miércoles, abril 14, 2004

Realidad inmutable


A Claudia, por haber despertado en mí todo lo que yo creía muerto.


Creo que esa noche lo dijimos todo, aún cuando fuesen nuestros pocos silencios los que hablaran. Yo con mi insistencia a flor de piel, tatuada de manera crónica en la voz y en los labios, en ese lenguaje de ausencias y absurdos, aprovechando la amable melancolía de saberte tan cerca y tan lejos, trataba de convencerte, de hacerte saber, intentando desgranar palabra por palabra, una vez más, la certeza que produce reconocerse a sí mismo en otra persona. Y que por este simple hecho, por este humilde juego de espejos, querer estar siempre alrededor, oliéndose y tocándose, caminando con las manos entrelazadas, un brazo echado sobre el hombro, y el otro anudado en torno a la cintura, apretados el uno contra la otra y sintiendo el dulce calor de la cercanía, saboreando el color rojizo de un ocaso reflejado en el adoquín de una calle poco transitada; o escuchando el murmullo del lento atardecer de una plaza dominical, impregnada de una esencia vaporosa que atrae, magnética e irresistible, que sólo es reconocida por aquellos que caminan juntos, tomados de la mano, quizá sólo por compartir los desamparos, sin nada detrás de los ojos, más que algo irreconocible al principio, irreconciliable después, casi como una desazón, como una lágrima inquieta que pugna por salir; y que más tarde, con el tiempo y la distancia, se transformará en un recuerdo de lo que pudo haber sido, y que al final, cuando la noche cubra con su ausencia de colores nuestros días, ya cansados, aún estaremos ahí, siempre alargando el brazo, ofreciendo la mano, abriéndonos, dispuestos en cuerpo, pero sobre todo en ánimo y espíritu, a estrecharse contra sí, recordando los toques de carne y sudor que quedan ardiendo en la memoria, en cada uno de los poros, y se transpiran a diario, recontando la calidez del aliento, del boca a boca, del piel a piel. Como aquella vez en que soñé que eras tú la que estaba ahí, de pie, bajo el quicio de mi portal, dejándome refugiar mi soledad en tu abrazo, haciéndome sentir que aún cuando eras tú quien había tocado a mi puerta, era yo, ahí, temblando, asilado entre tus brazos, quien realmente había llegado a casa.

Y tú. Tú preciosa como siempre: desde tu cabello ensortijado y la perfección de tus ojos vastos, la piel blanca y tersa, hasta el color azul de tu blusa y el delicioso tono plateado que adornaba las uñas de tus pies. Estabas ahí, eras tan sutil como la misma tristeza que revoloteaba a mi alrededor, nublándome los ojos con cada reiterada y paradójica afirmación de la consabida negativa: quizá otro día; quizá en otra vida. Tan segura de ti y de tus respuestas, que salían de tus labios como afiladas dagas, afiladas sí, pero tenues, lentas, que penetraban el oído casi sin hacer daño; pero que una vez dentro del subconsciente estallaban en oleadas de desesperanza y soledad, que me hacían difícil disimular el temblor de las manos, e impedían que de mi boca salieran las palabras exactas, sin quebrárseme la voz, que te hiciesen entender que yo, que tú, que nosotros, que la vida, que esto no ocurre dos veces, que no era ninguna coincidencia encontrarse ahí, sentados frente a frente, creyendo que la casualidad no existe. Yo con todas mis ganas de tocar la blancura de tus dedos y hacerte sentir, saber, a través del ligero temblor que me producía el contacto: que sí, que eres tú, que siempre has sido tú, que han sido mil rostros y mil formas, mil manos y cuerpos y bocas, pero siempre has sido tú. Que te he buscado por siglos, con un eterno esquema mental, con el recuerdo de lo no sabido, que más que imagen, es una sensación en el vientre y en el alma; una llama, quizá visceral e instintiva, quizá, pero totalmente cierta, casi con la certeza del que ha perdido la visión pero ha desarrollado otras docenas de sentidos con los cuales percibe, y siente la impotencia de no poder hacer nada, de observar cómo se le escapa lentamente de las manos aquello que siempre ha buscado y, que ha encontrado en ti, por fin, en lo que eres y en lo que representas y, de saber lo inútil de sus esfuerzos. Porque la sabiduría popular, siempre tan acertada, reza que "a la fuerza ni los zapatos entran".

