lunes, diciembre 17, 2007

Naila



Tus primeros seis. Y los míos, chaparrita. Y los míos.

domingo, diciembre 02, 2007

El primer texto de Naila

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domingo, noviembre 25, 2007

Uno

Metatextos cambió de casa. Ahora están acá. He aquí mi contribución.

—A ver, Donchuy. Platíquenos lo que le pasó con aquel compita suyo, que dizque ya se había muerto. Yo le invito su mezcal si nos lo cuenta.

—¿Para qué? ¿Para burlarse? —El ebrio agachó el rostro y volvió a hundirse en sus pensamientos. El joven le ordenó entonces a la mesera que le llevara dos vasos de mezcal a aquel sujeto.

Luego del primer sorbo, el ebrio comenzó a balbucear: —Andaba fuera del pueblo, cuando me avisaron que mi amigo había muerto. Llegué tres días después. Cuando me vio en la puerta, la hermana de mi amigo me abrazó, gritando: “¡está muerto, Jesús, está muerto!”. Me acerqué hasta donde estaba él, y lo contemplé un rato largo. Parecía dormido. Para entonces yo ya tenía algo de fama como mago/adivinador. “Hacedor de maravillas”, me decían. Así que me pareció normal gritarle que se levantara. Llorando, le grité una vez más. Abrió los ojos. Intentó erguirse. ¡Lázaro!, gritó una de sus hermanas. Ella se desmayó. Casi me cago del susto. No terminaba de acostumbrarme a lo que podía hacer. Ya ves, a eso me dedicaba yo en aquellos tiempos. Pero ahora…

La burla del grupo no se hizo esperar: “¿Entonces se levantó y andó?”, preguntó el joven. “¡Anduvo, pendejo!”, le contestó otro, siguiendo el juego. “Bueno, sí anduvo pendejo un rato, pero ya después se compuso”, contestó éste, completando la broma. El estallido de risas fue generalizado. El joven sacó un billete de 50 pesos de su cartera. Lo arrugó y lo lanzó al piso. Todos reían a carcajadas. —A ver Donchuy. ¡Ahora baile! —El ebrio, terriblemente humillado, recogió el dinero. Éste era el precio de la inmortalidad, la insignificancia de ser dios.

Le dio un sorbo a su mezcal, cerró los ojos y —sin llorar, casi— se puso a bailar.

martes, noviembre 13, 2007

i latina

Este es el ejercio 6 de Metatextos. A ver qué tranza:


Desafío: intentar escribir varias líneas utilizando mi signo favorito. Definámoslo: I latina. Bellísimo signo. Minúsculo. Casi insignificante. Línea. Puntito. Medianía. Duplicidad ¿Sería posible satisfacer mi desafío? ¿Ejercicio literario estúpido? Quizá, pensaría alguien. ¿Mi perspectiva? Difícil cumplirlo, sí. Indudablemente. Casi. Ji, ji. Obstinación, obstinación. Graciosa obstinación. Comenzaría escribiendo figuras, adornitos metafóricos típicos, infaltables invitados literarios: paisajismo intimista, insalvable abismo, mirada infinita, brutalidad minimalista, fluir infame. ¿Haríamos literatura sin ti, i latina? Sí. Literatura baratísima, letrina. Mira: contigo, i latina, transito hacia territorios impensables, relacionados intrínsecamente, sin siquiera decidir si sigo intentando, si continúo así, deshaciendo signos, deshilvanando significados, pretendiendo integrar horizontes disímiles, parodiando, disimulando mi terrible incapacidad literaria. I latina: seguiré fingiendo, haciendo coincidir artificialmente letritas, letreritos, gerundios, diminutivos, infinitivos. ¿Sí entiendes, querida i latina? Escribiré minuciosamente, sin incidencias, sin estridencias, conduciré mis líneas haciendo malabarismos, fijando asideros, practicando variaciones temáticas, difundiendo historias mínimas, sobrevivencias. ¿Quieres finalizar aquí? Interrogación inútil. Seguiré siempre, siendo paria literario. Gracias i latina. Mi letrita favorita.

martes, octubre 16, 2007

Conversación (real)

—¿Es usted comunicólogo? —Me preguntó entre sorprendido y admirado. Yo no supe si me lo decía a manera de insulto o de cumplido.
—¡Claro que no! Yo sí estudié. —Le dije.
—Ah. ¿Y qué estudió?
—Cómo hacer y presentar estas vistosas figuritas y adornos de macramé.
—Con razón.
—Así es.

...

[silencio grillesco. aire denso]

viernes, octubre 12, 2007

Concubia Nocte

Miró la carátula de su reloj. Estaba rota. Con el último golpe que le había propinado al hombre, el minutero se había detenido en el minuto cincuenta. En su cara se dibujó una mueca (su mejor intento de sonrisa). Contempló el cuerpo inerme a sus pies. Lo pateó una vez más. Bufó. Ya todo había comenzado. Salió de la habitación y se dirigió a la de los gemelos. La madre aún permanecía amordazada en la silla del fondo. Ella había sido quien más trabajo le había dado. Pero ya todo estaba solucionado: ahora contemplaba horrorizada al hombre aquel, al dirigirse al cuarto de sus bebés, orando por un milagro que los salvara. Pero nada. El extraño se detuvo frente al espejo del corredor; éste le retornó una imagen monstruosa, deforme, de sí mismo. Palpitaba. Hizo una caravana teatral. Se sintió satisfecho. Disfrutaba atacar a sus presas. Bendita lucidez. Era un cazador y estaba de fiesta, feliz como un niño en una confitería. Luego, ocuparse de los gemelos fue más fácil. Bastó encender la luz para que ambos se paralizaran por el miedo. La pequeña fue quien recibió el primer golpe. El chico quiso gritar al ver que su hermana era arrojada de bruces contra la pared. Pero un martillazo en pleno rostro lo impidió. Ars adivinatoria, quiromancia, deducción imbécil: faltaba hacerse cargo de la mujer. Y también faltaba construir una cárcava para esconder los cuerpos. Mucho trabajo por hacer. Pero Él estaba al mando. Él era el productor del miedo. Aterrorizaba. Así que ella trabajaría. Una vez decidido esto, bajó hasta la cocina. Sacó unos chilaquiles del refrigerador. Les untó crema. Los metió en el microondas y luego se dispuso a cenar. Estaba melancólico, meditabundo. Afuera, una libélula perdida, (está emborucada, pensó) golpeaba una y otra vez la ventana.



Pubicado en Metatextos 2.0. El ejercicio fue muy interesante.

martes, octubre 09, 2007

Puro Madrazo

Es curioso. Al principio da un poco de pena ajena darse cuenta que Roberto Madrazo, ilustre ex candidato a la presidencia de nuestro lustroso país, hizo trampa en una maratón en días pasados en Berlín. «¿Cómo es posible?» Se pregunta uno. «¿En qué cabeza cabe?». Luego viene el enojo: «¿Trampa? ¡No mames!». Posteriormente llega al cuerpo un poco de indignación mezclada con algo más bien indefinible, muy cercano a la incredulidad: «¡Y en Alemania! De plano no se puede con esta gente», termina uno por decir. Pero poco a poco, todo ello deja de ser tal y se va convirtiendo en algo más, en algo sustancioso, más significativo, más propio y familiar. Así, el acto del tabasqueño deja de ser penoso y se transforma en un verdadero referente simbólico, en un excelente estandarte para una posible campaña política, puesto que condensa en sí la forma de ser de una nación entera. Los estrategas de ese señor deberán sacarle el mayor partido a los actos de su jefe. Seguro que no hay mexicano que no se identifique con ese chilanguísimo modo de ser.[1] Y si los hay, son pocos, y medio hipócritas. Si Madrazo hubiera hecho esto un poco antes de las elecciones de julio de 2006, de verdad que no hubiera perdido de manera tan estrepitosa la presidenta; por lo menos mi voto hubiera sido para él. Y estoy seguro que el de muchos ciudadanos también.

¿Por qué?

Es bastante simple. He estado leyendo tanto en blogs como en diferentes diarios muchas opiniones cargadas de encono, exacerbadas porque el ex candidato supuestamente nos “ha dejado en vergüenza frente al mundo”. “Si esos son los que se postulan como gobernantes, imagínate cómo es el resto de la población”, se lee por toda la Internet. Pero una revisión más atenta indica la verdadera profundidad del acto: al tomar un atajo y ganar el maratón, Madrazo no hace sino ilustrar una estrategia para dar el paso del en sí al para sí, encarna en sí mismo al superhombre nietzschiano, al Sujeto (con mayúscula) planteado por Touraine y muchos otros. El tabasqueño con su hacer nos está mostrando el verdadero camino a seguir, la única salida que existe para ser competitivo en un entorno terriblemente competido. Uno de nuestros mejores recursos consiste en el famosísimo ingenio, reconocido a escala mundial. Es preciso que tal ingenio deje de ser en sí, y se transforme en para sí, en un algo capaz de hacernos sobresalir en el concierto de naciones. Madrazo encarna, pues, esa transformación. Sin duda. Lo único reprochable es lo tardío del acto. Si hubiera sabido que él era capaz de eso en el 2006, hubiera tenido mi voto. Como reza el viejo y conocido refrán: el problema, en última instancia, no es la trampa, sino el descubrimiento de ésta. Pero fuera de eso, ¡gracias Madrazo por mostrarnos el camino!

