lunes, diciembre 11, 2006

Sí...

...las Chivas son campenas. Pero el Atlas es, sin duda, una condición necesaria del futbol mexicano. He dicho.

viernes, noviembre 17, 2006

miércoles, noviembre 01, 2006

Feliz

cumpleaños

lunes, octubre 30, 2006

El ensayista escribe y le crece la nariz

Escribo, como siempre, para contradecirme. Despotrico contra la Literatura, como siempre. Y por Literatura (así, con mayúscula) entiendo todo aquello que es pensable y, por ende, con posibilidad de ser (d)escrito. ¿Para qué? ¿Por qué? Me parece que la única forma de otorgarle la pureza a cualquier cosa es, desde luego, pudriéndola. Estoy convencido de que la única vía para llegar al fondo de algo radica en la destrucción total. ¿Cuál es la forma que adquiere lo anterior? Supongamos un cuento. Cualquiera. Supongamos además que dicho cuento se estructura alrededor de un vacío, cuyo eje no es precisamente el de la lógica occidental, sino su excentro implica que el desenlace del relato conlleva a una especie de bucle temporal, que no preexiste a sus efectos, sino que es retroactivamente postulado por éstos. Podría decirse que es a través de sus ecos dentro de la estructura significante que el final se convierte en lo que siempre-ya era. Ello implica, un posicionamiento ético con respecto a toda narración: pensemos que todo enfoque directo, constituido por la lógica narrativa del antes y el después, del inicio, nudo y desenlace, falla necesariamente si se trata de aprehenderlo de modo directo, sin tener en cuenta sus efectos posteriores. Al hacerlo de ese modo, al recurrir a la Literatura (como hacen esos pendejetes que se asumen como generación del Crak), nos quedaríamos atrapados dentro de la lógica tradicional del ejercicio literario, inmersos en el más puro factum brutum sin sentido.


PD.

Por eso es que tiene mucho sentido volver a postear esto:

__________-

Diálogo a una sola voz

Hay quienes creen que leer a Cervantes [ponga usted aquí el nombre de su Escritor favorito] es una condición necesaria e ineludible para tener acceso a la Literatura. Autor imprescindibilísimo, le dicen, adoptando una pose de autosuficiencia erudita mientras citan —de memoria— algún pasaje oscuro de “La llegada a Barcelona” o de “La Cabeza encantada”. Yo al único Cervantes que conozco es al que religiosamente vendía tacos de birria todas las mañanas en la plaza de mi barrio [hasta que le destazaron el voluminoso vientre por un misterioso lío de faldas]. Dicen que tenía el hígado del tamaño de su inseparable botella de mezcal. Su vida sí que era literatura de la buena. Literatura o literatura, he ahí el dilema. Cuántos prejuicios pueden ocultarse detrás de una simple mayúscula ¿no? Habría, pues, que agarrar a martillazos a esa gran “L” hasta resquebrajarle los cimientos, adelgazarla hasta que quede en el anoréxico y precario equilibrio de una “l” que a duras penas se sostiene. Desdivinizar la Literatura implicaría hacer estallar el Olimpo literario al que sólo los Escritores pueden entrar por derecho propio [¿por derecho propio?]. ¿Por qué no convertirse, pues, en escritores así, con minúscula, [patos] terroristas que le tiran a las grandes letras [escopetas] sostenidas por una sociedad mafiosa de Escritores que no se han enterado de su propia muerte? Ese día la Literatura habrá dejado de ser tal. Ese día vivirá la literatura.

Es muy probable que nunca publique nada de esto en ningún lado [salvo en mi blog] y sólo pueda dialogar a una sola voz… conmigo. No importa. Yo no quiero ser Escritor. Es más, no quiero ser nada. No puedo querer ser nada. Aparte de eso, sólo quiero escribir, es decir, adoptar una especie de “nomadismo de la reflexión”, como llama Lapierre a esa necesidad de enfrentarse siempre al bloque macizo de lo conocido, al mito de la Razón [en este caso literaria], rompiéndose los dientes si es preciso. Un nomadismo tal que implica proceder a saltos, desarrollando una idea por aquí y otra por allá, revolcándola, tanteándola, olvidándola por un rato para luego retomarla si nos apetece. ¿Por qué no hacer un cuento a modo de disertación filosófica o presentar una disertación filosófica escrita en tono de novela light? Quizá habría que hacer de toda literatura un ensayo [literario], atravesando las fronteras de cualquier género. De este modo, no resultaría difícil encontrar en algún verso de raíz poética las claves para pensar el papel del escritor y al mismo tiempo impensar la Literatura: “el poeta [el escritor] hurga en su corazón/como quien busca pan en la basura —dice Luis Chaves—/ la poesía [la literatura] moja el colchón/ y en las páginas del diccionario/ de la real academia/ escribe el teléfono de la esposa/ de su mejor amigo”. ¿Captas? Así, más que puntos de llegada [más que textos encerrados en sí mismos], habría que establecer «campamentos provisionales», abiertos, que inviten a la ludicidad, sí, pero también a la (auto)crítica [intertextual]. Más que al autor —como sugería Barthes—, habría que dar muerte al Escritor. La Literatura agoniza; el tiro de gracia habrá de dispararlo el escritor. Pero como el buen desencantado y apático que soy, estoy casi seguro que hasta la acción más subversiva tiende a reificar los órdenes establecidos. Ante ello, como siempre, surge la bendita duda: ¿acaso todo lo anterior no es más que el reverso de una patética súplica en la que quien esto escribe implora ser reconocido como un Escritor? ¿Acaso el rechazo de todo aquello que representa la Literatura no es sino la más pura literalidad de la metáfora que involucra al ardor que mató al quemado? Quizá. Quién sabe. Lo que es cierto es que [solo] sólo escribo para contradecirme y, cuando escribo, me crece la nariz.



miércoles, octubre 18, 2006

Nieblas

En un vistoso comentario dejado al calce de uno de estos textos, una amable lectora me incita a que publique un libro. Durante el último par de años he pensado mucho en ello. Desde luego, el campo profesional en el que me desenvuelvo me obliga a estar publicando constantemente. Aunque las cosas que publico no están, ni por equivocación, relacionadas con la literatura (en oposición a lo académico). Sin embargo, no puedo negar que la idea me atrae sobremanera (me refiero a publicar un libro no necesariamente académico). Y la rumio y la mastico y le doy vueltas una y otra vez. Y siempre llego a la misma conclusión: ¿para qué? ¿Para ser leído? Tal vez. Pero luego pienso que difícilmente cualquier libro que publique será abierto por 9 mil personas distintas, como sí ha ocurrido con el blog. ¿Por un viejo romance con lo impreso? Probablemente. Pero lo impreso, qua materia, es finito, se acaba y pronto. Los bits ni siquiera tienen existencia en el ámbito real. Prevalecen. Ergo, tampoco es por tener el libro impreso. Sólo queda el ego, la terrible vanidad y la más profunda autocomplacencia. En este sentido, publicar un libro ¿no sería el equivalente de un narcisismo extremo, a un onanismo brutal, a la perversión misma de la publicidad (en su acepción relativa al espacio público) mediante un acto eminentemente privado? Más de alguna vez he insistido aquí en la necesidad de destruir la literatura desde la literatura misma. Si publico algún libro alguna vez, será con ese fin. Por lo pronto, este blog me es suficiente.

Hinspiradora, la niebla que se cierne sobre la ciudad.

sábado, octubre 14, 2006

Llave.

Nada más propiciatorio que una llave. Recorrer un pasillo repleto de puertas. Solicitar una llave, dar una llave, recibir una llave. La conexión es más que lógica: pasillo; llave; puerta; apertura (¿pero a qué o para qué?). Lejos del psicologismo facilista, la llave como objeto cotidiano, usualmente metal de bolsillo, pero que cuenta con una resonancia simbólica fundamental. Lo que esto nos deja en claro es que la mejor estrategia para ocultar algo radica en hacerlo evidente, en mostrarlo a todas luces y a los cinco vientos. La llave siempre ha estado ahí; sólo es preciso atreverse a usarla. En este sentido, los ecos de una llave resuenan en planos inaudibles. Una llave: medio de acceso, ostentación del poder y del control. Varias llaves: la definición misma de la divinidad (San Pedro, etc.). Cruzar el umbral de la mano de una llave (o con la llave en la mano). El papel y la importancia de toda llave quedan claros. Hasta que insertamos el pequeño adminículo en la cerradura y damos vuelta. Es entonces cuando se suscita toda clase de problemas (al intentar definir/entender aquello que se abre) y preferimos[1] retornar a la llave, hacerla objeto de nuestra reflexión, desentenderlos de lo otro, de lo verdaderamente importante, y pensamos en que no hay nada más propiciatorio que una llave.[2]



[1] No hay que confundirse. Hablo en plural pero no me refiero al género humano, sino a mí y a estos otros que también soy yo.

