miércoles, abril 06, 2011

Todas las muertes la muerte

No tengo a la mano el Mil mesetas, de Deleuze y Guattari como para citarlo textualmente. Tampoco me importa demasiado. Así que me tomaré la libertad de acudir al recuerdo y rescatar de esta cada vez más deficiente memoria el espíritu a través del que esos entrañables locos nos introducen a su obra: esta tarde, en el Monumento a los Niños Héroes, cada uno de nosotros era varios, y en total ya éramos muchos. Dicen quienes saben que estuvimos entre trescientos y quinientos, aquí, en el occidente (t)apatío. Pero también había miles de voces en Cuernavaca, y en otra treintena de ciudades en el país. E igual fuimos París, y Madrid, y por lo menos otras diez capitales. Sabíamos hoy que desde lo más próximo hasta lo más lejano habíamos visto y utilizado todo lo que nos unía. Insisto: los miro y nos miro y no puedo evitar pensar en un rizoma, en esa cualidad arbórea, recursiva, en una raigambre sin orden aparente, sin jerarquías impuestas de manera vertical y desde arriba; justo eso/esto es lo que hoy fuimos/somos: la multitud que bulle. No tuvimos miedo. No tenemos miedo. Y esto se refleja en el eco de la voz que nombró al hastío, que puso de relieve el hartazgo que nos atraviesa y nos carcome; basta rememorar el terrible silencio que surgió entre nosotros luego de pasar lista de los brutalmente ausentes; silencio en el que todas las muertes fueron nuestra propia muerte. No sólo son los Fernando Martí, los Juanelos Sicilia, los estudiantes del TEC, ni Cd. Juárez, ni Monterrey, Tijuana o Tamaulipas. Reitero: todas las muertes, la muerte. Nuestra propia y profunda muerte. Y así lo expresamos hoy. Desde la diversidad, desde la más tensa de las serenidades, desde la poesía, hoy dijimos: estamos hasta la madre. Ya no más. Hasta aquí, hemos decidido y dicho. Y quien tenga oídos que escuche: cada uno de nosotros es varios. Piénsenlo. Hoy acordamos que es preciso reconocer que el cambio no sólo ocurre en la esfera estructural, ni la protesta es derecho exclusivo de algunos, sino que también las grandes transformaciones se generan (muchas veces con mayor fuerza) aquí, de este lado, en el hoy, en las relaciones cara a cara, en la vida cotidiana. Hicimos uso de la voz, de la palabra. Y nos hicimos escuchar. Acontecimiento poético que aglutinó todo en un doloroso pero enérgico ¡YA BASTA! Escrito así, con mayúsculas. ¿Qué sigue? No lo sabemos a ciencia cierta. La única certeza (y aquí hablo por mí, lo sé, pero también sé que ahora mismo soy varios) es que se tiene la obligación ineludible de imaginar el futuro, de potenciar el hartazgo, de arrojarse por completo al horizonte y de politizar nuestras indignaciones. Desde luego, no hablo en el sentido peyorativo del término, del cual, igual que nos ocurre con la violencia, también ya estamos hasta la madre. Me refiero, por supuesto, a la necesaria producción de una esfera cada vez más pública, más nuestra, a la reconstrucción urgente de una mínima confianza en el Otro, a la expresión fuerte de las ideas, de la crítica. Lo que sigue, pues, es hacerle frente a la encrucijada, antes de que esto que todavía llamamos, esperanzadoramente, México, se nos escape por completo. No estamos solos. Cada unos somos varios. Y todas las muertes son nuestra muerte.