Ajá.



[1] Por favor, que no se me malinterprete. Lo chilango es una forma de ser, que no [sólo] remite a las personas que habitan el defectuoso. Con ello me refiero a la bonita actitud de “me chingas o te chingo” que prevalece en buena parte del país. Así, hay chilangos originarios de Jalisco tanto como hay chilangos de Oaxaca o Chiapas o de cualquier parte de la República. Es más, de hecho, yo he conocido finlandeses bastante chilangos.

domingo, septiembre 23, 2007

Naila

La más pura apertura al mundo. La capacidad de asombro más transparente. Ojalá y nunca la pierdas, Naila.

viernes, septiembre 14, 2007

Saudade

Añorarse, esperarse a uno mismo con el anhelo no tan secreto de re-encontrarse, de descubrirse en alguna parte de estos despojos, casi como casualmente, para guardar las apariencias. Es paradójico: conforme me acerco a esto que ahora soy yo, me alejo cada vez más de mí mismo. Hay en ello una brecha, un atisbo de nostalgia, la desazón que produce no saberse pero intuirse, de no reconocerse en el espejo aún a sabiendas de que ese perro viejo no es sino una de las versiones de uno mismo, es decir, la copia de una copia de una copia de una copia ad nauseaum. Todo intento de capturarse prueba ser la más ineficaz vía para el auto-reconocimiento, un abismo de nada pura, una falla conspicua. El sinsentido más radical. Habría que implementar una estrategia, postular la desaparición última, el olvido. Deshacerse de todo esto, de cada uno de los finos hilillos, cortarlos de tajo, y dejar que el cuerpo languidezca, flácido, no más títere, no más bufón, no más nada. Nada. No más nada.

martes, agosto 28, 2007

Ajá

Estoy hasta la madre de observaciones sociológicas. Me dan hueva. Sobre todo porque no soy capaz de evitar hacerlas. Ni modo. Es que… Pudiera pensarse que las cifras macroeconómicas son el mejor indicador del desarrollo de una nación. Sin duda, hay razones para ello. Pero enfocarse sólo en lo anterior constituye un error brutalmente garrafal. Habría que desplazar la mirada y contemplar otras aristas, para tener un panorama más certero. Una de ellas, quizá la más adecuada, radica en observar y ponderar aquellos temas que resultan más escandalosos para una sociedad. O dicho de otro modo, en considerar la pérdida de la capacidad de asombro como un síntoma del subdesarrollo. La relación entre el grado de desarrollo y el escándalo es bastante sencilla: entre más insignificantes, más triviales, sean las temáticas que escandalizan a la gente, se hace visible un menor grado de desarrollo. Si se atiende a lo anterior, se abre un panorama bastante más complejo, es decir, se rompe la primacía economicista. Así, por ejemplo, hace unos meses, en Argentina por poco y destituyen al presidente cuando hubo una leve ola de secuestros. Apenas unos cuantos. En cambio, en nuestro país, los secuestros son el pan de cada día. En Gran Bretaña la sociedad está indignada por el asesinato de un niño de 11 años. Para los Estados Unidos —quizá el país con el mayor índice de subdesarrollo, visto en estos términos— el escándalo seguramente consistirá en que la sociedad inglesa se escandalice por algo que en Norteamérica ocurre cada tercer día.

Pinches gringos.

viernes, agosto 24, 2007

Welcome back, dude

Una vez más ha vuelto este ser sombrío que tanta nostalgia me producía. De nuevo el rostro adusto, la mueca retorcida, el encrespamiento total. Otra vez la terrible desazón, la inquietud de sí, la sensación de no estar del todo en ninguna parte. Ha traído consigo la noción de estar ligeramente excentrado. Hay en él un abismo, una vuelta al vacío, a lo negro más profundo, al más puro cinismo. Como siempre, postula la ironía y el sarcasmo como el único modus vivendi posible [y deseable]. Lo había visto de manera esporádica, por instantes. Pero esta vez ha regresado por completo, con más bríos, con una fuerza inaudita que me debería hacer temerle [sospecho que esta vez desea quedarse]. Lo recuerdo a la perfección: la última vez que lo vi con claridad, —hace ya algunos años— era un ser borroso, opaco, débil; cuando mucho una fase a punto de agotarse. Pero hoy, frente al espejo, supe que había vuelto. Inmenso. Lo intuí primero en sus ojos, en los oscuros rastros del insomnio. Después lo corroboré por todas partes. Lo miro (no puedo dejar de hacerlo) y sé que ahora tiene perfiles afilados, bien definidos, casi peligrosos. Ha refinado sus métodos: antes llegaba a patadas y echando espuma por la boca. Hoy es discreto, silencioso. Se desliza de manera subrepticia; te acecha; y cuando menos lo esperas, salta a la yugular, rasgándola con sus putrefactos dientes. Sin duda ha cambiado, es cierto: por fuera hay algo, no sé bien qué, que es diferente; pero adentro, horriblemente adentro, sigue siendo él: aún hierve. Aún sulfura. Aún duele.

Lo había esperado tanto.

Bienvenido.

martes, julio 17, 2007

Tiyei

Tarea placentera y difícil a un tiempo la de poner por escrito, en un par de cuartillas, las impresiones y recuerdos acerca de mi habitar Tijuana, de mi estar en el Colegio de la Frontera Norte. Más aún si se piensa que escribo esto desde aquí, y ahora. Por otro lado, ¿acaso para recordar no es preciso apelar —primero y minuciosamente— al olvido? ¿Podré recordar entonces aquello que no he olvidado? ¿Cómo abordar en consecuencia la memoria, en su densidad aparentemente impenetrable? Intuyo que toda rememoración es un viaje infructuoso, un esfuerzo que intenta domesticar cronológicamente el pasado. Pero el itinerario es caprichoso y parece elegir al azar los puntos que constituyen su trayecto.
Considerando lo anterior, lo más correcto sería iniciar esta crónica con mi llegada al Aeropuerto Internacional de la ciudad de Tijuana; con las sensaciones que experimenté al bajar del avión; con el orgullo que me infundía —e infunde— sentirme parte del Colegio de la Frontera Norte; con el primer desconcierto que me provocó enfrentarme al pollero que intentaba convencerme de que sus precios eran los mejores, y de que con él, el paso al otro lado estaba garantizado. Quizá debería mencionar que la situación geográfica de las instalaciones del Colef me resultó espectacular, privilegiada, idónea, y que esa sensación nunca me abandonó durante los cinco años que rondé por ahí. Sería pertinente hablar de la enorme calidad de las cátedras (verdaderas conferencias magistrales) que recibí en las aulas, de las discusiones en los pasillos, e incluso, de los enormes debates establecidos en la cafetería, a la hora de comer. Sin duda, resultaría fundamental retratar la atmósfera reinante, por lo menos la de mi generación, la cual era una mezcla de la bohemia más radical con el compromiso estudiantil más profundo.
Pero no siempre se comienza por el principio o por lo aparentemente más importante. Además, sería incoherente de mi parte pretender someter a un supuesto orden la experiencia de una ciudad inaprensible, caótica, que se esfuma en cuanto se intenta capturarla, y que aparece cuando pretendemos olvidarnos de ella. A veces, enfocarse en los pequeños detalles resulta más productivo que ofrecer una mirada panorámica. En este sentido, rescato del olvido algunos momentos que me marcaron de manera profunda. Por ejemplo, la soledad brutal de mi primer resfriado en tierras tijuanenses: aniquilado en el frío exilio de un colchón de tercera o cuarta mano, que escupía resortes por todos lados, escuchando el rugir de los obligados fuegos artificiales que demarcan cada 16 de septiembre. Otro momento: el descubrimiento de que el departamento de Playas, donde vivía, tenía vista al mar; esto gracias a un extraño día soleado entre tantas semanas pletóricas de neblina. Uno más: las interminables y sabrosísimas noches que transcurrían en La Ballena, La Estrella o El Dandy del Sur, lugares donde el aire se tornaba duro, y la realidad dejaba de ser imaginaria.
Ahora que ha transcurrido casi una década de que saliera un día domingo de Guadalajara, con la mira de llegar al norte, comprendo que experimentar Tijuana, que vivirla, al menos del modo en el que yo lo hice, exigía una triple apertura. Por una parte, quizá situada en el centro de mi estar allá, se ubica la férrea disciplina y las demandas del mundo académico. Estudiar una maestría en el Colef realmente requería una entrega y un compromiso totales. Puedo decir, con orgullo, que en sus aulas —y también, de manera significativa, en los pasillos— conocí y conversé con la gente más lúcida e interesante con la que me haya topado nunca. Sus huellas están aquí por todas partes, indelebles, en esto que soy ahora. Y todo lo apr(h)endido ha mostrado ser eficaz en otros contextos, más allá del ámbito académico. Suena a cliché, pero haber vivido en Tijuana es lo que podría denominarse como a near life experience. Hay una anécdota de esas que se cuentan como si le hubieran ocurrido a uno, que resume a la perfección la vida [muchas veces monacal] en el Colef: luego de varios días y noches de observar las actividades de un grupo de jóvenes, uno de los guardias de la institución pidió audiencia con el director. Ello con el objeto de hacerle saber a éste que tales sujetos eran unos desobligados y que debería pensar en despedirlos. ¿Por qué? Porque no trabajaban ni hacían nada. Permanecían en las instalaciones hasta altas horas de la madrugada, improductivos, y a lo único que se dedicaban era a estar ¡leyendo y escribiendo día y noche! Eran estudiantes.
Por otro lado, más hacia la periferia de mi estar allá, emergía la necesidad de sorber la médula de Tijuana, ciudad rizoma, fragmentada, viva. Aquí lo que me viene a la memoria son los detalles ínfimos, como mi primer y pequeñísimo departamento, sin un solo mueble, ni gas ni energía eléctrica, en el que al principio nos apretujábamos seis estudiantes. Además, recuerdo con añoranza las septentrionales e intensas discusiones hasta altas horas de la madrugada, aderezadas con vino tinto y Carlos Gardel. Éstas, casi siempre giraban alrededor de los temas menos trascendentes [y por ello importantísimos] que puedan imaginarse: desde la ineficacia conspicua de la Selección Mexicana de Futbol, las múltiples lecturas de The Simpsons o Friends, hasta las ingenuidades garrafales cometidas por Habermas en su Teoría de la Acción Comunicativa. Así era mi habitar Tijuana, mi estar en el Colef. Por último, en el fondo o detrás, casi como una presencia ominosa, estaba la sensación de no estar del todo ahí, la escisión entre dos mundos, la urgencia de un eterno pero impreciso retorno. Insisto, escribo desde aquí, ahora, acerca de ese pasado que persiste, que aún está presente. Epítome de la nostalgia, juego de espejos, Tijuana ya no es para mí una ciudad. Es más bien una metáfora; una paradójica forma de ser, un estado mental, el puerto al que siempre es posible llegar. No me cabe duda: yo viví el Colef apenas un lustro, pero el Colef, al igual que Tijuana, me habitará para siempre.