[2] ¿Ves cómo una vez más el círculo, etc.?

miércoles, octubre 04, 2006

Memoria (me-morìa)

Abrir un cajón (pero abrir un cajón no es sino otro nombre, otro eufemismo para la nostalgia) y descubrirte ahí, toda imagen y semejanza, con el cabello húmedo y los ojos matutinos, destilando algo como luz o miel, aniquilando el olvido (pero magnificando al mismo tiempo tus silencios), desplazándote por la memoria con la inmovilidad del instante atrapado entre simulacros de plata y gelatina, que me mira desde el fondo del cajón, pero sin mirarme, porque soy yo el que al verte imagina tu mirada (una vez mas comienzo a hablarte, a hablarle a tu imagen que es más bien como establecer un diálogo con el recuerdo, y que es más bien como conversar, en última instancia, conmigo; algo como un histérico monólogo a dos voces, la locura que le dicen), como si pudieras verme desde esa habitación en donde estás como recién salida de la ducha y frunciendo el ceño, con esos ojos bellísimos que traspasan y tienden un puente (imaginario, una vez más) entre esto que soy yo y que te piensa y te escribe, con tu flor, y con tu imagen y tu vestido negro y tu silueta que se dibuja tan bien, es decir, te hablo de esto que bien pudiera llamarse deseo, pero que es algo más que el deseo puro, y que es menos que el puro deseo. Y caigo en la cuenta de que todo esto que te digo (y que me digo) es como si, como si, como si ¿qué? Abro un cajón, ergo ¿existes? Sí, pero todo esto es tal vez una especie de sustitución, un intento de llenar el vacío de tanta ausencia y tanto silencio con esto que no sé si nombrar como un recuerdo, como el mecanismo que detona un recuerdo, como la oquedad constitutiva, la que no es sino la fantasía de alguien que abre un cajón con la esperanza de, con la esperanza de, con la esperanza (a secas), con la esperanza de ¿qué? Ni hablar (esperanza = flatus vocis).

sábado, septiembre 30, 2006

Círculo (circulo)

El círculo es una figura que me persigue últimamente. Todo se me presenta en las formas circulares más variadas (como si hubiese otras además de grandes y pequeñas, con líneas perimetrales gordas o flacas): desde la mancha pardusca que deja el café caliente sobre mi escritorio, hasta la vuelta al punto de partida y el ciclo que termina y comienza una vez más, casi infinitamente. Hay en ello una extraña mixtura de déjà vu y eterno retorno, de volantín vertiginoso, de paramnesia y reconciliación, de piedra arrojada al centro de un tranquilísimo lago. Es innegable que giro las mismas llaves y abro las mismas puertas, camino por los mismos pasillos y me encuentro con los mismos rostros de siempre. Esclavo de este patético círculo, pero ahora girando desde otro eje, desde un desplazamiento mínimo pero significativo, desde una visión paralática (otra de las obsesiones que me acosan). Antes sospechaba que qua bípedos implumes dejábamos un rastro etéreo conforme íbamos muriendo, un rastro que dibujaba figuras caóticas y azarosas (el azar, flatus vocis) a la manera de las babosas en el cemento. Ahora lo dudo. Y me asusta un poco que, tomando cierta distancia, tales figuras adquieran una clarísima forma circular, cíclica, de engranaje donde todo calza y todo está ya visto y dicho. El dilema no radica en ser o no ser. Postularlo así no es más que una payasada literaria glorificada. ¿Será que el verdadero dilema se sitúa precisamente entre aceptar y no aceptar esta maldita circularidad?

miércoles, septiembre 27, 2006

Volver

Es cierto: la vuelta es la ida en más de un sentido, y viceversa. Caminar tanto para llegar al mismo punto. Desde luego, llegar convertido en otra cosa, en algo diferente de aquello que se fue hace casi una década, quién sabe si más o menos, pero diferente. Escribo, sí, pero ahora desde este otro lado, con todas estas otras cosas, y todo esto es aparentemente críptico y sin sentido. Pero precisamente por ello es tan ilustrativo de lo que está pasando aquí; de por qué; de cuándo, etc. Regreso a la escritura compulsiva (y no sólo a la escritura compulsiva), y me aferro a ella como un ancla, como un punto fijo en esta rueda hamsteriana e infinita que es la ida la vuelta la ida la vuelta, como para sentir que a pesar del largo trayecto, de la circularidad de perro persiguiéndose la cola, soy el mismo y al mismo tiempo alguien distinto. La ida es la vuelta, sí, pero el lugar de retorno no es igual. Ahora, de este otro lado, el pasto es quizá un poco más verde, y el llanto de la chica de ayer así me lo confirma. Y el mundo es así, pero no es así, y etc. Devoré letras los últimos veinticinco años. ¿Será ya el tiempo de vomitarlas?

martes, septiembre 26, 2006

Nostalgia

La nostalgia como fundamento ontológico alude a una sospecha ineludible de estar siempre en el lugar incorrecto, a la hora imprecisa. En vivir a destiempo. Evoca un pasado distante o un futuro lejano, pero nunca se sitúa en presente. Detrás de todo ello se extiende una sed de excentramiento, una búsqueda infructuosa (zas, con la palabrita) de esa perspectiva panóptica que permita ver el instante en que uno va cayendo en el pozo infinito que es, también, uno mismo. Juego de espejos, mirada paralática, oblicua, que alude a un ligero desplazamiento. Reconocimiento del vacío constitutivo alrededor del cual se forja el ser y, que por ende, produce sujetos escindidos, huecos, que a diferencia de lo que canta el poeta, deshacen el camino al andar. Pareciera que hay un destino fatal, una aceptación tácita de lo que le acontece a quien es atravesado por dicha nostalgia. Pero no, hay más bien una elección, la adopción de una postura, una decisión que en lugar de señalar: “así fue”, aduce: “así lo quise”, y postula al mismo tiempo la búsqueda (de algo que no se sabe bien qué es) como una marca identitaria (qué lenguaje, qué impudor).

jueves, septiembre 21, 2006

Sí.

Pronto de vuelta...

lunes, septiembre 04, 2006

BANG

martes, agosto 22, 2006

Nada

Nada. Nada. Nada. Reiteración de una palabra. Inútil. Desesperantemente inútil. Recorrer este camino como si fuera la primera vez. Dejar que las letras fluyan. Que caigan como lluvia. Letras. Lluvia. Qué estupidez. Habrá que irse de aquí. Abandonarlo todo, dejarlo atrás a que el rencor lo pudra lentamente. Encontrar un sitio seguro donde sea posible recoger los pedazos y rearmarse de la mejor manera. A relamerse las heridas como un maldito perro. Mejor aún: abandonarse. Deshacerse de todo aquello que aparentaba ser importante, y meter en una maleta todo este conocimiento que no sirve para nada, nada, nada. Alejarse. Tomar distancia. Pero ¿cómo distanciarse de la propia e insistente sombra que persiste en permanecer justito aquí, al lado mío? Explorar otros cauces ¿valdrá la pena? Hace mucho que dejé de permitir que todo ideal me fuera significativo. Ahora sé que estuve en lo correcto. Justo ahora que aposté equivocadamente y perdí. Exacto. Hacer de la suma de derrotas una victoria. La victoria consiste en salir derrotado una y otra vez. Una. Y otra vez.

jueves, agosto 10, 2006

4

Cuatro años ya, Chatita. Y te seguimos extrañando tanto... Nos haces tanta falta...

lunes, julio 10, 2006

Welcome to postméxico

Uno de los primeros actos de gobierno de Vicente Fox consistió en modificar el logotipo de la Presidencia de la República. De un día para otro, por decreto presidencial, la archi-reconocida aguilitaparadasobreunnopaldevorandounaserpiente quedó demediada, partida por la mitad gracias a una discreta guillotina tricolor, dejando visible sólo la parte más septentrional de la citada imagen. En su tiempo, este dislate blanquiazul provocó malestar entre algunos sectores de corte patriotero en varias regiones del país. Vaya, hasta los intelectualillos que fungen como parásitos de Televisazteca protestaron durante varias semanas. Pero como suele suceder en nuestro [hoy más azul y bendito que nunca] postméxico, pronto se nos olvidó el asunto. Con el tiempo, esta construcción simbólica se coló en el imaginario nacional, y nos acostumbramos a ver el aguilita mocha por todas partes: en la tele, en los diarios, en los libros, en los programas y planes de gobierno, etc. Así hasta el cuasifinal del primer bluesexenio. Hasta aquí, el asunto carecería de importancia [salvo para los pocos patrioteros que aún pululan por ahí] si no fuera por las resonancias simbólicas que tiene ese primer acto de Fox.

En primer lugar, el rediseño de imagen que operó el equipo publicitario de Fox Inc. sobre el logotipo de la Presidencia no sólo alude a una cuestión estética. Detrás de ello subyace una profunda dimensión ética. Y por ende, política. Pensemos que la dichosa aguilita no sólo es un simple sello, sino que funge como un eje aglutinante de la mexicanidad, como el mismo gesto fundacional de nuestra nación. De modo que la estrategia mediática del primer presidente de alternancia debe ser leída en ese nivel ontológico, es decir, como un nuevo gesto fundacional, como la emergencia de un nuevo país (obviamente, postméxico). Esto fue dicho muchísimas veces por Fox. Pero el brillo de lo aparentemente nuevo nos segó/cegó, evitando que captáramos en su verdadera dimensión las palabras del presichente. Así, el corte efectuado sobre el águila no fue, pues, sino un anuncio que no supimos o no quisimos interpretar en su momento, cuya intención principal consistía en prepararnos para lo que estaría por venir en las elecciones del 2006. En otras palabras, la eliminación de la parte austral del signo definitorio del preméxico tiene una relación estrictamente homóloga con la profunda división que han dejado los recientes comicios. Basta mirar cualquier mapa que muestre la distribución del voto para darse cuenta de ello. Al igual que con el sello presidencial, la facción que quedó pintada di blue será la única que adquirirá visibilidad e importancia por lo menos durante los primeros años del próximo sexenio. Veremos que sucede por ahí del 2008. En fin, si el neoconservadurismo mexicano es coherente consigo mismo, el mensaje inicial de Fox, y su necia insistencia en la necesidad de continuar sobre el mismo caballo ¿sugiere en consecuencia que el destino de la sección amarilla (del país, no la telefónica) será igual que el de las patitas del águila? Vaya bestiario el nuestro.