Un desfile de fotografías, aderezado con anécdotas de comidas familiares, y de nuestros padres y de la tía Lulis, iba y venía de uno a otro lado de la pequeña mesita en la que los espárragos eran un manjar y los calamares estaban bastante aceptables. Y del vino puedo decir que era noble, un tanto seco para mi gusto, pero noble al fin, ya que aún derramado, mancillando los pequeños manteles de papel, me hizo un poco menos difícil enterarme de nombres y situaciones que hubiera sido preferible desconocer. Porque me gustaría estar en tu vida como esos nombres y esas situaciones, capaces de hacerte negar lo que se desvela frente a tus ojos, con la inocencia de quien sabe que aquello, que en esos nombres, encuentras lo concreto, lo tangible, lo seguro y cotidiano, y lo otro, aquél quien de este lado de la mesa memorizaba cada uno de los contornos e intersticios de tu rostro, representa un giro extraño, que no quieres o no estás dispuesta a dar, quizá porque es peligroso, porque hay muchos vacíos y dudas; porque dar ese paso y dejar atrás aquello, sería como saltar a un abismo y deshacerse del fardo de la costumbre, de la dura pesadez de lo cotidiano, a la que estamos tan habituados, porque se ha anquilosado en nuestras vidas, y ya es como una referencia de nosotros mismos, como un ancla que está ahí y nos mantiene cerca del rumbo, pero que pesa tanto. Créeme, yo lo sé, es horriblemente cruel dar el paso, tirar el lastre y lanzarse al vacío, quizá con los ojos cerrados, quizá a ciegas debido al temor, y sentir el viento azotando el rostro, y el vértigo en el estómago que hace dudar de haber hecho lo correcto. Sobre todo por la certidumbre que da el no poder regresar, el saber que se inicia un camino sin retorno. Sin embargo, cuando se abren los ojos, se alcanza a ver la imagen de alguien más que comparte el salto, quizá un poco distorsionada o fuera de foco, pero que no obstante está ahí, alargando el brazo, tratando de alcanzarte, ofreciéndote su mano, a la que te acercas y tocas apenas, con la punta de los dedos. Y en ese mismo instante te das cuenta, ambos se dan cuenta, que lo que creían un abismo no es otra cosa que la vida, la real e inconmensurable vida, y lo que creían una caída no es sino un exquisito vuelo libre, sin ataduras, desnudos de temores y de dudas, en el que es posible tocar las estrellas y reírse del pasado, contemplar el futuro, con la seguridad de que todo es nuevo, de que siempre habrá una mano a donde aferrarse, o un hombro en donde llorar cuando las cosas se pongan difíciles y no exista otra salida mas que el llanto. Porque es ahí y no en los momentos de felicidad, en donde se reconoce al amigo, al amante, al que siempre tendrá una mano dispuesta a enjugar el pasado y las dificultades, y unos labios prestos a besar las enrojecidas mejillas donde las lágrimas hayan dejado sus pequeños rastros de agua, y una voz para decir que todo va a estar mejor; que juntos todo va a estar mejor.

Y luego, con el estómago y los dedos llenos, dejar los platos a un lado, con la intención de hacer espacio en la mesa para acomodar las copas vacías, y pedir más vino, levantarse y saludar a los amigos recién llegados, contestar el teléfono y saber que la hora de irse está cerca cuando a manera de presagio se derrama el tinto. Y reconocer que esa era la última ocasión en que podía decir todas las cosas que debería decir y que no me atreví porque temía asustarte, ahuyentarte con mi ya inocua insistencia; y entonces preferir actuar como si todo estuviera bien, como si no hubiera problema alguno, y, sin embargo, intuir que algo de mí se había resquebrajado y muerto mientras conversábamos y disfrazabas un no de un tal vez, y luego salir de ahí, huyendo casi, olvidando recuerdos, heridas, estuches, que al final de cuentas son sólo eso, estuches vacíos, cascarones huecos que ya han cumplido su cometido. E instantes después de haber partido, regresar a por ellos, como una breve metáfora en la que recogía lentamente los restos de mi alma, esparcida por todo el lugar, espetándome en el rostro que una y otra vez perdía batallas esa noche. Y más tarde, mientras caminando nos dirigíamos hacia tu auto, riendo como si tal cosa, descubrir un pequeño rayo de esperanza, ya que pude ver en tus ojos algo fugaz, como un haz de la luna que te iluminaba sólo a ti, oscureciendo todo alrededor, como para señalar lo que ya sé. Y vi algo como un sí, como una aceptación tácita y mínima de que realmente era yo quien tú buscabas; fue un instante, quizá no lo notaste, quizá lo imagine, estábamos de pie, viéndonos a los ojos, y algo brilló dentro de los tuyos, rápido, imperceptible, pero lo suficiente como para que yo sintiera que no todo estaba perdido. Sin embargo, el súbito arrepentimiento, la destemplada vuelta a la realidad, a la negación, a la nada.

Lo demás fue demasiado rápido y quisiera poder no recordarlo. Pero transitar por calles oscuras, empapadas de silencio, suciedad y abandono, que no eran sino el reflejo de mi estado de ánimo, me hizo olvidar ese pequeño fulgor en tu mirada, que por momentos me condujo a recobrar la esperanza, que ahora, mientras me dirigía a casa, daba paso a un terrible dejo de ambigüedad en el alma, con la espantosa inconsciencia de no saber decir si la noche había sido un total fracaso, un mediano acierto o simplemente una última cena. Y pasar, después, días y días con unas ganas tremendas e inútiles de verte a los ojos y hablarte, de saberte, de intentarlo una vez más, de tratar de convencerte de lo feliz que puedes llegar a ser aquí, de no darme por vencido y cambiar esa realidad inmutable en la que te has convertido. O de dejarte en paz de una vez y para siempre, alejarme, cerrar los ojos, apretar puños y dientes, abrazarme fuerte, aferrarme al recuerdo, al olvido y, decir, con los ojos hechos un lago: esto nunca pasó.





1 comentario:

ArboL dijo...

honestamente es un texto muy chido es grandioso y si es veridico (que eso espero) que bueno y que chido ke lo pusiste en Viceralias por ke gracias a eso lo pude leer de otra maner kreo yo ke al verlo aki no me habria interesado.
probablemente es un poko tarde para haberte escrito esto pero eme aki escribiendo lineas quwe probablemente jamas leeras pero si no es asi solo te keria decir una cosa: Felicidades!!!