miércoles, julio 11, 2007

P. N.

Por favor, no me dejes ser salvo. Permíteme reconocer que la búsqueda de redención no es más que un enmascaramiento, la estupidez más grande. Ayúdame a comprender que intentar librarse de algo, de cualquier atavío, no hace sino enfatizar la dependencia; que contribuye a profundizar el vasallaje. Indícame, en consecuencia, que habría que regodearse por completo en ti. Sumérgeme en el núcleo más perverso de todas tus doctrinas. Asfíxiame con tu falsa pretensión de libertad, hasta el punto sublime de la esclavitud y la sumisión absolutas. Sé que sólo así te haré feliz. Sitúame a tu izquierda, a tus pies. Aniquila todas mis ideas, deshazte de ellas para siempre. No me sirven. Prefiero que pienses por mí. Yo no importo. Lo dejo todo en tus manos. Beberé y comeré como un caníbal cualquier cosa que me pidas hasta el final de mis días, perpetuando así un pacto inútil con la nada. Ignoraré el muro de silencio y pretenderé que estás ahí, escuchándolo todo; sabiéndolo todo, perdonándolo todo.

Ajá.

jueves, julio 05, 2007

Mucho cuidado

A veces, las cosas ocurren precisamente como uno lo desea.

viernes, junio 29, 2007

Llueve

Una vez más la lluvia. Vieja conocida, anclaje de la nostalgia. Tus tranquilos rastros de agua son como pasajes de la memoria. Así, cada gota tuya se va transformando en un recuerdo, en un forzoso rescate del olvido. Cada pequeño fragmento de ti, cielo líquido, condensa en sí quizá una copa de vino, un tango, un aroma, el roce de una piel. Eres, quizá, el más grande cliché de lo prístino, purificadora de ciudades que se desperezan (pretendiendo ser lomos de ballena que emergen a la superficie) ante tu tenaz insistencia. Es suficiente con que te asomes por cualquier lado para hacer huir al vulgo que no disfruta de tu compañía, los acorralas, los obligas a la sombrilla, o al roñoso café que los salva de tu humedad. Rompes sus anquilosados órdenes como ha sucedido siempre desde aquella primera y ancestral gota. No saben que la vida está afuera, contigo, como infinita cómplice del disimulo, basta caminar un instante entre tus frágiles ráfagas, y levantar el rostro, para dejarse ir, sin que nadie sepa, sin que nadie se de cuenta que, sin que nadie note que la verdadera lluvia está aquí dentro.

sábado, junio 16, 2007

Naila


Bienvenida. Éste es el mundo. Ya lo iremos descubriendo juntos, lo construiremos al nombrarlo, lo iremos iluminando con los colores de tu mirada, con tus llantos y tus sonrisas, y tus dedos y los míos. Poco a poco lo recorreremos, guiándonos juntos, aprendiendo a conocernos, dejándonos huellas indelebles, pequeñitas las tuyas, y precisamente por ello, inmensas e inabarcables. Inventaremos un lenguaje propio, íntimo, para contarnos nuestros secretos. Sabremos de antemano que casi todo lo que hagamos tendrá un aire de iniciación, de misterioso ritual personalísimo, de búsqueda y encuentro. Llave universal, llegas a mi vida en el momento justo. Te presentas como un tornado fascinante, como una sonrisa de cuerpo entero, como un caos fundamental oculto bajo un ropaje dulcemente frágil. Pequeña revolución condensada en llanto, trastocas toda noción de orden, todo esquema, toda estructura. Te multiplicas por todas partes, delimitando un territorio, articulando un antes y un después en mí. Centro prístino, ahora todo esto que soy gira en torno tuyo. Día a día. Desdoblando el futuro, nos reconoceremos allá tal como aquí. Sabremos que tú eres en mí eso indefinible que es más que yo mismo, que me atraviesa por completo y me devuelve mi propia e imposible mirada. Y es en este estallido, en esta especie de umbral, en el que, al observarte, me descubro en ti, completo, circular. Total. Y sabré entonces que era cierto, que yo había estado aquí por ti y para ti. Y que estaré siempre. Pase lo que pase. Que no te quepa duda, bonita, eres mi particular vuelta al origen; mi infinito retorno. Mi causa. Mi promesa. Mi reencuentro. Mi verdadero hogar.

jueves, junio 07, 2007

Más instrucciones para ser feliz

Hace mucho que desterré de aquí (índice señalando sien) el deseo de protagonismo. No soy nada, nunca seré nada. Lo sé y lo acepto. Dejo la luz pública para otros. A mí, de plano no me interesa. ¿Por qué? Sencillo. Pienso que replegarse a la esfera privada, a la ínfima parcela personal, es una tarea titánica, descomunal. Sé que más de alguno dirá que la medianía es una práctica acomodaticia, facilona. Nada más equivocado. Ser del montón requiere disciplina, fuerza de voluntad, ánimo y destreza. No cualquiera lo logra. Hay que ser un genio para intentar ser nadie. Quien se cae y se levanta una y otra vez no hace sino mostrar su enorme estupidez, no su fortaleza. Ponerse de pie (o su variante piadosa: poner la otra mejilla) no hace sino revelar que la idiotez es la marca conspicua de los triunfadores. El conformista tiene todas las batallas ganadas, porque ya está donde desea, quiere y/o puede. Aquellos que luchan por llegar más alto han perdido la guerra desde un principio. Recordemos que bastan un par de triunfos más o menos significativos (el área o campo en el que se obtengan no es de importancia) para considerarse un ganador nato. Ello no tiene detrás mérito alguno. En cambio, ser un fracasado requiere de tenacidad y constancia: dejar de hacer, dejar pasar, una y otra vez, no es fácil. Permanecer en el suelo, soportando todas las embestidas, sin hacerle frente a nada. Eso es lo verdaderamente destacable. Desafortunadamente hemos sido educados con los valores equivocados (por lo menos yo y mi círculo más cercano). Nos han inculcado la grandeza como aspiración, haciéndonos olvidar que lo divertido está en el fango, en la decadencia. Y no en las alturas. Venga, dejemos atrás lo bonito, que ya de por sí está choteado. Exorcicemos la belleza y el triunfo. Adoptemos (y aceptemos) el fracaso, la falla estructural, la terrible escisión que nos hace ser esto que somos.

lunes, junio 04, 2007

Te esperamos...

Naila: Ya está todo listo. Sólo es cuestión de que llegues. Nosotros, aquí, te esperamos con un placer enorme.

Te amo.

miércoles, mayo 30, 2007

¿?