Ja.


PD.

Cuando vivía en Tijuana me jactaba de tener la frontera a unos cuantos pasos. Nomás me sentía deprimido y me iba de compras al extranjero. O ya de perdis, invitaba al Monsiváis a tomar un capuchino Venti al Starbucks con los compitas de Hillcrest. Ja. Luego de las elecciones me doy cuenta que estaba equivocado. El mapa que muestra la distribución del voto señala, también, hasta dónde llegan ahora los yunaites, y desde dónde comienza Centroamérica. Chale, la pinche movilidad de las fronteras me trae loco.

PD2.

Insisto. Todo intento de impugnar las elecciones será un esfuerzo inútil. El TRIfe no se arriesgará jamás a deslegitimar al árbitro de la contienda. Habrá que olvidarse de ello. Lo más sensato radica en organizarse, en irse preparando para el 2010 ¿Captas? Si es así ¿de qué lado estarás cuando todo comience?

jueves, julio 06, 2006

¡No!


¡No! Y el mío es un no rotundo frente al oscurantismo inquisitorial que se cierne sobre nosotros (mexicanos en general, y zapopanos jaliscienses en particular). ¡No! Yo no voté por Calderón porque considero que tenerlo a él como gobernante es lo peor que le puede pasar al país. ¡No! Mi voto tampoco fue para López porque no creo que una izquierda anquilosada y prehistórica pueda sacar a México del pozo en el que está sumergido. Mi idea de proyecto de nación no tiene qué ver ni con el PAN ni con el PRD (mucho menos con el PRI o el PANAL, ¡asco!). Y sin embargo...
¡No! Nunca he deseado tanto equivocarme, pero tengo la terrible certeza de que nos espera uno de los peores sexenios de nuestra historia. Desde luego que ante la indignación que me provoca lo que acontece en la arena política nacional se imponen las lógicas inmediatas de la protesta, por un lado, y de la apatía y el desentendimiento, por el otro.[1] Pero ojo: recordemos que tanto la pasividad más profunda como la acción más subversiva tienden a reificar el orden instituido. El único resultado posible de toda rebeldía no es sino la legitimación última del pseudotriunfo panista. En este sentido, lo importante no radica en posicionarse a toda costa en contra del sistema. La verdadera protesta consiste en situarse del lado de la más pura ortodoxia, en adoptar de manera radical y hasta el límite los más enraizados preceptos blanquiazules de crucifijo y sotana. Más que un sano repliegue hacia la estabilización de la esfera privada, se precisa acercarse histéricamente al mismísimo núcleo de lo público, penetrarlo hasta el hueso hasta sorber la médula ultraconservadora. Habría, pues, que enrolarse en las filas del PAN, y adoptar como bandera cada uno de sus mandatos, cumplirlos sin rechistar, hasta convertirse en un ser más panista que Sandoval Iñiguez. Y si los contactos lo permiten, habría que llegar hasta el fondo y entrometerse en El Yunque, plagarlo con nuestra presencia, seguir al pie de la letra cada dictado y cumplir con el deber que se nos imponga. ¿Libertad de pensar y elegir? ¿Para qué? Es mejor vivir feliz y contentillo, contemplando estúpidamente una bandera azul con lindos terminados fascistas en las esquinas.

Alcemos todos la mano derecha y saludemos al [bendito] triunfador. Hail, Felipe.


(¡No!)



[1] Dentro de estas categorías está incluida, también, la movilización social virtual, es decir, aquella que nos interpela a enviar cadenas y cadenas de correos sin destinatario, en donde el botón de “enviar” y el “mouse” adquieren el mismo estatus ontólogico que el fusil y las cananas revolucionarias. Puag.

lunes, julio 03, 2006

Al averno

Sí. Directito al averno. Este país se está yendo al caño aceleradamente. ¿Seré un tipo inteligente como las ratas que abandonan la nave, o me comportaré como un vil estúpido con aires capitanescos que no huye sino hasta que todo pasajero ha sido rescatado? ¿Será ya el tiempo de hacer las maletas y partir a cualquier lugar de extranjia o quedarse a recoger los restos de lo que quede de este postméxico? La indecibilidad, como siempre...

miércoles, junio 14, 2006

Deconstructing politics

El proton pseudos —la «mentira primordial» de los histéricos, según argumentan distintos güeyes— permite discernir el tránsito de lo constitución subjetiva de la mentira hacia una especie de mentira objetiva, la cual estaría inscrita precisamente en el seno más profundo de la realidad social. Es más que evidente la relación de lo anterior con la idea ‘martzista’ (Gkrtr dixit) que anuncia el «fetichismo de las mercancías», y con respecto a ello podrían decirse un montón de cosas. Pero resulta bastante más interesante trasladar esta noción al análisis de la arena política nacional. De manera específica, un spot reciente hecho por sabrá el diablo qué publicistas enloquecidos para la campaña de Roberto Madrazo, está que ni mandado a hacer. Recordemos que el proton pseudos no es sino Der falsche logische Schein, es decir, la llegada a conclusiones falsas por medio del razonamiento lógico. En otras palabras, es posible inferir que el orden de los factores sí altera el producto: una ilusión aparentemente subjetiva hunde sus raíces en una mentira que en sí da cuerpo a la realidad objetiva. Veamos si no.

En el spot referido, el cual remite al combate a la delincuencia, aparece, en este orden, lo siguiente:

(1) Un grupo de maleantes recién capturados, riéndose porque saben que pronto van a salir de la cárcel;

(2) Madrazo con un rostro duro/endurecido, amenazante, casi obligando a (la audiencia a) que continúe con la burla. “Síganse riendo”, dice;

(3) Madrazo de nuevo, recitando la letanía de medidas que tomará para combatir la delincuencia;

(4) Un primer plano del rostro de uno de los bribones, el cual adopta poco a poco una expresión de terror;

(5) El mismo tipo (el maleante, no Madrazo) termina por orinarse;

(6) Se cierra el spot con un anuncio que reza: “con Madrazo te va a ir muy bien”.

En términos muy sintéticos, ésa es la estructura que subyace a varios de los panfletos madracistas recientes (i. e. la puesta en escena del mal-síntoma, el desanudamiento del núcleo traumático, y la emancipación final). Pero el problema, el proton pseudos, la mentira primordial, radica, sin duda, en la aparente lógica con la que son mostradas las distintas secuencias que conforman el mencionado spot. Una lectura más cuidadosa nos permitiría discernir que la disposición en que éste está presentado no es la correcta. El orden en que realmente (es decir, en la realidad social) se suceden los eventos (desordenados) en el spot es el siguiente:

(4) (2) (3) (6) (1) (5)

Ésta es precisamente la clave de lectura para interpretar la propaganda madracista: al principio, en el momento de su captura, los maleantes están lógicamente aterrados (y no precisamente porque el sistema judicial funcione, sino porque a nadie le gusta pasar un tiempo encerrado). Luego, frente a las propuestas que hace Madrazo para combatir la delincuencia, y tomando en cuenta el origen de éste, es decir, la más pura expresión del antiguo régimen, no pueden evitar reírse a carcajadas porque tienen la certeza de que van a conseguir su libertad impunemente. Esto llega al extremo de que ante tanta diversión, uno de ellos termina por orinarse (ojo: debido a la risa y no por el miedo). Tiene razón Madrazo que al votar por él el camino que se transitaría va desde el sufrimiento al goce. Lo que en su spot no se señala es que el mensaje es dirigido, precisamente, a los maleantes. En consecuencia, la lectura que no debe pasarnos de lado por ningún motivo es la siguiente: [estimado ladrón/delincuente/y demás agremiados]: “con Madrazo te va a ir muy bien”.

Je.


jueves, junio 08, 2006

Con límite de tiempo

Afuera
Una pequeña revienta en llanto
Porque alguien le ha robado el reloj
Que había enterrado meses antes
Justo en el centro del jardín

[¡—Era una cápsula del tiempo, mamá—!]

Grita
Como si en ello se le fuera la vida
Toda mejillas encendidas y rastros de agua
¡Era el de corazoncitos, mamá! —dice—
Se limpia el rostro con sus manitas
Suspira profundo, solloza, gime

Adentro
Alguien mira desde su ventana
Y piensa que pensar se vuelve
Un acto vil y sospechoso
Limpia la carátula con precisión
Sacude la arena húmeda
Ajusta la correa

Todavía es lunes [de pared a pared]

Sonríe
Sin culpa, casi
Sonríe

viernes, junio 02, 2006

...

"I need to watch things die.. from a good safe distance.
Vicariously I live while the whole world dies.
You all feel the same so..."

JMK

¿Cómo puede uno simplemente no estar de acuerdo?

martes, mayo 30, 2006

Haciendo Memoria

Hace unos catorce años que tuve mi primer encuentro con Tool. Fue un viernes, después de medianoche. Intentaba domesticar el insomnio viendo un poco de televisión. Justo en ese momento terrible en el que uno está sumergido en ese sutil abismo que separa el sueño de la vigilia, sonaron los primeros acordes de Sober. En la pantalla apareció una especie de muppet monstruoso, un ser patético que provocaba al mismo tiempo unas infinitas compasión y repulsa, envuelto en la búsqueda de ese algo que no se sabe bien qué es, pero que interpela, que obliga a permanecer buscando. Para entonces, Rayuela ya era mi libro de cabecera (esa vieja primera edición cubana que estúpidamente le regalé a una europea desabrida), y la figura del perseguidor me acechaba minuciosamente. No pude, en consecuencia, más que identificar de alguna manera al Mesías de Sober con you know who. Entonces me sentí oscuramente iluminado. Así. Y no me había vuelto a pasar. Hasta ayer. En que escuché completito el 10,000 days, la más reciente producción de Tool (afortunadamente Cortázar está muerto). La experiencia fue brutal. Yo creía que a mi edad ya no.

