y no votadores. Insisto, y vuelvo a la figura cinematográfica del principio: es preciso exigir una tercera píldora: ¿votar o no votar? Ése no es el dilema. Anular el voto no es sino una forma más de reificar el orden establecido. Ocupa el mismo estatus ontológico que el voto duro. La verdadera crítica, la más certera, es más, la única posible, radicaría en que el ciudadano de a pie, el que habita la vasta zona gris del promedio, se involucrara de lleno y en masa en la cuestión política; se preocupara por analizar a fondo las distintas plataformas electorales, que las vinculara con su vida cotidiana y decidiera su voto (diferenciado) en función de ello. Sería fundamental, pues, que como acto de protesta, la ciudadanía se plegara a la más pura ortodoxia democrática, y se volcara a las urnas este cinco de julio, y votara de manera pensada, diversa, informada. Voto por voto. Pero no sólo eso. Lo diré sin tapujos, aunque se me tache de ingenuo: sería preciso, en última instancia, que el ciudadano promedio se decidiera a ir por los partidos, es decir, que finalmente se atreviera a tomar por asalto a esas instituciones obsoletas, y que las renovara desde sus cimientos. Eso sí que sería una verdadera lección para la patética clase política.

Lo demás genera una falsa sensación de activismo y de participación; algo así como el equivalente del famoso “atole con el dedo” (y peor aún, con el dedo medio).



[1] Y desde luego, tales acusadores deberían aprender, primero, a mirarse al espejo (o si se le quiere dar un tono más espiritual al revire, deberían darse cuenta de la enorme viga que obstaculiza su mirada, antes de quejarse de la paja en el ojo ajeno).

[2] Sería preciso preguntarse, también, si realmente la votación nula produce ciudadanía.

Hermanito

¡Feliz cumpleaños! Cómo chingados no.

miércoles, junio 17, 2009

Ni modo

Ah, el alma. Definitivamente no es lo que solía ser.

martes, junio 16, 2009

Felicidades


Feliz cumpleaños, bonita. Tú y tu mami son lo mejor que me ha pasado en la vida.

domingo, junio 14, 2009

Ni modo

Frente al texto "Mapa repentino de la locura", de Rafael Pérez Gay (y frente a otros doscientos cuarenta y cinco, de distintos autores), lo confirmo: cada vez que escucho/leo cualquier canto a las horripilantes maravillas de la capital, se me cuela en el cuerpo un fuerte ataque de cariño provinciano. Claro, no tenemos Una región más transparente porque no nos hace falta. Aquí puro Llano en llamas, sí señor.

martes, junio 09, 2009

Como dice el viejo...

...y conocido refrán: Nada más ves profe y se te ofrece clase.

lunes, junio 01, 2009

Libertad (patito)