A veces, sólo a veces, mirarse al espejo constituye un terrible peligro: se corre el riesgo de toparse con uno mismo.

lunes, mayo 28, 2007

Sospecha

Cada vez más estamos ciertos de que yo y este otro que soy no estamos solos en este cuerpo. ¿Que haremos con tantas voces? ¿Ahora a cuáles les haremos caso?

viernes, mayo 25, 2007

Qué poca

¡Qué poca madre! ¡De verdad, qué poca madre! Resulta que ayer por la noche fui a comprar una medicina a las Farmacias Guadalajara que están cerca de casa. Hasta ahí todo bien. Sólo que al querer tomarme la pastilla esta mañana, me di cuenta de que la caja estaba ¡vacía! Luego de descartar las posibilidades obvias de desintegración, combustión espontánea, traslado a otra dimensión, etc., decidí ir a reclamar. Supuse que en las FG entenderían y me cambiarían mi cajita de pastillas sin mayor trámite. Pero al llegar allá, lo que obtuve como respuesta a mi queja fue un: “nosotros revisamos siempre la mercancía antes de que salga de la farmacia. Si usted no lo hace así, es su problema”. Desde luego, si hubieran sido aspirinas, me hubiera dado risa. Pero resulta que cada paquete me cuesta casi quinientos pesos, y sólo trae catorce pastillitas. Así que cómico, lo que se dice cómico, no me era. Y menos frente a la impotencia que me provocó la actitud de la gerente de turno. El caso es que, pobre, le dije hasta de lo que se iba a morir. Ni modo. A ella le tocó los platos rotos. Y a mí, otro quinientón, porque no puedo estar sin la dichosa medicina. ¿Y?

martes, mayo 22, 2007

Instrucciones para ser feliz

Desvanecerse. Desaparecer hasta quedar reducido a nada. Ir dejando jirones de uno mismo en cada letra, como un acto voluntario de purificación inextricable; como un reencuentro con el vacío abismal que llama y enaltece todo aquello que decae. Pero antes, es preciso revolcarse en el borde, disfrutando la suciedad y la podredumbre. Permitir que el vértigo tome el control, y se transforme en una piedra terriblemente fría en un lugar indeterminado, pero casi siempre cerca del estómago. Dejarse consumir hasta el hueso, roerse uno mismo ignorando el dolor y la incertidumbre. Reptar, invocando toda nostalgia del futuro, apreciar toda imprecación, volverse uno con la nada.

sábado, mayo 12, 2007

Megaforismo

Toda universalización requiere, para ser tal, de una excepción estructural, de una apertura imposible de suturar que anule toda posibilidad de universalización. Es precisamente este vacío, esta brecha inherente, el elemento constitutivo alrededor del cual se arquitectura cualquier noción de absoluto. En este sentido, la verdadera consecución de un objetivo se encuentra, precisamente, en cada uno de los intentos fallidos, en los esfuerzos por conseguirlo. O mejor aún, en convertir cada serie de fracasos en un triunfo. Así, no hay mejor ejemplo que las minúsculas victorias del perro sobre su cola, las cuales no radican, en consecuencia, en lograr alcanzársela alguna vez, sino en los círculos estúpidamente interminables que dicho animal da para ello. Eah.

Insomnia

Dejar que fluya. Sin pensar. Incoherencias. Lo demás no importa. Escribo porque me da la gana. Nada más. Dejar que fluya. Pensar en cosas es anular el pensamiento. Lo importante es el texto. Dejar que fluya. Abrir los sentidos para entender todo esto que es en mí algo más que yo mismo. Histeria colectiva. Desgranar palabras sin saber su significado. Y qué importa. Mejor dicho: a quién. Como si valiera la pena. El asunto consiste en dejarse ir, en mirar esa mancha oscura que se abre frente a nuestros pies y dejarse ir, entender que no es sino un abismo, una consecuencia del insomnio, la mordedura de un perro rabioso, el cáncer que crece bajo ese bonito lunar. Dejar que fluya. Aprovechar la falta de sueño. Despreocuparse. Excentrarse. Ser incoherente es la representación misma de la coherencia. Daño irreparable. Animadversión. Palabras estúpidas. Lo importante es no detenerse, continuar llenando de letras esta interminable hoja en blanco (que no es sino otra representación del abismo). Abrazar el vértigo, recibirlo con los brazos abiertos. Vomitar si es preciso. Vomitarlo todo. Aquí o en otro lado, pero lo crucial es vomitar. Deshacerse de todo lastre. Viaje profano. Sospecha de la inmundicia. Decaimiento, erosión de los pilares. Metáforas insulsas. ¿Por qué el rodeo? ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre? Dejar que fluya. Parece un mantra. Anotación en diario. Tan triste como una niña recién bañada para asistir al funeral… de su madre. Deberíamos de seguir esta línea, esta alusión a la madre, precisamente hoy. Pero qué flojera dan los psicologismos baratos. Terminaría hablando de Elektras y Edipos. Y hoy no. Ahora se precisa escribir. Dejar que fluya. Sin importar el contenido. Vomitarlo todo de un tirón. No retroceder. Domesticar el insomnio. Insomnio. Me gusta cómo suena. Me gusta cómo se ve esta palabra si uno entrecierra los ojos (¿acaso hay mejor indicación de que es preciso volver a la cama?). Saborear la falta de sueño. Martirizarse al pensar que el día va a ser largo. Pero antes, vomitar, como cualquier adolescente. Dejar que fluya. ¿Por qué la fluidez como trama? Una vez más, hay que estar alerta con los psicologismos de feria de pueblo. ¡Aléjate, aléjate! Vade Retro. Debo dejar de pensar. Y dejar que fluya. Pero ¿para qué? Ni siquiera vale la pena. Y quizá precisamente por eso. Pero las causas perdidas me dan más flojera aún. Basta ya. Volver. ¿A ser yo mismo? No. Eso no se vale. Por favor, no dejes que me salve. Me perdonaría todo, menos ser salvo.

Adiós. Me voy a la cama.

viernes, mayo 11, 2007

Estrategias para el olvido

Ni hablar. Habrá que ir desangrando esto poco a poco. Deshaciéndose de ello. Lavándose, despojándose, casi como una lenta purificación, como un ritual de paso. Minuciosa y aplicadamente caminar hacia ninguna parte, recorrer haciendo de la memoria una ficción, un olvido o algo peor.

viernes, mayo 04, 2007

Aviso

Hoy casi todo tiene la apariencia de un sutil simulacro, de un extraño distanciamiento, como si la realidad hubiese sido rasgada y se escapase de sí misma, gota a gota, por la mortal herida. Desde la extraña llave que encontré camino al trabajo, hasta el sujeto espantosamente tuerto que me siguió durante más de dos horas, mientras conducía mi auto. No sé cómo explicarlo. Pareciera como si debajo de las cosas se agitara algo, quizá un presagio, un aviso, el anuncio previo antes de… de… ¿qué? No sé. No sé. Aquí se percibe algo. Se cierne algo terrible. Ominoso.

Venga.

miércoles, mayo 02, 2007

Sí. Soy un intolerante

Laclau siempre está insistiendo en que debería ser más tolerante. Y yo, como siempre, me monto en mi macho y por supuesto, nunca le hago caso. ¿Por qué? Pues porque la tolerancia no es sino un eufemismo que tiende a enmascarar la tibieza de aquellos que no se atreven a adoptar una postura. En este sentido, hace unos días, publiqué un post relativo al aborto. Un estimado anónimo furioso me puso en la sección de comentarios lo siguiente:


“Que facilmente demagógicos tus argumentos... y que falsos...

«Que las mujeres puedan decidir»... que la iglesia defiende su poder... ¡¡¡PAMPLINAS PROGRESISTAS DE IZQUIERDAS PARA JUSTIFICAR LO INJUSTIFICABLE: EL ASESINATO DE INOCENTES.
Si ser progresista consiste en defender lo indefendible... prefiero no serlo”.

Desde luego, después de que dejé de reírme a carcajadas, le contesté por el mismo medio en estos términos:

Estimad@ anónim@: Primero, habría que conocer lo que significa demagogia. Palabras más, palabras menos, ésta remite a aquellas estrategias que interpelan a las emociones (tales como la culpa) de los sujetos para ganar el apoyo popular. You do the math. Ahora, no basta parafreasear a Lucerito para contradecir un argumento que, sin duda, es fácilmente demagógico. Ojalá y para la próxima le eches más ganas ¿sale? Yo sé que puedes. Ah, y una última pregunta ¿cómo se le llama a aquel que tira la piedra y esconde la mano?

Y ¡bum! Que se enoja más. Entonces, me escribió lo siguiente, a lo que iré contestando intolerantemente, punto por punto, para ponerle punto final a este comadreo que la verdad, me da harta flojera:

Pues como decimos en el foro “Ya que te gusta el arroz con leche…por debajo de la puerta te paso un ladrillo”:

Demagogia: Según la definición del DRAE: Uso político de halagos, ideologías radicales o falsas promesas para conseguir el favor del pueblo (en este caso el beneplácito de tus lectores).

Exacto, estimado anónimo. Eso es precisamente lo que está haciendo la Iglesia, al apelar a la culpa de los pobres cristianos, para posicionarlos en contra del aborto. Recuerda que quienes promueven la despenalización son transparentes en sus argumentos (y para colmo, aluden a la ciencia, mi estimado). Me acusas de demagogia y sí, estás en lo cierto. Es más, te lo tomo como un cumplido. Excepto por la partecita donde me dices que lo hago para beneplácito de mis lectores (que por cierto, son a lo mucho dos o tres). Ahí estás errado completamente. Y tú mismo eres la prueba viviente de ello: aunque sea una vez, pero me has leído, estimado, y hasta donde entiendo, no te solazas ni disfrutas ni apruebas mis opiniones. Luego dices:



“Y al final de tus argumentos, que contradigo repitiendo el término PAMPLINAS que tanto te ha gustado, no se desprende otra cosa que:


a.- radicalismo, pues tal es la invocación al miedo a perder su poder por los que llamas jerarcas de la Iglesia católica.

b.- halagos , pues tal es la invocación al derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos con olvido de que el nasciturus es desposeído de todo derecho)

y c.- falsas promesas ---o más bien falsas conclusiones--- pues no es de recibo la ecuación que formulas según la cual si se deja a las mujeres decidir sobre sus cuerpos todos podrán decidir sobre lo que conviene o lo que no)

Radicalismo, halagos o falsas conclusiones tendentes todos ellos a lograr el beneplácito de tus lectores hacia tus posiciones ideológicas.