Y sí.

Todavía.

No me gusta recomendar música. Así que esto no es una recomendación. Lo que sí puedo decir es que diez mil días es un album sumamente profundo, introspectivo. La ejecución es brillante en cada corte. Sin duda, será uno de los cds de referencia (en mi colección). Estoy seguro que igual que sucede con Undertow (el segundo disco de Tool), seguiré escuchando 10,000 days después de quince años con igual o mayor placer que ayer.

(Y todo esto sólo para dejar en claro que no tengo nada que decir, que la hinspiración me ha abandonado por completo).

lunes, mayo 29, 2006

Juegos de rutina

Somos animales de costumbres. Endurecidos. Y al mismo tiempo, somos trayectorias vagas de lo impreciso. Seres ablandados por la baba de tantos siglos que pesan sobre nuestros hombros. Pisadas húmedas en la arena. Rastros de caracol que se inscriben en el orden establecido. Rodajas de humo acomodaticias, de esas que rasgas fácilmente con un dedo. Tú, de tu lado del abismo. Yo, en medio de este imperio insulso de la nada. Del no ser nada. Del no querer ser nada. Escrituras automáticas plasmadas en un baño público. Cuando mucho. Obras de arte dibujadas en el aire. Es cierto: digo Tú o Yo, ustedes, nosotros, pero ¿quién es este tú y quién es este yo del que hablo? No son Nadie. Nada más que las irrupciones de una metáfora en un texto terriblemente limpio. Metástasis del uno mismo. Retruécanos apesadumbrados todos. Didácticas que no enseñan más que los límites de la ignorancia. Paréntesis. Aperturas hacia lo infinito. Hacia lo otro. Inacabados. Puntos suspensivos abismales, que conducen a ningún lugar. Ojos cerrados. Precipitaciones abruptas hacia un interior que descubrimos vacío. Sillones elegantísimos en medio del desierto. Alegrías de bolsillo, desechables. Pañales sucios. Un camión lleno de marranos, rodeados de más y más marranos. Y quizá por ello es que nos queremos tanto.

miércoles, mayo 24, 2006

¡Cuidado!








Todos sabemos que éstos son hombres pequeños [sobre todo de mente, es decir, son ínfimos en propuestas]. Terriblemente pequeños. Precisamente por ello es por lo que representan, sin duda, un peligro para el país. Si no me crees, compruébalo por ti mismo. Aquí están sus plataformas electorales. Analízalas e interrógate dónde entras tú dentro de sus "proyectos de nación" (?). Entonces te darás cuenta de algo que supongo ya intuías: que el entorno político del país parece una carpa de circo. Como dice el buen amigo Luis Chaves: en el centro de la pista hay un hombre desnudo (i. e. el ciudadano común y corriente), y las butacas están repletas: de payasos (i. e. de políticos). Recordemos que lo cómico emerge justo en el momento en que la situación es tan terrible que sobrepasa los límites de lo trágico. Y la nuestra es horripilantemente jocosa.
Ja. Ja. Ja.
PD.
Por supuesto, frente a lo anterior sólo quedan dos vías. Yo ya tengo decidida la mía. ¿Y tú?

jueves, abril 27, 2006

Unos días...

Pues bien, el autor de este blog y yo (y yo también) tienen que terminar el último capítulo de una tesis doctoral que, por fin, va saliendo. En consecuencia, habremos de tomarnos unos días no para dejar de escribir, sino para escribir en demasía. Ojalá y al regreso estén ustedes por acá. Nos vemos pronto. Prontito.

I.

martes, abril 04, 2006

(Im)pensar la (post)literatura

Imposible resistir la tentación y no re-postear este texto

La primera vez que supe de la existencia de las bitácoras personales (weblogs/blogs) fue en un episodio de Los Simpson. En éste, Homero acude a trabajar, como siempre, pero se encuentra con que la planta nuclear no ha abierto sus puertas. La duda lo inmoviliza kieerkegardianamente. Por casualidad, Jenny y Carl pasean por el lugar y al ver a Homero le hacen saber que a todo el personal le fue informado del cierre por medio de un memorando difundido por correo electrónico. Como resulta obvio, Homero nunca se enteró. Al sentirse marginado decide comprar una computadora. Frente a la ya característica incapacidad homeresca, Lisa entra al rescate y le instala la PC. Desde su primer ingreso en Internet, el querido Kwyjibo queda atrapado en la red. Las posibilidades le parecen infinitas. Para explorarlas decide elaborar un weblog en el que sube el material que se piratea de otros sitios. Para darle mayor dramatismo al asunto [y evitar, de paso, toda demanda legal], Homero adopta el nombre de Mr. X. En sus post, Mr X. se dedica principalmente a ventilar las intimidades de los habitantes de Springfield (a la Chapoy). Cuando se le agotan las ideas y su página deja de recibir visitas, Homero decide inventarse las historias. Así, por ejemplo, esparce el rumor de que el Alcalde Diamante se ha gastado el presupuesto público en construir una piscina en el patio de su casa; o que el Sr. Burns trafica con uranio y lo vende los terroristas islámicos. Sobra decir que los rumores resultaron ser ciertos, por lo que la bitácora de Mr. X se convirtió en un éxito rotundo, al grado de que le fue otorgado un Pulitzer.
Desde hace poco más o menos un año yo he entrado, también, en el mundo de los blogs. Ello me ha hecho ver que la escritura es una de mis compulsiones más queridas. Escribir sin ser capaz de detenerse, narrar las sutilezas de la vida cotidiana, radicar en la inmediatez del hipertexto. Todo ello ocurre cuando se escribe en un blog. Las fronteras entre los géneros se difuminan, dejan de tener sentido. O mejor aún, se hacen visibles para poder ser atravesadas (a patadas y echando espuma por la boca). Sospecho, incluso, que al postear se crea un nuevo y efímero género: la postliteratura. No hablo de una idiotez como la literatura postmoderna, sino de una literatura del post. En la postliteratura lo escrito condiciona muy poco lo que se está escribiendo: se abre la posibilidad de de(con)struir la literatura desde la literatura misma.
Con la postliteratura el Uno irrumpe en los Otros [y viceversa] haciendo estallar la dicotomía escritor/lector. A diferencia de lo que ocurre con los textos impresos, en el blog es posible que los lectores dejen —por escrito— sus comentarios virtualmente en tiempo real, convirtiéndose así en algo más que testigos de la obra. El texto no existe salvo en la medida en que el lector-escritor lo (re)construye y se transforma en su artífice. Si la postliteratura es un género literario en gestación, requiere de un nuevo tipo de lector, uno que quizá rompa con el mito cortazariano del lector-hembra, una especie de lectoescriturista. Éste no es un híbrido estéril, sino que produce y (se) reproduce en el (hiper)texto. Por ello, la postliteratura es indigesta: exige la participación activa de los ácidos de este nuevo lectoescriturista; requiere ser convertida en una especie de bolo en el que lo literario, a final de cuentas, o se aprovecha o queda hecho otra cosa (en alguna asquerosa secreción, como ocurre con mucha literatura). Ello obliga a la toma de posturas por parte de quien lee: exige cierta complicidad del lectoescritor, un acomodamiento o una desazón, pero siempre un movimiento.
La postliteratura es efímera, fugaz, en la medida en que la retroalimentación ocurre en tiempo real. En los blogs no puede dejarse para mañana lo que se pueda leer hoy. La producción de posts es tal que el tiempo simplemente no alcanza. Y esto no es una desventaja. Al contrario, exhibe al escritor y lo coloca bajo una mirada inquisidora, como en un circo en el que el primer acto es un hombre desnudo y la gradería está repleta de payasos. En la postliteratura se reconoce que la creación literaria implica tanto al texto como al que lee [así como el hecho de abrir la puerta vincula tanto al que abre la puerta como a la puerta]. Por ello, la postliteratura es degradante en la medida en que desdiviniza al yo literario (a la figura del escritor). Permite arrojarse absurdamente a la literatura con la (des)esperanza de caer abiertos, vulnerables en la postliteratura. Al bajar del pedestal a quien escribe [o al subir al pedestal a quien lee], las bitácoras personales rompen con la idea de que la literatura es un campo autónomo, perteneciente al dominio de unos pocos. La postliteratura es y existe sólo en el momento que se lee, nunca antes ni nunca después. Puro presente, sin contaminación del pasado o del futuro. Todo aquél que tenga dos dedos de frente (y diez pesos para una hora en cualquier cybercafé) es capaz de hacer postliteratura. Por ello, ésta atenta contra las ortodoxias literarias, contra los cánones que se acomodan en los consabidos estancos: esto es una novela, aquello es un cuento, este es un ensayo, etc. Los textos postliterarios no se agotan en sí mismos, son abiertos y se reconstruyen a partir de las intersubjetividades. La postliteratura se tensa en la ambigüedad de lo post [pero sobre todo del post]: fluctúa entre ese ámbito dinámico que está más allá de la literatura [que ni siquiera es literatura] y el momento de fijar en letras las ideas.
En última instancia, la postliteratura es verborrea jeroglífica, martillar de palabras, agolpamiento de ideas. Esto es así porque escribir no es otra cosa que un juego de espejos, un hegelianismo baratísimo en el que la negación de la negación sólo afirma de manera más radical el punto de partida: hoy la literatura se postea, el post se (re)vuelve literatura y todo deviene en ¿ ? Ahora caigo en la cuenta: Barthes estaba equivocado y Homero Simpson se lo ha escupido en el rostro: no es el autor quien ha muerto, sino la literatura. Viva, pues, la postliteratura. ¡Do’h!

