Cría cuervos y te sacarán los ojos —le decía mi abuela a mamá—. Nah. Mejor dicho: escribe cuentos y se te secarán lo sesos. Escribe poesía y te llenarás de becas y viejas y culpas y ronchas y pulgas y libros. No mames, el que escribe deja pedazos de su ser en cada letra ¿Y para qué? Para nada. Para absolutamente nada. Maldito cerdo queriendo cagar perlas para que los demás cerdos se las traguen como si fueran trufas. En el borde de la vida frágil intuyo mil finales para una misma historia, y me ahogo en las profunidades de un mar repleto de desolación y de tristeza. El dolor y la sangre que escurren por mis muñecas se estrellan contra el piso. De la misma manera en que la vida fluye y nos destila: lenta y humillante. Gota a gota se me escapan los recuerdos, los olvidos. La memoria resbala roja, casi púrpura, escurriendo por mis dedos. Mi cuerpo se adormece, siente frío, mientras lo invade un cansancio vetusto e inenarrable. Un dulce sopor entra por los cortes en diagonal mientras poco a poco, letra a letra, se me sale el alma...
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