Por cierto tu contracrítica responde a los tics propios de la descalificación del adversario (“..en la próxima échale más ganas…yo se que puedes…” o “¿Cómo se llama quien tira la piedra y esconde la mano?” recriminandome el comentarte como anónimo, cuando en tu blog tan solo te identificas como IGor…) actitud tendente a la elusión de la crítica, muy propia del progresismo dogmático intolerante de la izquierda radical al que tan acostumbrados estamos quienes mantenemos posiciones ideológicas diferentes.

Insisto, si por progresismo entendemos defender lo indefendible y argumentar no esencialmente sino instrumentalmente, prefiero no ser progresista.

Efectivamente en tu escrito los argumentos favorables al aborto son meramente utilitaristas, pues no defiendes el aborto en su propia esencia sino por lo que tu valoras de utilidad “liberadora” de su implantación.

Insisto: PAMPLINAS, que según el propio DRAE significa TONTERIAS”.

En a.- me acusas de radical y más risa me da. Pregunta a quienes me conocen: soy la persona más conservadora del mundo. Quizá más que tú. La única diferencia es que me guío por la razón y no por el oscurantismo religioso y dogmático al que pareces aferrarte. Estimado, sería más sencillo y responsable reconocer que, en definitiva, no existe dios. De ahí en adelante, la vida es más fácil. Trata y verás. Así, no tendrías este tipo de conflictos internos.

En b.- ¿Halagos? [más risas]

En c.- ¿Falsas conclusiones? Me malinterpretas. No estoy apelando a la anarquía total, en la que cada quién hace lo que le pega la gana. Más bien al contrario, lo único que señalo es la necesidad de cumplir y hacer cumplir la ley. Y entonces sí, que gente como tú, se preocupe por decidir entre abortar o no abortar, apelando a sus propios valores y creencias. Siempre bajo el marco de la ley. Lo otro, el argumento anarquista, es propuesto por ti y los tuyos de manera totalitaria, queriendo imponer sus creencias a como de lugar. Y no se vale. Simplemente no.

Por lo demás, en cuanto a mi anonimato, en más de una ocasión he publicado aquí mis datos. Sin ir más lejos, aquí abajito aparece un link que dirige hacia un artículo mío que apareció en la Gaceta Universitaria. Ahí están mis nombres y apellidos. Estoy a tus órdenes para lo que se te ofrezca. Con respecto a lo que dices de tics y eso, pues ¿qué puedo hacer sino reir?




jueves, abril 26, 2007

La insoportable soledad de(l) ser

(Hoy hace tres años esto era lo que se publicaba en este blog)

Te descubrí escondida detrás de una sonrisa nerviosa. Tu mirada exploraba la habitación, como buscando algo en que posarse, un punto al cual aferrarse para deshacerse de aquella fingida timidez. Para mí, esa noche todo se reducía a mirarte, olerte, a saberte cerca. Ya no éramos unos niños, es cierto, pero había entre nosotros como un aura de inocencia o de locura. Ambos de pie, frente a frente, observándonos: tu desnudez hacía juego con mis ganas de saberte. Luego, acercarse, reducir la distancia y aumentar el deseo, vibrar por dentro. Mis manos inexpertas de ti, que hasta entonces ignoraban las texturas de tu cuerpo, no eran capaces de decidir entre la caricia suave y la tosquedad de un roce. Tocarte, tocarnos: recorrerte la piel pausadamente con los dedos, con los labios, deteniéndome en cada lunar, explorando cada pliegue: descubriéndote. Acariciar tu rostro; besar tus párpados, tu nariz, tu boca. Mis manos se posaban sobre tus hombros, en tu espalda, trayéndote hacia mi, resbalando pausadamente, deteniéndose en tus nalgas. Yo intentaba memorizar tus besos cada vez más largos y profundos, por si el olvido, o por si el recuerdo. Sentía cómo tu cuerpo se iba convirtiendo todo en una tibia y húmeda caricia entre mis manos. Intuí apenas cómo caminábamos torpemente los últimos tres pasos, con nuestras piernas enredadas, sin despegar los labios, respirándonos, hasta alcanzar la cama que era como la última frontera, el punto de no retorno. Tú sobre tu espalda y yo sobre ti, besando tu cuello, deslizándome hasta rozar tus pezones ahora duros, sintiendo tus manos enredadas en mi cabello, escuchándote jadear, gemir un poco con cada beso, con cada pequeño mordisco. Mis manos acariciaban tu pecho y mis labios insistían en tu ombligo, tratando de vencer la resistencia. Tus manos intentaban detenerme, pero me guiaban a la vez, instándome a seguir, a encontrarte en aquél beso profundísimo y cálido y envolvente. Besarte; tocarte, recorrerte. Sentir tu espalda arqueándose mientras mis manos apretaban tu cintura. Escuchar tu voz casi suplicante mientras yo besaba aquella boca tibia y vertical. Luego, después de una eternidad, me obligaste a desandar mis besos, a regresar a tu vientre, a tus pechos, a tu cuello, a tu boca. Presentí cómo tus piernas se abrían un poco más y todo era tan natural: entrar en ti era como si finalmente hubiese descubierto una parte de mí que siempre había estado esperándome, como si tu cuerpo fuese el molde que terminaba con mis ausencias de una vez y para siempre. Poco a poco, moviéndose lentos, casi autónomos, era como si nuestros cuerpos comenzaran a reconocerse, a familiarizarse, a compartir sus soledades y sus desatinos. Y todo aquél deseo se convertía en placer, en todo aquello que éramos ahora, en algo diferente a ti o a mí, a tu cuerpo o a mi cuerpo. Nos transformábamos en voluptuosidad, en gemidos, en sudor, en algo que era casi como furia que salía por nuestros poros y nos separaba, entrelazándonos al mismo tiempo. El mundo desaparecía, se olvidaba de nosotros como nosotros de él. Y ya cerca del final todo se mezclaba como en un coágulo metafísico: tus manos clavándose en mi espalda, mis labios en tu boca, tu voz gritando mi nombre, yo muriendo un poco dentro de ti.

En el fondo, desde un disco viejo, la trompeta de Dizzy Gillespie parecía salir y entrar a voluntad de aquella tibia realidad de incienso y vino tinto, en una especie de movimiento dialéctico: yo-tú-nosotros-ustedes-ellos. La música -ese maldito jazz- transportaba nuestra desnudez a otras dimensiones, montada en aquellas notas que se desgajaban y caían sobre nosotros, sobre nuestros cuerpos exhaustos, empapados, oliendo a sexo y a sudor. Luego, poco a poco el silencio, devolviéndonos de golpe a la destemplada realidad de aquél estar ahí, de aquella cama dura y de aquel cuarto repleto de libros y botellas vacías y soledades. Y como siempre, pensar de nuevo en el artículo que tengo que escribir porque de algo hay que comer; recordar la estrechez del tiempo, levantarse al baño, orinar, tirarse un pedo, volver a ser humanos. Yo hubiera querido que te quedaras un poco más para observarte ahí, recostada en mi cama, y luego acercarme y recorrerte la piel con las yemas de mis dedos, y besarte de nuevo, y hacerte el amor. Pero no, «hoy no me es posible», dijiste. «¿Te volveré a ver?», pregunté, sabiendo que no. La desesperanza me invadió cuando te levantaste y comenzaste a vestirte lento. «Te lo prometo» dijiste sonriendo. Tomaste los cincuenta dólares que había dejado en el buró, te dirigiste hasta donde estaba yo, desnudo todavía, me diste un beso indiferente y saliste de la habitación, dejando tras de ti una estela de frío desencanto. Por la ventana se alcanzaban a ver las luces de los autos que transitaban por la carretera. Algo como un recuerdo quiso salírseme por los ojos. Me acerqué hasta mi escritorio, recogí del suelo un libro, y lo patético de la escena casi me hizo reír: el libro era: Concierto para un hombre solo, de Samuel Ronzón. Ja, ja.

miércoles, abril 25, 2007

Update

Pues por fin se aprobó en el DF la despenalización del aborto. Y como era de esperarse, arreciaron las protestas de los sectores más conservadores. De aquéllas, quizá las más radicales sean las emitidas por los jerarcas de la Iglesia católica. En una primera lectura, tales protestas podrían ser interpretadas como una reacción casi natural, obligada. Una defensa sana de sus argumentos frente a aquello que les parece injustificable, incluso criminal. Todo ello constituiría, quizá, la moneda de uso corriente en un espacio público realmente democrático. Sin embargo, si uno escucha realmente las voces alarmadas de tales jerarcas, el transfondo que se revela es verdaderamente terrible y desolador. Ante tanta insistencia, nos orillan a interrogarnos ¿por qué se ha hecho tanto escándalo en torno a este tema? En última instancia, la respuesta es bastante simple: por el poder. Recordemos que en la medida en que el poder se fragmenta, se dispersa, el rol y la legitimidad de las instituciones pierde peso. Ello es precisamente lo que ocurre. Lo que está en juego aquí no es la defensa de una vida inocente, ni el impedimento de un microasesinato; ése es el argumento facilista al que recurren los jerarcas para apelar a la culpa de sus fieles, sino la pérdida de poder por parte del clero. Si dejan a las mujeres decidir sobre su cuerpo, pronto el resto podrá decidir sobre lo que le conviene y lo que no. Sin duda, lo anterior debe resultar, cuando menos, atemorizante para las altas autoridades de lo divino. Habrá que estar, como siempre, en guardia, y no pensar que por ello, se está libre de toda ideología.