jueves, marzo 30, 2006

Imágenes de septiembre

A ti, por todo

Hacía frío, como casi siempre en aquella playa. La arena cubría la base de tu copa —llena a medias— con un inmejorable tinto. En el fondo, el violento sonido del mar nos acompañaba, con una especie de nostalgia o de evocación innombrable. Tú preguntabas por qué la fina línea blanquiazul en la cresta de las olas. Yo con mis desplantes intelectualoides, queriendo explicarlo todo, decía que el fósforo, la espuma, las algas, etc. Mientras tú con los pies desnudos, enterrados, juguetones, me hacías saber, sin quererlo, que el verdadero conocimiento estaba en otro lado, y no donde yo pretendía buscarlo, que la vida, la verdadera vida no estaba en los libros, sino en la oscuridad que desdibujaba al horizonte, en nuestro estar ahí, sentados, escuchándonos decir nada, en la pegajosa arena que me molestaba tanto, en la coincidencia del gusto por el delicioso sabor a barrica del nebbiolo, o en los dibujitos que trazabas sobre la arena. Mis manos que se acercaban peligrosas a ti, con el pretexto del leve golpecito que te habías dado en el tobillo. Ya comenzábamos a amarnos, aunque ninguno de los dos lo admitiera, aunque era evidente por todas partes: en las dos botellas frente a nosotros, una con vino, la otra con una vela blanca, encendida, que nos iluminaba a ratos; en la cera derramada que había ido formando unas figurillas increíblemente humanoides; en tu decisión de conservar tales figuras como una especie de recordatorio de lo que pudo haber sido aquella noche; en la tanta gente que paseaba por la playa a pesar de tan altas horas. Yo aprovechaba, desde luego, los ocasionales silencios, para memorizar tu rostro iluminado por la frágil luz, para intuir, casi, las dos llamitas reflejadas en tus enormes ojos, para sospecharme detrás de aquello que aún no sé definir, pero que sé de cierto que está ahí, y que sigue siendo un misterio que me atrapa, un núcleo en el que en ti soy yo y que me hace estar completo a pesar de tanta incompletud. Luego, el frío nos replegaba de a poquito, hasta la inaplazable vuelta a casa, a seguir conversando, a imaginarte dormida, a desearte desnuda, a verte emocionada por mi música, la verdaderamente hecha por mí. Y a reírme contigo por la risa que te provocaban mis estúpidos peomas. Esa gigantesca risa que llenaba mi habitación y la madrugada, y me hacía añorarte aún cuando todavía estabas ahí. Hasta que nos venció el sueño, o el cansancio, o el frío, o lo que sea, y fingimos dormir un rato, así, cerquita, yo mirándote y tu sonriendo, acurrucada, tan pequeñita y tan grande a la vez, tan necesaria, tan indispensable, tan…

viernes, marzo 24, 2006

Escalera

Es una escalera. De cantera. Como otras muchas. Pero ésta es diferente. Es única. No estoy seguro si sube o baja. La miro interrogante, y parece que me regresa la mirada. Calla. ¿Calla? Tonterías. Crece y se bifurca. O se hace estrecha y se cierra sobre sí misma. No lo sé. La veo y entiendo que es cierto: una escalera es la marca conspicua de la paradoja, un camino puesto en suspenso, roto por un instante, la simultánea continuación y el final abrupto de una ruta. Una escalera es todo eso al mismo tiempo. Y es más que eso. Y por ello mismo es mucho menos. Escalera = paradoja. A ésta, el sol se le resbala por el lomo [pero ¿y si es la panza? ¿Y si está tirada de espaldas?]. Despacito. Puedes darte cuenta de ello en las sombras que proyecta. Precisas. Casi solemnes. Digo sol pero en realidad solo lo hago para nombrar de otra manera al tiempo. Sí, es el tiempo el que se le pasea entre los pliegues a esta escalera. A mi escalera. Y entonces ella se transforma en algo más. Cambia. Sus grietas y escollos permanecen. Sin embargo es diferente cada vez que la observo. Hay algo en ella que es más que ella misma. Es ese residuo fascinante y horrendo lo que la hace diferente. No es una escalera. Es la escalera. Ahora late con la quietud irreverente de un gato. Sabe que la escribo. Sus trazos regulares me lo indican. También la bella tranquilidad con la que permanecen todas las cosas muertas. Con ese estar ahí despliega su inmovilidad de una manera terrible, casi innombrable. Invita a atravesarla, como el eco de un viejo ritual, una iniciación. Como si al otro lado hubiera algo más que el horizonte. Quiero subirbajarla. Panrrecorrerla de un lado a otro. Pero es tan difícil. Hay que levantarse de esta silla, caminar un paso, otro. Otro. Averiguar si uno se va o regresa una vez que la ha caminado. Dejarla detrás sólo para volverla a andar. Indagar si ella es la causa o el efecto del desplazamiento, de este infame quebrarse en ángulos rectos que le otorga a todo paisaje. No hay una llave certera que permita abrir los misterios de la escalera. Ante tanta majestuosidad, sólo es pertinente callar.


lunes, marzo 20, 2006

Un mundo maravilloso o la ideología hoy.

Sí. Ya fui a ver Un Mundo Maravilloso, dirigida por Luis Estrada. Desde luego, más que otra cosa, me guió el morbo. Preferí no leer ninguna crítica o reseña acerca del filme, porque no confío en las frecuentes sandeces de los encargados locales de realizar esa tarea. Además, quería entrar a la sala cinematográfica “sin prejuicios” [as if it is possible]. Esperaba una denuncia y así fue. Las atrocidades del sistema político mexicano quedan expuestas de manera clara, concisa, en el citado filme. La inconmensurable brecha entre la esfera política y la ciudadanía es puesta de relieve con un tino certero por Estrada. Las actuaciones de casi todo el elenco son poco menos que impecables. En última instancia, resulta indignante reconocerse en más de uno de los personajes. Tanto, que casi la totalidad de quienes estábamos distribuidos en las butacas soltamos una carcajada de vez en cuando. Tristísimo. ¿Por qué? Parafraseando a Clinton, no queda más que decir que: “It’s the Ideology, stupid!”.

¿Acaso no se ha convertido en un lugar común afirmar que en estos tiempos postmodernos la ideología es un término rancio y vacío? Tras el derrumbe del socialismo realmente existente, sugerir que cualquier grupo dominante tienen una estrategia que pretende privilegiar una forma de ver el mundo [weltanschauung] resulta una postura obsoleta y fuera de lugar. Un gran sector de la esfera académica actual [antes izquierdoso y radicaloide] desdeña en su jerga cualquier argumento que tenga que ver con la imposición de hegemonías intelectuales qua instrumentos de reproducción social. Los aparatos ideológicos del Estado ya no son tales. Ahora son instancias burocráticas eficientes. Si la ideología era la falsa conciencia, la (in)acción social se ejemplificaba con el precepto piadoso de: “Porque no saben lo que hacen”. La clase social subsumida tenía que ser “iluminada” (i. e. transitar de la conciencia en sí hacia la conciencia para sí) para, tras un proceso revolucionario, liberarse de la prisión ideológica, hacer estallar toda relación de dominación y convertirse en dueños de su propio destino. Convertirse en los hacedores de su propia historia. Pareciera, en última instancia, que cualquier movimiento revolucionario está, en nuestros días, muy lejano (no te ilusiones con lo que está pasando en París, mi estimado). Si es así, resulta incuestionable que la ideología ha muerto.

¿Que viva, en consecuencia, la ideología?

Sin duda.

La película manufacturada por Estrada funciona precisamente en esta dimensión. Es probable que de haberse transmitido hace unos cuarenta o cincuenta años, dicho filme habría terminado en la desaparición o el exilio de todos los involucrados en él. Los mecanismos del poder hubiesen actuado para castigar al culpable y para hacerle saber al pópulo que aquello no estaba bien. La imposición de un modo de pensar, estaba más que claro. Pero hoy, que vivimos en un régimen de apertura democrática, la libertad de expresión permite que tengamos acceso a ese tipo de información. ¿Cuáles son las consecuencias que tendrán Estrada y los demás participantes de Un mundo maravilloso? Más allá del probable beneficio económico que ello les traiga, prácticamente no tendrán ninguna en términos políticos. Cada quien es libre de decir y hacer lo que quiera. Nadie impone sus ideas. Pudiera decirse, casi sin sentir comezón, que la ideología ha muerto. Pero filmes como el de Estrada prueban lo contrario. Si antes el precepto que definía la ideología consistía en el “Porque no saben lo que hacen”, hoy, como dijera el good old Zizek, radica precisamente en el “Porque lo saben, y aún así lo hacen”. ¿Qué quiero decir con esto? Que la dimensión verdaderamente aterradora del funcionamiento de la ideología consiste en la ilusión de una libertad democrática. ¿Acaso el gesto más autoritario del régimen no consiste en permitir que pasen películas como esa? Recordemos que aún incluso la acción más subversiva tiende a legitimar un orden establecido. El papel que juega Un mundo maravilloso es estrictamente homólogo al que desempeñan los pseudocumentales de Michael Moore. Si no, ¿cómo explicar que al salir de las salas cinematográficas, después de observar detenidamente un filme como el de Estrada, no nos levantemos en armas? ¿Cómo es posible que digamos con una sonrisa irónica dibujada en el rostro que el gobierno apesta? ¿En dónde queda nuestra indignación cuando le pagamos al viene-viene que medio nos lavó el auto mientras nosotros nos tomábamos un frapuccino venti con crema batida en el Starbucks? La respuesta a estas interrogantes es clara: es la ideología, estúpido. Con más precisión: es la más aterradora forma de ideología: porque lo sé y aún así lo hago. Alguien debería prohibir películas como Un mundo maravilloso. No representan sino la cara más autoritaria del régimen y, para colmo, contribuyen a legitimarlo disfrazándose de denuncia. Qué asco.

viernes, marzo 17, 2006

Padre mío:

Feliz cumpleaños...

martes, marzo 07, 2006

Mi(s) disco(s)/libro(s).

