martes, agosto 10, 2004

Chatita


"Es agosto y llueve como su voz"
Luis Chaves

Hace ya dos años. Hoy todavía hay noches, ya muy tarde, en que el insomnio se instala por aquí y te imagino. Trato de no despertar a LaClau. Me levanto de la cama y camino un rato por la sala. En ocasiones me encierro en el baño y converso contigo. Hay noches en que, cuando todo esto duele demasiado, me desdoblo un poco y pienso que esto no me pasó a mí, sino a aquél que me mira desde el espejo. Pobre tipo. En estos dos años él ha envejecido diez. En su rostro están las marcas de tanta ausencia. Sus ojos dicen insomnio, vacío. En estas noches él me mira interrogante, como explorando las posibilidades, como confirmando que a pesar de las apariencias, todavía está vivo. Entonces hay como una cruel vuelta a mí, una especie de vértigo que condensa todo esto que soy ahora, toda esta realidad que sé que es mía. Y sé, entonces, que esto me sucedió a mí, que tu cáncer fue verdadero, que ese doloroso sábado marcó un regreso a una realidad lluviosa y gris que me estalló en pleno rostro. Como ya lo decía en aquella carta que escribí hace mucho: ese sábado me hizo ver lo cotidiano de la muerte, que no es otra cosa que una máscara más de las tantas que se pone la vida para darnos pequeños sustos, que a final de cuentas se convierten en sombras que nos perseguirán toda la vida, instantes a los que regresamos una y otra vez, —como hoy, como cada mañana— pensando siempre en el hubiera, aún a sabiendas de que ese maldito tiempo verbal no existe, que es una falacia, que es el signo de la culpa, que lo deberían borrar de toda gramática para bien de todos. Entonces, en noches como esta, vuelven esas imágenes que tengo grabadas a fuego blanco en la memoria: ¿Cómo olvidar tu cuerpo inerte, cubierto con una sábana? ¿Cómo deshacerse de los gritos, las voces desesperadas de mis tías abalanzándose sobre tu cuerpo? ¿Cómo olvidar a mi hermano, apesadumbrado, casi niño, con su camisa azul cielo y su gorra del mismo color, sin escándalos, simplemente mirándote y dándose cuenta cómo su vida daba un vuelco hacia el vacío, hacia la desesperanza? ¿Como olvidar la manera en que papá, a un costado mío, se llevaba las manos a la cabeza, casi incrédulo, llorando como un niño, preguntando por qué, Chelo, por qué nos dejas, qué vamos a hacer sin ti?
Y yo sin poder llorar. Ese sábado era justo como ahora, como este desdoblamiento de juego de espejos. Yo observaba todo como desde fuera de mi cuerpo, como si yo no fuera aquél que sentía el terrible dolor en el pecho y en el cerebro, con los recuerdos lacerantes recorriendo cada palmo de piel, llenando de vacío y de silencio a todo y a todos, viendo cómo era yo y no era yo el que se acercaba a la camilla y lanzaba al pasar una mirada en la que se quedaba para siempre, como fundida en mi retina, aquella sábana blanca que te cubría el rostro. Y dejar ahí, de paso, el alma hecha trizas, las esperanzas muertas, esparcidas por el piso del hospital, mientras me ocupaba de actas de defunción, preparativos para el sepelio y toda la correspondiente burocracia que le sigue a la muerte. Hace ya dos años ¿recuerdas?.
En aquellos días nefastos alguien me llamó por teléfono para decirme que el tiempo lo cura todo. Entonces eso me pareció una soberana estupidez. Ahora que a pesar de todo hay tantas cosas buenas en mi vida, a pesar de que el tiempo ha incrementado mi lista de cariños, a pesar de que el futuro pinta mejor que nunca, a pesar de que hay momentos en que me siento verdaderamente feliz, sigo pensando igual. El tiempo no cura nada. Al contrario, hace que las heridas se vuelvan más profundas, que las ausencias sean horribles. Aunque lo cierto es que con el tiempo he logrado recordar algunas cosas tuyas con mayor detalle: el olor de tu ropa, la profundidad de tu regazo, tus sandalias, aquellas interminables conversaciones en las que casi nos amanecía, la manera en que entornabas los ojos detrás del humo de tu siempre presente cigarrillo, tus cientos de llaveros, tus insuperables enfrijoladas, la dulzura con la que contestabas el teléfono, tu manía con la limpieza, tu particular gusto por el cine, tus besos, tu enormísimo conocimiento de lo místico. En fin, tantas cosas. Pero ahora ya me tengo que ir. Acaba de sonar el despertador, LaClau está a punto de levantarse y yo tengo que volver, por tozudez, a hermanarme con aquello que llamamos vida. Te extraño tanto, mamá. Te extraño tanto. . .



1 comentario:

Anónimo dijo...

Puts... Ps que feo sis... Me Hiciste Llorar... Ni modo... Yo Quiero A Mi Mama... Como le Hacemos?...