lunes, abril 23, 2007

Ab(s)orto

Quizá como nunca, el aborto se ha puesto de moda entre la sociedad jalisciense. En estos días, en tanto tópico, ocupa un lugar central en el espacio público. Da un gusto enorme ver a diversos sectores sociales manifestándose para defender sus posiciones. Casi hasta me siento esperanzado, y con ganas de creer, una vez más, en las potencialidades de la movilización social. Sin embargo, resulta patético ver cómo se polariza un tema verdaderamente sencillo de resolver: si bien es cierto que el asunto no permite tibiezas y obliga a adoptar una postura, se vuelve terriblemente espinoso cuando se nos hace creer que sólo se puede estar o a favor, o en contra. No hay mayor estupidez que esa. Es preciso aprender a contar, cuando menos, hasta tres, en lugar de rasgarse las vestiduras y balbucear un vade retro cada tres minutos. Usualmente, los izquierdosos me dan güeva, porque muchas veces recitan panfletariamente sus ideologías arcaicas y huecas. Y lo peor es que lo hacen sin conocimiento de causa, como periquitos nada más [conozco muchos y muchas así]. Pero en este caso, no puedo sino estar de acuerdo con ellos: habría que ponerle un alto a tanto encono fundamentalista suscitado por parte de las facciones más conservadoras [las cuales, por cierto, se han ido adueñando peligrosamente de zonas neurálgicas en diversos ámbitos de poder].

Urge.

Basta ya de la visión oscurantista que se pretende imponer a como de lugar, llamando asesino a todo aquel que apoye la despenalización del aborto. No es posible. Simplemente no es posible. Reclamo, desde ya, que sea respetado mi derecho a decidir y pensar por cuenta propia. Yo no soy asesino, idiotas. Pinche Marx, cuánta razón tenías, cuando nos platicabas que ellos no eran sino el meritito opio del pueblo. Y tan bonito que es andar todo adormecido. En fin, el caso es que, por ejemplo, ayer, en un supuesto[1] debate televisivo, acusaban de incoherente e incongruente a un pobre muchacho del PSD que, hasta el momento, ha expuesto la perspectiva más lúcida en torno a este debate: estar a favor de la vida, en la misma medida en la que se impulsa la legislación que despenalizará el aborto. Frente al agotamiento de lo maniqueo, la única salida es pararse en el espacio intersticial, en la brecha que se abre entre [y separa] ambas posiciones. Se puede, perfectamente, estar a favor y en contra, al mismo tiempo. ¿Cómo? Decía al principio que el asunto era bastante más sencillo de resolver, y hoy más que nunca aludo a la propia experiencia para, por lo menos, señalar mi posicionamiento: en unos meses me convertiré en padre. Y estoy completamente cierto que jamás, jamás, me hubiera perdido de esta experiencia. Yo no promuevo el aborto. Es más, estoy profundamente en contra de éste. Sin embargo, me resulta impensable tratar de imponerle a cualquier otra persona lo que pienso. Y menos aún aludiendo a argumentos moralinos y enclenques cuyo sustento no es más que un dogma. Igual que exijo mi derecho a decidir, también exijo que se respete el derecho del Otro (o en este caso, de la Otra). Y por favor, no se recurra aquí a la salida simplona tachándome de que me contradigo porque no estaría promoviendo los derechos del producto, porque sabemos que no es así.

En fin, usualmente no hablo en serio aquí, ni tiro netas, porque este espacio me parece demasiado sagrado como para macularlo con esas pendejadas. Y cuando lo hago, trato de ser lo más irónico y sarcástico posible. Pero en este caso, nomás no se puede. No seamos insensibles. No abortemos, pues, la legislación que despenalizaría el aborto.



[1] Quien haya visto Foro al Tanto, este domingo 22, por canal cuatro, se habrá dado cuenta de la cantidad de sesgos que plagaron al programa. Basta con recordar quién fue el que abrió y el que cerró el “debate”, así, entre comillas, para darse cuenta hacia dónde se inclinaba la balanza.

jueves, abril 12, 2007

Preludio en A menor

Me pedirás un abrazo y yo te recorreré el rostro con la vista, lo acariciaré rozándolo apenas con la punta de los dedos, como dibujándolo, recreándolo nuevo con cada mirada. La cercanía de nuestros labios me hará dudar un poco, retrocederé, y tu me dirás hazlo ya, tontito, mitad orden y mitad reclamo, y yo me perderé en lo profundo de tus ojos de avellana, en tu interminable y blanca sonrisa, intuiré el sabor de tu boca mientras prolongo el placer de esta pequeña distancia. Hurtaré el aroma que se desprende de tu cuello. Hará frío. Lloverá ligero y la lluvia nos humedecerá la cara y las manos y la espalda. Desde luego que lloverá, y será tal vez en un estacionamiento, en un parque, en una habitación, o en cualquier parte, donde nos miraremos de cerca, muy de cerca, cada vez más cerca, hasta que el abrazo nos funda en algo que es más que tú y yo juntos, hasta que nuestros labios se busquen ansiosos, hasta que se encuentren y se reconozcan y se deseen cada vez más. Temblaremos un poco, y trataremos de fingir que es el frío, la lluvia, o lo que sea. Pero terminaremos por aceptar que es el ineludible deseo que nos atraviesa, ese sutil calor, que es imposible de localizar y que sin embargo está ahí, tal vez en el vientre o más abajo, o en los dedos o en los oídos, quién sabe, pero eso sí, presente como nunca. Y yo querré saber todo de ti, y haré preguntas idiotas acerca de temas inevitables como la música y los libros, tantas coincidencias, pero también tantas discrepancias, y discutiremos sobre la inmensa apertura hacia lo otro, tópico ineludible, el abismo metafísico de la subjetividad, las ilusiones de la identidad, las caricaturas como un método adecuado para interpretar el mundo, de las delicias como el café, la soledad, y la carne. Averiguaré que prefieres la cerveza obscura y tú entenderás que odio bailar, te diré que prefiero la noche y el frío, tú me dirás que duermes desnuda y que te gusta estar descalza, nos sorprenderemos diciendo cosas que sabíamos obvias y que tal vez por ello creíamos imposibles de decir. Y quizá nos mentiremos un poco, porque también a veces es necesario mentir, y mientras la lluvia nos inunda pensaremos que aquí, juntos, cuerpo a cuerpo, se está bien. Que aquí metido entre tus brazos se está tan bien.

Caminaremos, buscaremos la intimidad que el cuerpo nos reclama, hasta encontrar el sitio preciso. Quizá estacionaremos el auto y nos quedaremos ahí, tal vez buscaremos una habitación y entraremos tratando de domesticar los nervios. Te besaré los ojos y los labios. Veré cómo se te arruga la nariz cada vez que sonríes. Te besaré en el cuello y en los hombros. Te acariciaré el cabello. Recorreré tu espalda con mis manos. Te quitaré la blusa despacio porque querré repetir este momento cientos de veces en mi memoria. Luego mis manos explorarán tu cintura, te desabotonarán el pantalón y casi sin darte cuenta estarás terriblemente desnuda. Te llevaré hasta la cama y te recostaré. Tal vez me aleje un poco para contemplarte así, tan libre, rodeada de esa especie de aura que hace parecer por momentos que brillas, tendrás un poco de pena y me pedirás que me acerque para abrazarnos, y te besaré de nuevo en el cuello y en los labios, y te acariciaré el vientre y mis manos buscarán tus manos para que me sirvan de guía, y tendré sed de ti, y buscaré saciarla en tu pecho, y mis dedos dibujarán la figura de tus pezones, y quizá te besaré ahí, y nombraré cien veces cada lunar, cada pequeño pliegue, y tus manos se enredarán en mi cabello. Mientras tú fingirás que intentas impedir que siga el viaje hacia el sur, y me detendrás cerca de tu ombligo, y querrás que regrese a tu boca, y reirás, y te besaré en los labios sólo para escaparme una vez más, y me deslizará oliéndote toda, saboreándote, y tratarás de impedírmelo de nuevo, aunque finalmente cederás porque sí, porque tú también lo deseas, y sentirás mis manos quemándote los muslos, paseándose por tu cintura, y te besaré en aquella otra boca despacio, y sentiré cómo tu espalda se arquea involuntaria, regalándome el abrazo de tus piernas, y me recorrerás la espalda con tus pies, y querrás verme, y no querrás verme, y me dirás que pare, y me dirás que siga hasta que ya no puedas más y necesites sentirme cerca, y yo me aprenderé de memoria tu sabor hasta que me obligues a subir lento, y te besaré en el vientre, y los pechos, y tú querrás tocarme, y yo dejaré que el instinto me guíe por cada palmo de tu geografía, y tú me esperarás y querrás sentirme dentro de ti, y yo querré no salir nunca de ti, y te acariciaré los pies y apretaré tu cintura para acercarme más a ti, y quedaremos a merced de esto que no sabremos cómo llamar después, a la hora de la razón, pero no nos importará porque realmente no nos importará, y será como un fuego blando que se desliza.