De un tiempo para acá he venido leyendo en varios blogs el despliegue de las preferencias musicales/literarias de sus autores. Al principio ello me parecía una demostración casi exhibicionista del gusto personal; una manera de mostrarle al mundo[1] el grado de cooltoora al que se tiene acceso. Como si recetarse a los autores más freaks, oscuros y pseudoexperimentales [as if such a thing exist], o como si escuchar la música más rara y en vinilo significara algo más que leer autores freaks y escuchar acetatos medio rayados y con un sonido tremendamente deficiente. La presuntuosa inclinación a recomendar la escucha de esta música y no de aquella/leer este libro y no aquél, me llegaba a resultar, a veces, hasta ofensiva. “Mi gusto es, y quién me lo quitará”, reza acertadamente una canción populachera. “¿Qué si a mí me gusta Pig Destroyer en la misma medida en que me gustan Rosana y Jewel?”, pensaba. “¿Qué si considero que Fear Factory es la música del futuro y que aquello que hacen los aprietabotones es todo menos música electrónica?” “¿Por qué para ser cool tengo que dejar de pensar que Bunbury es un burdo intento de Morrison y que Moderatto es la única y real banda de rock mexicano que ha habido en la historia del país? ¿Acaso Caifanes no es más que una pálida sombra de [otros pseudo músicos como] The Cure? ¿Por qué me tiene qué gustar más Paul Auster que Chuck Palahniuk? ¿O Neruda más que Luis Chaves?”, creía.

Y lo sigo creyendo.

Eso no ha cambiado. Sigo pensando que la tendencia postmoderna a la tolerancia [casi siempre de dientes para fuera] es una ficción inútil. Ya es tiempo de adoptar una postura, aún incluso si ésta es la indiferencia. En este sentido, más bien me di cuenta que el hecho de mostrar los gustos personales tiene otra dimensión, que va más allá del mero exhibicionismo. En realidad, más que un monólogo frente al lector, se establece una especie de diálogo a una sola voz, en el que el interlocutor es uno mismo. En la determinación del gusto confluye una serie casi innumerable de factores. Cierta canción de un grupo específico puede detonar los resortes más ocultos de la memoria. Es probable que una lectura transporte a un contexto diferente del que se habita, alejado en el tiempo y el espacio. Así que la tarea de elevar un disco a la posición jerárquica más alta de nuestros afectos es extremadamente agotadora. Elegir un libro es igual de aplastante. Redactar un decálogo con los gustos propios es una salida fácil. Lo increíblemente difícil es reducir la lista a una sola entrada. De manera que evidenciar las preferencias personales también implicaría una toma de postura frente al mundo: al hacer explícito que a mí me gusta esto y no aquello también estoy inscribiendo mi subjetividad en el orden simbólico, estoy domesticando en cierto modo la realidad. Y al mismo tiempo, más que un vulgar despliegue del gusto personal, se pone en suspenso el mismo logos del universo: en la medida en que se reflexiona acerca del propio ser/gusto se atraviesa un puente, se convierte uno en una especie de sujeto escindido que se contempla a sí mismo mirándose desde el otro lado. En última instancia, se convierte uno en su testigo.

Ahora creo que se puede estar en contra, a favor, o simplemente puede a Uno valerle madre lo que al Otro le guste. Lo importante radica en ser capaz de (re)construir la posición desde la cual es posible conversar con uno mismo, determinar cuál es el mejor texto/el mejor LP y atreverse a exponerlo [exponerse es someterse al juicio crítico del otro, y el que se lleva se aguanta]. Recomendar la lectura/la escucha de algo no me interesa demasiado [aunque lo he hecho muchísimas veces]. Sobre todo porque no soy nada, no quiero ser nada. Es como la discusión aparentemente superflua en la que se enfrascó I. Calvino al interrogarse por qué leer a los clásicos. Por supuesto, la salida que le otorgó este autor a dicho debate fue brillante: porque es mejor leerlos que no hacerlo. Sucede lo mismo con la dificilísima pregunta que alude a cuál es mi libro/disco preferido: determinar una respuesta puede ser inútil y vano, sin embargo, es mejor saberlo que no saberlo.

PD.

But of course: Undertow de Tool y Rayuela de Cortázar. No salgo sin ellos. De ahí pabajo la lista es interminable.



[1] Por mundo entiéndase a los tres o cuatro gatos que nos leemos entre sí.

lunes, febrero 20, 2006

Carnes frías

Nel, era carnicero, el güey. Él se creía ganadero, pero ni madres. Chambeaba en una carnicería. No más. Por una puta vaca que vendió en su vida ya se creía el rey de las reses. Andaba con su pinche mandilito sangrado todo el día. Por eso tardaron en darse cuenta. Méndigo panzón. Los domingos le caía a la plazoleta. Esperaba a la Adriana, su morra, a un ladito del quiosco. Todo emperifollado, con su tejana chafa y su cinto piteado. Chale, la tejana tenía una plumita verde, no mames.

[Perdón, no me quería reír.

Y las botas. Las botas estaban re-curadas, con una cabeza de víbora en la punta.

[Deveritas perdón. Me gana la risa.

Ridículo como el sólo. Feo, el cabrón. Y le valía, al güey, siempre de volado con las gatitas del barrio. No tenía pa tragar, pero eso sí, el sonidazo en la camionetilla no le paraba. Sí, pos pura banda. Ni sé… un cabrón que canta re feo, pero que les gusta un chingo a las viejas. Sabe.

Simón, el güey cantoneaba cerca de mi chante. En la casa de la esquina, la de dos pisos. Esa mera, la blanquita con tirol. Dicen que sus carnalas se encueran en un taibol y que a su jefe lo metieron al bote. Quién sabe, la neta. Ahí sí que yo no me meto. Lo que es cierto es que estaban súper buenas, las cabronas. Y el jefe se veía medio mafioso. Pero pos hasta ahí.

La neta no sé. Yo creo que el güey estaba encabronado porque su carnalillo vio una foto de su vieja una vez que fue a mi casa. Ey. Es que cotorreaba con mi carnalito. Entonces yo todavía ni me fajaba a la güera, ni nada. Éramos compas y ya. Le puse un repegoncito de vez en cuando, en la secun, y hasta ahí. Igual que a las otras morras. Después, ya de grandes, nomás platicábamos. Ah, pero al vatillo cómo le encantaba hacerla de pedo. Un día ya se andaba partiendo la madre por querer echarme la camioneta encima. Me vio y le aceleró bien machín. Yo lo que hice fue subirme a la banqueta y el pendejo por poco se embarra en la pared. El Garbanzo iba conmigo, y casi se caga del susto. Pos es que está bien chaparro, y ha de haber visto la méndiga troca bien cabronzota. Nel, él no tiene nada qué ver.

Varias veces estuvimos a punto de trenzarnos, yo y el matapuercos. Lo mas cabrón fue un día que el pendejo ése andaba pedo. Pero su morra lo calmó y se lo llevó quién sabe pa donde. Total que nunca nos agarramos a putazos. Poco faltó, eso sí. ¿Motivos? Pos ese que le digo: una pinche foto. Y ni siquiera estaba encuerada, la güera.

A final de cuentas, la neta, fue el matapuercos el que tuvo la culpa por andar pensando sus chingaderas. Yo ni en el mundo la hacía, a la Adriana. Es más, yo tenía mi vieja. Pero el güey se manchaba y se manchaba: que por qué tiene fotos tuyas el cabrón; que mira donde me de cuenta que sí andas con ése; pinche puta arrastrada, y linduras así, le decía. Se me hace que un día hasta le pegó. Y pos a huevo, la morra me buscaba para contarme, porque estaba preocupada por mí. Lloraba como una magdalena, la condenada. Y en una de esas, pos, toma. Se le hizo.

Y oh sopresa.

Le ponía re-sabroso, la canija. O sea, el pinche matapuercos sí tenía de que preocuparse, la neta. Ya después, hasta me daba lástima. Me lo imaginaba esperándola. Hasta noble me parecía, el güey. Ahí, sentadillo en los cajetes, con su barrigota y su carita de pendejo. Y mientras la morra ocupada acá, en lo suyo. "Usté no hable con la boca llena, mija".

[Otra vez, perdón por la risa. Se me sale.

