miércoles, abril 21, 2004

Días aquellos

Ya no soy más que el recuerdo de mí mismo: una sombra sin rostro que se mueve y sobrevive por instinto. La soledad me envuelve y devora el eco de mis palabras. El hastío hace presa de mis actos. El golpe diario de lo cotidiano me ha llevado al extremo, a la frontera frágil de lo que es real y lo imaginario. Habito en los rincones de mi memoria. Inmerso en los ahora lejanos pasillos de mi mente, el tiempo y el espacio no tienen significado. Son un mero flujo que se desdobla y transcurre sin sentido alguno. Ambos se disuelven en una unidad múltiple que se desprende de sí como las dimensiones infinitas de un juego de espejos.

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