Afuera

Adentro

y te enredarás entre mis manos

Afuera

Adentro

y pensaré que no quiero perderte

Afuera

Adentro

y que tampoco quiero perderme de ti

Afuera

Adentro

y que quiero perderme en ti

Afuera

Adentro

y que quiero quedar colgado de tu cintura

Afuera

Adentro

y que deseo saber cómo te ves por las mañanas, despeinada

Afuera

Adentro

y que deseo verte caminar desnuda

Afuera

Adentro

y que deseo estar dentro de ti de todas las maneras posibles

Afuera

Afuera

y algo estará a punto de estallar

Adentro

Afuera.

y

Adentro

Afuera

Adentro

ADENTRO

Y al final sabremos que todo esto es mentira. Que tanta palabrería no es sino una anticipación, un preámbulo de algo que posteriormente sonará como a un Ciao, a un Bye Bye, a un Au Revoir, a una evocación descendente de algo que nunca fue. En fin, sonará a un preludio en La menor, digno de la más dulce (y gastadísima) de las despedidas.

¿Adiós?

miércoles, abril 11, 2007

Facing...

Es 11 de abril y son las doce del día. Comienzo a escribir esto no sé bien por qué. Se me vienen a la mente mentiras como la catarsis o el conjuro. Quizá el motivo sea la incertidumbre que provoca esperar el resultado de unos análisis para confirmar o aplazar lo que ya sé de cierto, puesto que es el más archisabido de los clichés: que más tarde o más temprano me voy a morir. Igualito que tú. El caso es que una vez más, la muerte. Aparece así, de frente y de cerquita. Por lo menos en potencia y me pone de plazo las cinco de la tarde de hoy para desatar este nudo. Maldita raigambre. Días previos, frente a otro médico, llegó la nostalgia de manos de una frase (“posible desenlace fatal si no/Se requieren análisis más profundos”). Desde luego, fue inmediata la evocación del recuerdo de mamá, detonado por las mismas y exactas palabras dichas por un especialista, interrogándola si había vivido una vida plena. Y zas, un mes después, entendí el significado de lo que era un verdadero desenlace fatal. No pude menos que esbozar una sonrisa cuando hoy, la mujer que me pidió que me quitara la camisa para retratar mis pulmones, regresó con una radiografía al acecho. La miro y pienso (a la radiografía) como un animal agazapado listo a dar el primer zarpazo. La escena me resulta tan familiar. Miro a la doctora y se hace un silencio entre nosotros, que se adueña y calla a todo, que se nos impone. “Hay algo raro en esta placa”, dice ella, señalando un punto en aquello que a mí me parece más bien algo como nubes sobre fondo negro. Río. Y lo hago casi sin ironía, casi sin sarcasmo. ¿Por qué? No lo sé. Es así. Estoy seguro de que si los resultados son positivos, es decir, que muestren la negatividad en mí, me reiré a carcajadas. No puedo hacer más ante lo que ya esperaba. Dicen que encarar la propia mortalidad no es tarea fácil. Aunque seamos sinceros: tampoco es nada difícil. Basta cerrar los ojos y recurrir a la misma apatía de siempre, a la que he venido postulando y promoviendo frente a todo. Es suficiente con reír un poco, con burlarse de sí mismo y continuar hasta donde tope. Total, no se puede ir más allá porque no lo hay. Supongamos que se hacen las cinco de la tarde y me dicen que voy a morir

¿y?

Cuánta gracia me hace este asunto. Y lo digo terriblemente en serio. Ja.



Update del día siguiente: pues las cosas todavía tienen remedio. Al menos, eso parece en primera instancia.

miércoles, marzo 28, 2007

martes, marzo 27, 2007

En favor de nada

A pesar de que suena como un lugar común, no cabe duda que el campo político mexicano está atravesado por fuertes transformaciones. Esto se entiende mejor si se toma en cuenta que muchos de los aspectos pertenecientes al ámbito de lo íntimo, de lo personal y privado, se están tornando —cada vez con más fuerza— en parte de la agenda pública. El tópico más reciente con respecto a ello, es el aborto (y apenas unos días antes las preferencias sexuales estaban en el centro del debate). Frente a esto, es difícil no tener una postura. Yo, por ejemplo, si fuera mujer, sé de cierto que no recurriría a ello, sin importar las circunstancias. Sin embargo, estoy a favor de que cada quien decida por sí mismo. Sobre todo en lo que refiere a tu propio cuerpo. Desde esta perspectiva, resulta tentador calificar los reclamos de la jerarquía católica como fascistas, puesto que intentan imponer sus puntos de vista sobre el resto de los mexicanitos y mexicanitas, por vida de dios. En última instancia, nos permiten ver el verdadero rostro del régimen, ya que desvelan el la farsa democrática en la que estamos inmersos.

Sin embargo, adoptar una postura así, de movilización social, contestataria y radical en apariencia, es la salida fácil, el posicionamiento cómodo. De hacerlo así, lo único que se logra es legitimar al sistema (observa lo que le pasó al Peje). El verdadero radicalismo estaría en alejarse de la situación, en recular, en el retorno a lo íntimo, en —insisto una vez más— plegarse a la más rigurosa ortodoxia individualista. Recordemos que uno de los mayores lugares comunes (en la literatura relativa al caso) remite a la idea de que aún el posicionamiento más apolítico y distanciado tiene un marcado componente político. Esto es: aún cuando decidamos apartarnos por completo de la vida política, estamos adoptando una postura frente a algo que nos interpela. Lo anterior condensa en sí el núcleo temático de la más pura actividad política. No cabe duda que en nuestro país es urgente contar con un manual que nos enseñe cómo estar a favor de nada.

(y qué hueva me doy cuando escribo).

miércoles, marzo 07, 2007

Au Revoir


Uno más que muerde el polvo. (Zizek, don't die on me, yet).

martes, marzo 06, 2007

Frente al espejo

Antes, hace unos meses, la escritura era para ti como una compulsión, como una sed (de neurosis) inacabable que quemaba, que te obligaba a vomitar letra tras letra hasta quedar vacío. Sacabas las grandes palabras de sus cajoncitos, las sacudías, las empequeñecías al escribirlas en minúsculas, las reducías a su mínima expresión. Y te gustaba. Vaya que te gustaba. Antes toda página en blanco era un desafío, una invitación propiciatoria a atravesar los límites de cualquier campo; representaba la Única Pureza que valía la pena pervertir. Hoy hasta escribir tu nombre te cuesta trabajo. Todo lo que escribes apesta. Carece de sentido. Es una lástima. Una verdadera lástima. Llenas párrafos enteros (como éste) de caca. De nada más que caca. ¿Acaso no te da vergüenza? Antes veías una escalera y la metaforizabas. Un ventanal era la frontera que te permitía definir el adentro y delimitar lo que ocurría afuera de ti mismo. Hoy, una escalera es sólo una escalera. Una ventana es sólo una ventana. ¿Y tú? Un títere de traje y corbata que sólo se dedica a firmar papeles y a sonreír. ¡A sonreír! Hueco. Vacío. Falso.

Y sin embargo.

Y sin embargo está Naila. Y estoy seguro que pronto no hablarás más que de ella.

Ya lo verás.

miércoles, febrero 28, 2007

N.N. (as in Nocturnal Napalm)

La nostalgia

y

el insomnio
mezclados[1]
en las
cantidades
adecuadas
pueden llegar
a ser
mortíferos
[¡ah, qué bonita palabra!]
e
incendiarios
(Y ¿por qué no?
propiciatorios)



[1] No trates de mezclar, nunca, jabón neutro y petróleo, en partes iguales. Por favor, no lo hagas. Puede resultar peligroso. Menos aún hagas ralladura de jabón (tampoco procures que éste no contenga perfumes ni aditivos cremosos) y la combines agitando lentamente con el petróleo, hasta que quede una masilla consistente y uniforme. De ahí no puede surgir nada bueno. Ah, tampoco intentes sustituir el jabón por aceite de motor. No. Y no. No trates de introducir este compuesto en un envase que contenga aire comprimido. Y por último, no le pongas, jamás, un encendedor enfrente.


lunes, febrero 19, 2007

Manos libres

Al entrar al túnel, del otro lado de la línea telefónica Julián escuchó algo como ruido blanco, saturación, un leve silbido. Después, casi al salir, en el auricular sonó una respiración densa, pausada. La conversación que sostenía con uno de sus colegas se había perdido. O mejor dicho, había sido sustituida por otra más interesante:

La cosa es así:dijo el hombre, en un tono rasposo, casi seco —Me observaba, como desde arriba, sentado en un silloncito café, y me veía mirarte. Tú me habías pedido eso: que no te despegara la vista y no perdiera detalle. Yo, desde la distancia, estaba más atento que nunca. Habías prometido que me dejarías boquiabierto (con un susurro en mi oído). Luego de besarme en los labios me diste la espalda y caminaste lento hacia la cama. Parecías flotar por la alfombra, sin prisa, dejándome contemplar tu cuerpo. Volteaste un instante para asegurarte que tenías mi atención. Desde luego, yo estaba hipnotizado por ese extraño tatuaje en tu cintura, por tus caderas, por el movimiento de tus piernas. Llegaste a la altura de la cama y te recostaste bocabajo.

Julián no comprendía qué pasaba, pero lo divertía asumirse como testigo de algo que no estaba destinado a presenciar, como un intruso, como un voyeur telefónico. Por ello seguía atento a la conversación aparentemente ajena. Sin embargo, había algo en la voz le resultaba familiar. Terriblemente familiar.

—¿Yo? Sería incapaz de algo así —dijo una voz femenina, con una inocencia evidentemente fingida. Luego rió.