El caso es que ya entrada, la morra se ponía bien vulgarzota. Le gustaba de todo. Simón, es que me enteré que la Adriana nomás tenía la carita de santa, porque de lo demás, era bien golfilla. Pinche güera. No nomás le ponía conmigo. Andaba con un narquillo de medio pelo. A huevo. Camionetudo y con sombrero. Es que le gustaban vaquerones a la vieja. Y también con un morrito bien mocoso, fresilla. Sí, de allá arriba, de las colonias chidas. Ah, y el Negro, el minibusero, también se la dejaba caer. No si le digo. Navegaba con bandera de pendeja, pero ni al caso. Se las sabías de todas, todas. Sí, perdón.

[Chingada madre. Primero me da risa y luego me dan ganas de chillar.

No sé cómo me fue a embarcar en sus pedos, la Adriana. Ella ya lo tenía planeado todo. Me cae que sí. Hasta achacarle el bebé al mocoso fresilla ése. Quién sabe a dónde se hayan largado. Han de estar en Los. Y es que como decía mi abuelo: jalan más los pelos de una morra que los bueyes de una yunta, me cae. A mí, cuando la güera me lo insinuó, se me hizo fácil. Es que me traía bien enculado. Chale, pos si al final yo fui el que le dijo que lo hiciéramos. Méndiga güera. Ni siquiera le costó trabajo convencerme.

[No, si no estoy llorando. Es sudor.

Total, el méndigo carnicero me caía en la punta de los ésos. Estaba papa, el asunto. Y ya entrados en gastos, hasta me lo quitaba de encima. Y me quedaba con su vieja, jeje. La onda era nomás sacarle un sustillo. Nomás. Que se le quitara lo ojete y punto. Que dejara en paz a la morra. Quién chingados iba a saber que estaba malo del cucharón. Le reventó al cabrón. Puta, no le paraba de brotar sangre del hocico al hijo de su chingada madre. Y yo con el cuchillo ahí, sin saber qué hacer. Ni lo piqué ni nada. Del puritito susto se chingó. Temblaba retefeo. Sí, medio me apendejé. Lo limpié lo mejor que pude. El aserrín tirado en el piso disimulaba las manchotas de mole. Total, en una carnicería, la moronga sobra por todas partes. Ya que quedó más o menos decente lo jalé pa la esquinita. Sí, a su silla. Pos nomás lo senté medio acomodado, junto al refrigerador, donde se echaba la coyotita diaria, después de freir el chicharrón y me fui al carajo. A mi casa, pues. Cuando su patrón llegó al otro día, creyó que el matapuercos andaba pedo, como de costumbre. Lo dejó dormir la mona un rato. Hasta que se dio cuenta que el chicharrón no estaba preparado, y lo quiso despertar pa que se pusiera a chingarle. La comadre de mi jefa se dio color. Andaba desde tempra comprando su kilito de cocido pal caldo de res. Dicen que la doñita se fletó toda la acción, cuando el dueño le grito al méndigo peón: “Ora pinche panzón, ahí está la pastura. Ponte bello”. Y no respondía y no respondía. Dicen que cuando lo tocaron estaba re frío. Y bien tieso. Fue un pedo pa sacarlo de la carnicería. Se armó un escandalazo del demonio. Ambulancias, el SEMEFO y todo el desmadre. Y pues aquí me tiene. Sí, ya sé.

Pinches viejas, me cae.

martes, febrero 14, 2006

Esto sí es un ensayo.

Y es por todo ello que Marx estaba tan fascinado con el dinero qua mercancía.

martes, febrero 07, 2006

Piti

Tuvimos que deshacernos de ella cuando le salió el tercer cuerno. Nos dolió mucho, porque ya era como parte de la familia. Le llamábamos Piti. Todos estábamos acostumbrados a saludarla al levantarnos de la cama, a sacarla a pasear de vez en cuando, a acariciarla antes de la comida, a disfrutar de su compañía. Pero luego del cuerno, haberla tenido un día más era demasiado. Pensamos en liberarla en su hábitat natural, pero sabíamos que siempre regresaría a casa, odiándonos. Era demasiado peligroso; más aún que haberla conservado. Al final, fue como cortarse un brazo o algo así (aunque de cualquier manera, si no la hubiésemos sacrificado, seguro que ella nos lo habría arrancado de un tajo). Nos lo advirtieron cuando la adoptamos: “de pequeñas es imposible identificarlas”; “todas son igualitas, preciosas, pero muy peligrosas”; “muchas veces la gente sólo se da cuenta cuando ya es demasiado tarde”, etc. Como saben, es necesario firmar un acuerdo en el que se libera de toda responsabilidad a la agencia de adopción. Pero el riesgo vale la pena. Verlas retozar al sol, escucharlas cantar, dejarlas enredarse en el cuello de los bebés, mirarlas concentradas tratando de descifrar un acertijo o apreciando las puestas de sol (a la nuestra le fascinaba esto último, sobre todo cuando le acercábamos un cuenco de grasa tibia para que lo lamiera); son un espectáculo hermoso. Si hemos de ser sinceros, debemos decir que la nuestra creció lento, por lo cual estábamos llenos de esperanza [digo la nuestra para referirme a ella y empiezo a sospechar que, más bien, nosotros éramos los que le pertenecíamos]. No fue sino hasta su primer lustro que le brotó la familiar protuberancia roja cerca de la parte más septentrional de su anatomía. Si se la acariciabas enrollaba un poco sus deditos traseros, y producía un siseo que era casi como música. Una década después le salió la siguiente protuberancia. Como es normal, ambas comenzaron a crecerle, cada vez más rojas y brillantes, hasta convertirse en unos hermosos cuernos. Pasaron cerca de siete años más, y todo parecía ir a la perfección. Como sucede con las de su especie, se le fueron cayendo las patitas poco a poco. Teníamos mucha fe en que no fuera como la anterior, que le había costado la vida al tío Adrián. Estábamos tan contentos con ella. Como sabíamos que el tiempo en que le saldría el tercer cuerno (o se le caerían los dos anteriores y se convertiría en algo aún más bello) estaba por llegar, la revisábamos a diario. Cualquier indicio o variación que notáramos se ponía por escrito en la detallada bitácora que controlaba papá. Teníamos turnos para vigilarla día y noche. La verdad es que estábamos muy preocupados. Hasta ayer, en que apareció el desafortunado punto rojo, muy cerca de su fulgorosa cornamenta. Casi al instante ella se volvió violenta, rabiosa. Había odio en sus ojos. Se agitaba horrible. Le tiró un terrible zarpazo a Juanita, quien estaba de guardia junto a ella y se había quedado dormida. Tuvo suerte. Aunque creo que la cicatriz en su rostro le va a durar toda la vida. Entonces papá, con lágrimas en los ojos, acercándose lo menos posible, la desenchufó de la corriente eléctrica. Mamá y las nenas lloraban mientras atendían a Juanita. Yo apenas podía respirar. Los mayores guardaban un pesado silencio, mientras hacían los preparativos para ir a reponerla al día siguiente. No había más qué hacer. Nadie durmió en casa aquella noche. Nadie más comentó el asunto. Todos estábamos tan tristes. Pero sobre todo, teníamos tanto miedo...

miércoles, febrero 01, 2006

Feliz (no) cumpleaños

Primero lo inimaginable: el gato. Por supuesto, lo bauticé como Hegel, porque ¿qué otro nombre se le puede poner a un gato inimaginable y nacido sin cola, sino Hegel? Tal vez Teodoro Adorno, pero… nah. Luego ¿qué otra cosa después de recibir como regalo un minino sino ir al estadio a ver jugar a las chivas con el lo coloco? (por qué el equipo que se dice más mexicano se uniforma con la bandera de Estados Unidos). Tras las lógicas cervezas futboleras y el abultado y birriero marcador de 5 a 3 —gol del Bofo incluido—, se imponían obligatoriamente unos taquitacos allá en tabachines (hasta escribirlo es sabroso), con sus respectivas cocas (salvo el Chiva, que prefirió horchata). Porque hay que recordar siempre: un taquitaco sin coca no es taquitaco. Birria, lengua y pastor. Gracias. La infaltable discusión acerca de que la publicidad de la coca cola metaforiza el modo en que la realidad se construye alrededor de un vacío (ve los anuncios: tú sabes que ahí hay una coca, sin embargo, también sabes que ahí no hay una coca). Finalmente —por qué no— rechazar insistentemente una altamente midnight venta por teléfono [¿será que los adverbios son intencionales? Si es así, por qué]. Y ya rumbo a casa, Laclau emocionada me dio una lección intensiva de alta cocina (espero que no nos corra pronto al Hegel y a mí… es que odia los gatos). Y justo en el delicioso momento en que aún no se está dormido por completo, pero tampoco se está despierto, entendí, por fin, que un cumpleaños no significa un año más de vida, sino uno menos.
_____Vaya que me divertí en serio. Lo que todavía no me queda claro es exactamente cuánto.

jueves, enero 26, 2006

Heteronomías

«Ha aparecido en mí mi maestro», decía Pessoa —palabras más, palabras menos— al referirse a Alberto Caeiro. Sin duda, de sus más de setenta heterónimos (y de entre sus tres más conocidos) éste último es el más enigmático y espinoso, todo aquello que Pessoa no era, y quizá el núcleo desde donde se originarían, luego, las voces de Ricardo Reis y de Álvaro de Campos. Pessoa no se explica sin Caeiro al igual que Hitler no se explicaría sin Cristo. Hay en ello una especie de visión paralática, una actualización de la dialéctica en la que Caeiro y Pessoa sólo pueden estar unidos mediante un cortocircuito: no son dos entes separados, sino el anverso y el reverso de la misma moneda.
____Sin duda, la raíz poética de Caeiro evidencia la tremenda pesadez de la levedad de lo cotidiano. Pareciera que en principio, el ejercicio del oficio poético constituye, para Caeiro, una especie de vía dolorosa, un peregrinar errante, ineludible. Él no hace poesía; la poesía le ocurre a él: si Caeiro escribe porque padece, también padece porque escribe. Porque se escribe, porque se disecciona a sí mismo en cada palabra, debido a que se abre en diagonal en cada verso. La poesía lo atraviesa en la misma medida en que él atraviesa por la poesía. Y quizá esta apertura tenga como límite, como punto de contacto, la vida misma. Ésta es, tal vez, una posible clave de lectura para entender la raíz poética de este querido heterónimo: tal como decía Octavio Paz: Caeiro no cree en nada: simplemente existe

de esta manera o de la otra,

como si vivir fuese la obsesión más pura, una vía de acceso a algo intangible, al núcleo duro. La vida como una puerta. Y conexión de Caeiro con la vida no significa, siempre, una reconciliación. Más bien al contrario: es un proceso tortuoso, que por momentos lo aleja de la Razón, es decir, lo lleva bordeando el desfiladero de la locura, lo hace escribir

con tino o sin tino,


a veces a patadas y echando espuma por la boca, con un terrible dolor en el vientre. Desesperado. La poesía como un infierno histérico. ¿Será entonces que la verdadera cercanía con la vida, con lo Real de la vida, es en ocasiones horrenda? ¿Acaso más que librarse de las ataduras, la libertad no radica en reconocer precisamente una brecha irreducible y constitutiva de uno mismo? Pero en otras, cuando la distancia entre Caeiro y la vida se reduce, y sus palabras son certeras y dan en el clavo, le parece que ha logrado traducirse

diciendo a veces lo que pienso,

____Aunque esto no siempre es así. Escribir, para Caeiro, pone de relieve una especie de incompletud, que lo obliga a reconocer que sus ideas nacen en ocasiones limpias y transparentes, pero, inevitablemente también las ideas se abortan, nacen muertas unas, y

Otras a medias y con impurezas,


____A ello se suma una especie de impulso incontrolable, una obsesión que le obliga a reconocer la pesadez que le provoca la escritura, el contacto con eso que imbécilmente creemos que es la voluntad, la razón. Por eso a Caeiro no le es difícil decir:

Escribo mis versos sin querer,

aceptando la liviana cotidianidad del lenguaje, desmitificando al mismo tiempo el oficio del poeta/escritor. De modo que lo sitúa como un padecimiento, como algo que (le) ocurre sin desearlo. El heterónimo se deja habitar, pues, por el yugo de la poesía como una parte más de su identidad, de ese contacto con la vida que lo obliga a no pensar, sino a existir, como si la poesía no fuese una mentira,

Como si escribir no fuese algo hecho de gestos,
Como si escribir no fuese algo que me acontece,

Tan natural [¿pero acaso hay algo verdaderamente natural?]

Como tomar el sol si salgo.


____¿Acaso lo anterior no implica un posicionamiento radical que deja entrever que la poesía vive a Caeiro y no a la inversa, que ésta le emerge de manera visceral, más allá de toda Razón? De forma que el entrañable heterónimo nos aclara:

Procuro decir lo que siento,
Sin pensar en lo que siento,

Escribir sería entonces, para Caeiro, una especie de instinto, algo que forma parte de su existir. Para demostrarlo, se deshace del vínculo entre Razón [pensamiento] y Mundo [palabra], por eso nos dice:

Procuro encastrar las palabras en la idea,
Sin usar el corredor,
Del pensamiento a las palabras


Así,

tras mucho divagar mi pensamiento cruza a nado el río
le pesan los vestidos impuestos por los hombres

El pensamiento nada, fluye, vestido de la razón, como si ésta fuera su ropa, atravesando el río de los convencionalismos: la idea de un perro tiene que hacer referencia a un perro; las buenas costumbres nos dicen que es incorrecto decir perro y pensar en una mariposa. El río está ahí. Es esta pesada vestidura la que nos hace pesado el nado.

Por ello, lo más sensato es

Olvidar el modo de recordar que me enseñaron,

Borrar la tinta con que me pintarrajearon los sentidos

¿Acaso no es ésta una metáfora bellísima, en la que el sujeto es entintado por el color de la buena costumbre? Caeiro decide deshacerse de eso, y como un buen loco verdaderamente cuerdo, prefiere y procura olvidarlo. De modo que junto con el nos invita a

desencajonar mis emociones verdaderas

Luego de despojarse de todo lo sabido, Caeiro se concentra en lo visceral, en lo opuesto a la razón. Saca sus verdaderos sentimientos de dónde se los habían encajonado los mismos que le tachonearon los sentidos. ¿Quiénes son estos graffiteros de la mente?

Desembrollarme y ser yo –no Alberto Caeiro,
Sino un animal humano, un producto natural,

Pareciera que abrirse, desencajonar sus sentidos, sus verdaderas emociones, implica una reconciliación con la vida. Aquí puede aducirse que adoptar la locura es, entonces, el medio para encontrarse con aquello que es verdadero en uno mismo, en ese animal humano que es en Alberto Caeiro más que Alberto Caeiro mismo, es decir,

El argonauta de las verdaderas sensaciones,
Sabiendo claramente y sin que lo vea

Pero Caeiro llega a su fin, al retorno del viaje, a la destemplada vuelta a la realidad. Ser un animal y dejar de ser Alberto Caeiro es, sólo, ¡solo! Poesía, es decir, una mentira idiota. Amanece. Pueden verse ya las puntas de los dedos del sol. Pero y quizá más importante, hay una terrible vuelta al camino iluminado de la razón, al reconocimiento de que la locura sólo le era temporal, que el deseo de convertirse en animal humano era una quimera, y nada más. Nada más. Caeiro, poeta que se escribe a sí mismo a través de la poesía, quizá el más querible de los histéricos y el más histérico de los queribles. Pessoa no es nada sin Caeiro. Caeiro es. Y ya.

lunes, enero 23, 2006

¡Aguevo!



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viernes, enero 13, 2006

Esperanza

A primera vista, pareciera obligado enarbolar un sentimiento de indignación ante la designación del Dr. Simi(o) como candidato a la presidencia de la república por parte de Alternativa Socialdemócrata y Campesina. Sin duda, en los próximos días la crítica que se pretende mordaz aducirá que este movimiento constituye un golpe de estado no sólo al mencionado partido, sino a la política mexicana en general. Se hablará del retroceso que ello implica en términos del proceso democrático; que la política nacional es un circo, una mascarada, una carpa de cómicos [coloque aquí usted su propio adjetivo (des)calificativo],[1] etcétera. “¿Cómo es posible que tipos como ése lleguen a ser candidatos?”, se preguntarán algunos. “¿Acaso no implica hipotecar el destino del país en caso de que Víctor González llegue a ganar?”,[2] se preguntarán otros. Habrá varios que se desgarren las vestiduras cuando escuchen acerca del “Simisocialismo”, o que el eje de la agenda del Dr. Simi consiste en una bizarra justicia distributiva desde la que se pretende hacer más ricos a los ricos sin desamparar a los pobres, que “impulsa un capitalismo con rostro humano”. “¿Cómo es posible que alguien que hace una distinción vulgar entre mujeres “simibonitas” y mujeres “simicapaces” logre la candidatura (por supuesto, anteponiendo 100 millones de simipesos)?”.[3] Estas preguntas serán el epítome de la antesala al caos. Sigan los medios y verán. Me corto un cabello si no ocurre así. Sin embargo, desde mi perspectiva, uno de los signos más positivos de la actual contienda política consiste, precisamente, en la toma de protesta como candidato efectuada hoy por Víctor González Torres. Habrá que esperar a la resolución del IFE, y ver en qué acaba el asunto Patricia Mercado-Dr. Simi-Alternativa. De cualquier modo, una lectura más atenta de este evento podría darnos mayor confianza en nuestro sistema político. Revelaría que finalmente hemos arribado, ahora sí, a la democracia plena. Si para algunos la candidatura del Dr. Simi constituye una afrenta, un horror democrático, se equivocan. El verdadero horror estaría en la negación de su candidatura. Recordemos que la democracia consiste, precisamente en que tipos como él, incapaces, cortos de entendimiento y miras, puedan acceder a las más altas esferas del poder [recordemos hasta hoy ningún político había tenido esas características]. La postulación oficial del Dr. Simi ya no como independiente sino al interior de un partido representa, tal vez, la única luz en el oscuro horizonte político actual. Hace tanto tiempo que no tenía ninguna esperanza en el régimen; el desencanto y la apatía me carcomían de dentro hacia fuera. Antes se abría frente a nosotros el abismo de la incertidumbre. Pero hoy tenemos al Dr. Simi. Ya no estamos solos. Gracias a quien haya que darlas por esto. Ahora, a votar, por favor.

____Por cierto ¿alguien sabe cuáles son los signos ortográficos del sarcasmo?



[1] Pero ¿se da cuenta que al descalificar la candidatura del Dr. Simi y calificar negativamente a la política nacional forma parte de aquello que se pretende crítica mordaz y, por ende, objeto de crítica? Recuerde que el que se lleva se aguanta.

[2] Ojo: las posibilidades de que esto ocurra no son remotas en modo alguno.

[3] Como si Montiel no hubiese querido comprar la suya.

miércoles, enero 11, 2006

Solución

Lo que deberíamos hacer es erigir una barda dos veces más grande (el que le entendió le entendió).

martes, enero 10, 2006

Nuevo año...

...nueva cara.