—El hombre continuó susurrando: miraste una vez más hacia atrás, desde la cama, como midiendo la distancia entre los dos, y me di cuenta que en tu rostro se había dibujado una amplia sonrisa. Intuí que te la había provocado la expresión de mi rostro cuando tu mano izquierda se posaba sobre tus caderas. La otra, la derecha, buscaba tu vientre, debajo de tu cuerpo. Arqueaste la espalda cuando tus dedos traviesos alcanzaron tu pubis. Suspiraste profundo. Yo intenté acercarme y me sugeriste que no lo hiciera. Era como si tus manos estuvieran reconociendo el territorio de tu propio cuerpo, y a la vez era como si tú misma te fueras descubriendo al permitirme ser testigo de tanta intimidad. Juego de espejos en el que lo contemplado no existe sin la acción del espía. Tu cintura se movía en círculos lentísimos, al ritmo de tus dedos, que parecían tener vida propia, independencia, y te recorrían suavemente arriba, abajo, sintiendo el calor y la humedad y el placer, todo ello al tiempo que el mundo desaparecía y en ese momento sólo importaba la habitación, tus manos, tus dedos, tu respiración agitada, el extraño que te observaba desde un sillón. La voz

La voz femenina había emitido un gemido. Julián prestaba más atención que nunca. Aún no entendía qué era lo que le parecía tan familiar en la voz del hombre aquél.

—Luego que te recostaste sobre tu espalda y me pediste que me acercara. Al llegar hasta donde estabas, me ofreciste tus dedos para saborearlos, los paseaste por mis labios, invitándome a saberte, a reconocerte también como tú lo

Julián ahora caía en la cuenta

habías hecho segundos antes, de esa manera tan íntima y propiciatoria. Luego tomaste mi rostro con ambas manos y lo acercaste con delicadeza a tu cuello, dirigiendo, señalando la ruta, estableciendo el ritmo, me conducías por el territorio de tu cuerpo, eras la guía perfecta de mi boca, que te recorría el pecho, se detenía en tus pezones, te convertía en palabras, se apropiaba de tu sabor, bajaba lento por tu vientre, dejando un leve rastro, robándose tu olor, pausado, disfrutando todo, se detenía en tu ombligo por un instante, esperando,

esa voz era la suya

hasta que tus manos me dirigían hacia abajo, muy despacio, indecisas, sí, no, mientras tus piernas se abrían ligeramente, se doblaban de modo que acariciabas mi espalda con tus pies, y dirigías mis labios a tu boca vertical, y me pedías que te besara profundo, despacio, indicándome el camino, ahí, ahí no, ahí sí, no deberías tocarme ahí, pero mejor sí,

indiscutiblemente, esa voz era la suya

despacio, así, suspirabas lento, mientras mis manos apretaban tu cintura, acariciaban tus muslos, recorrían tus caderas, te tocaban, se deslizaban por tus pies.

Hasta que me pediste que me recostara.

—Sigue, por favor —dijo la mujer.

Te paraste sobre la cama haciendo un puente con tus piernas, teniéndome debajo de ti. Sonreías con todo el cuerpo, cada movimiento tuyo era una enorme sonrisa. Dudaste un poco. Luego fuiste bajando lento, doblando tus rodillas, dejando que te viera. Me buscabas, retardabas a propósito tu descenso hasta que me sentiste cerca de tu pubis. Te detuviste. Me guiabas con tu mano para encontrar el camino, pero no me dejabas

soy yo, no mames, puta madre, ¡soy yo!

entrar en ti por completo. Sonreías. Una y otra vez te retirabas de mí para no permitirme sentirte y te causaba gracia mi desesperación. Hasta que por fin te decidiste, apoyaste tus manos en mi pecho y quedaste en cuclillas, tu sobre mí, yo dentro de ti, tú moviendo tus caderas, en círculo, hacia delante y hacia atrás, despacio primero, luego más despacio, cerrabas los ojos, echabas la cabeza hacia atrás, subías, bajabas un poco, me apretabas el pecho, te mordías los labios, suspirabas, me sentías dentro,

¿qué carajos?

Julián extrajo el celular de la bolsa delantera de su saco. Miró el número en la pequeña pantalla, y su rostro se transfiguró en una mueca espantosa.

profundo, luego salía un poco, abrías los ojos y me mirabas fijamente, sonreías, tenías las mejillas rojas, yo apretaba fuerte tu cintura, sostenía con firmeza tus caderas, paseaba mis dedos inquietos por tu pubis, te acariciaba, subía por tu vientre, acariciaba tus pezones, tú te movías más aprisa, adelante, atrás, arriba, en círculos, abajo, suspirabas, gemías, ambos sudábamos, yo te tocaba, y cada vez eran más frenéticos nuestros movimientos, como si perdiéramos el control, y nuestros cuerpos se dejaran ir por su cuenta, dominados por ese calor que se sentía en el vientre, que recorría la espina dorsal, que estallaba en todas direcciones…

Hasta que las cosas se fueron calmando poco a poco.

Una luz brillante. Las manos aferrándose al volante. El freno hasta el fondo. Rechinar de llantas. Olor a quemado. Silencio brutal. Fuego. El auricular seguía funcionando:

Yo seguía dentro de ti, con la respiración agitada. Tú permanecías montada sobre mí, con los ojos cerrados y los labios apretados. Querías recostarte pero yo te lo impedí: tomé tus caderas con fuerza, me deslicé por debajo de ti, una vez más, por el puente de tus piernas, lento, hasta que mis labios quedaron a la altura de tu pubis, y comencé a besarte otra vez, profundo, tú reías, yo te exploraba despacio, de cerca, muy de cerca, tú apoyaste las manos en la cabecera de la cama, arqueaste la espalda para que yo pudiera besarte mejor, deseando ambos que todo comenzara de nuevo…


lunes, febrero 12, 2007

Amorcito Corazón

Puts. Este texto se veía mejor impreso. Ni modo, lo dejo así, a ver si no causa prúrito (acordaos que la forma no es sino el fondo).

«No importa», le dijo Marcela a la voz del otro lado del teléfono. «Yo voy a tu casa; lo que necesito es verte», insistió ella.

«Has lo que quieras», sentenció la voz. Su tono reflejaba molestia.

Clic.

Estática.

Sonido agudo.

Marcela colgó el auricular. Había tenido un día terrible en la oficina y necesitaba relajarse

no le gustaba que lo interrumpieran, pinche mocosa de mierda, qué se cree, que soy

un poco. ¿Sería por eso que había llamado a Alonso? Tal vez. Como quiera que haya sido,

su pendejo, con lo que me caga la madre que venga y se meta en mi cama, ésta parece ya su

se imaginaba ya de pie, frente a la puerta del departamento de éste. Se veía a sí misma ahí,

casa, si no fuera porque coje a toda madre ya la hubiera mandado a la chingada, méndiga

rubia, esbelta, con su traje gris oscuro, de entalle perfecto, la blusa negra y escotada, y los

perra arrabalera, jeje, viciosa y golosa como pocas, pero algún día tendré que deshacerme

zapatos impecables, del mismo tono que el bolso. También lo vio a él, de pie frente a ella,

de ella, ni modo, yo la previne, le dejé claro que se estaba metiendo entre las patas de los

con su característica adustez dibujada en el rostro, desaliñado, con la ropa (invariablemente

caballos, y aún así quiso aventarse esta bronca, por caliente, nomás, porque conmigo no

negra) manchada de pintura, café, sangre. Se vio besándolo en la boca, profundamente,

tiene ningún futuro, sabe perfectamente que yo soy sólo para un rato, un juguetito y ya,

acercándose a él; casi podía sentirlo recorriéndola con las manos, enredándose ansioso en

un simple revolcón, sabroso, eso sí, pero revolcón al fin y al cabo, nada más, pero nada

su cintura, apretándole las nalgas, como si quisiera aprendérsela de memoria, aprisionarla,

menos, nada más de acordarme se me pone todo tieso, chales, pinche Marcela, eres una

no dejarla escapar nunca. Sintió un ligero estremecimiento que le sacudió todo el cuerpo.

bueno, para qué te digo, estás super mami, jeje, riquísima, como para chuparse los dedos.

En sus ojos había un brillo extraño. ¿Era llanto? Si era así ¿se le habían humedecido los ojos debido a la alegría que sentía? ¿Estaba triste? Aún no lo había decidido.

Salió de la oficina y se dirigió al estacionamiento. Hacía frío. Extrajo un pequeño estuche color rosa de su bolso. Acarició los bordes de la inicial grabada: M3. Marcela Mernaus Marquís. M3. Abrió el estuche y se miró al espejo. Se encontró cansada. «Tengo cara de estrés», pensó y se alisó el cabello. Se maquilló un poco. Sonrió, y su sonrisa se transformó de inmediato en una mueca indescifrable. Presionó un botón perfectamente disimulado en el estuche. Se abrió un minúsculo compartimiento secreto. Dentro había un fino polvo blanco. Lo tomó con una de sus uñas (era bello el contraste entre el rojo brillante de sus uñas y el aura blanquecina del polvillo). Lo aspiró. La humedad de sus ojos se intensificó. Tosió. Instantes después percibió cómo su rostro se iba entumeciendo. Extrajo de su bolso las llaves de su auto. Presionó el botón que desactivaba la alarma y al mismo tiempo abría las puertas. Las luces del auto se encendieron un instante.

Marcela sonrió al saberse enamorada.

Bip-bip.