jueves, mayo 20, 2004

Memorias y zapatos


Ayer se me ocurrió escribir sobre zapatos. Así es que...

Hoy me siento contento. Mi mamá me despertó con una feliz noticia: ya tenía juntos los once pesos para comprarme mis tenis. «Al rato viene tu prima la "Chícharo" por el dinero, va y los compra a San Juan de Dios, y en la tardecita nos los trae». Yo estaba que brincaba de gusto. Hasta desperté a mi hermanito con el alboroto. Casi siempre reniego para meterme a bañar, porque no me gusta el agua fría. Pero hoy no. Mamá Chata no tuvo que ir dos veces a hablarme, ni a llamarme la atención porque se me estaba haciendo tarde. Hoy no me importó ir a sacar agua del tambo, ni los jicarazos, ni el viento helado que me hace tiritar cuando atravieso el patio para llegar a mi cuarto. Hoy tampoco me dio coraje que todos mis calzones y mis calcetines estuvieran rotos o sin resorte. ¿Cómo me iba a molestar por el pantalón que ya me queda rabón, o por mis zapatos despintados?. Hoy no. Hoy, en la tarde, me traerían mis vans de cuadritos. Después de tanto diez en mi boleta de calificaciones, papá Rogelio dice que me los merezco. Siento tan bonito en la panza cuando me imagino caminado en la plaza, el domingo. Y luego, este fin de semana es día de la virgen, y va a haber muchos juegos. Chance y ahora sí hasta me vea Marcela.
El olorcito de los frijoles fritos que hace mamá Chata atraviesa todo el patio y llega hasta mi cuarto. Ya me los estoy saboreando, junto con el café con leche y el birote calientito. Ojalá y el dinero haya ajustado para comprar queso. Mi hermano se levanta para ir a bañarse, y regresa en un santiamén. Para mí que nomás se mojó la cabeza. Termino de vestirme y me veo en el pedazo de espejo que cuelga de la pared. Hoy estoy tan feliz que casi no tomo en cuenta las rodillas gastadas del pantalón azul de mi uniforme, ni los codos rotos de mi suéter, ni mis zapatos chuecos, ni el limón que me va a poner mamá Chata para que se me apacigüen los pelos. La Lucy, una gata que parece vaca vieja (por lo gordo y por sus colores) está echada en mi cama. Me da mucha envidia verla calientita y amodorrada, tan a gusto. Mi hermanito está apurado porque ya casi nos habla mamá Chata para desayunar y él aún no está vestido. En lo que se pone el pantalón, yo me echo un clavado en la caja de cartón donde guardamos la ropa interior, pero no encuentro nada que no esté roto. «Hijos, ya vénganse a almorzar» grita mamá Chata desde la cocina. Patricio, (mi hermano) se pone un calcetín y el dedo gordo le queda todo de fuera. Los dos nos reímos mucho. Le ayudo a abrocharse sus zapatos, y salimos corriendo hacia la cocina. Después de los sabrosos frijoles, mamá Chata, desde la puerta, nos da la bendición a mi hermano y a mí. Yo sigo feliz.
En la escuela, a la maestra Coco le ha dado por sentarme hasta adelante, en las butacas de la izquierda. Todo porque un día dije que algo que ella nos estaba platicando era «vox populi» (una frase que le escuché a papá Rogelio, y que no estoy seguro del todo qué quiere decir). Además, estoy en el cuadro de honor y todo eso. Junto a mí se sienta Clotilde, una niña morena y de ojos verdes. Muy bonita. De lo emocionado que ando, casi no puedo poner atención a las clases. Ni siquiera disfruto el olor a madera que queda después de que le saco punta a mi lápiz. Y eso que me gusta tanto ese olor. En la parte de atrás del salón, el Gato y Paco molestan a Juana: le dicen "vieja apestosa" porque trajo un lonche de frijoles con huevo. La familia de Juana está más fregada que la mía, y eso ya es mucho decir. Pero hoy no voy a levantarme a defenderla. Hoy me traen mis vans de cuadritos, y eso es lo único que me importa. Las primeras dos horas nos toca clase de español. En el libro de texto estamos estudiando un cuento de un señor que se apellida Cortázar. Es mi turno para leer en voz alta. No entiendo bien todas las palabras de ese cuento, pero siento algo como cosquillas dulces en la boca (y en la boca del estómago) cuando lo leo. Después de estas dos horas sigue una de Historia y luego el recreo. Pero yo ya no me puedo concentrar. Me la paso viéndome los zapatos, e imaginando cómo se me van a ver mis tenis nuevos. Muevo los pies en todas las direcciones en que me es posible para tratar de averiguar cómo pisar mejor. No quiero que se me maltraten los tenis nuevos que me va a comprar mamá. Suena el timbre que anuncia el recreo y a mi me sucede como cuando me despierto sobresaltado en la noche. De pronto los cuadros negros de mis tenis desaparecen y en mis pies sólo quedan mis zapatos chuecos y sin cintas. En realidad estaba soñando.
Salgo corriendo del salón y voy al portón de la escuela. A la hora del recreo, muchas de las mamás les llevan el lonche a sus hijos. A pesar de mis apuros, ya hay muchos niños arrebujados ahí. Cuando llego hasta la reja del portón veo que en la iglesia que queda enfrente de la escuela hay flores y mucha gente. Casi todos están vestidos de negro y están llorando. En especial un señor y dos muchachos, que están abrazados. Los veo y de tan tristes por poco me dan ganas de llorar a mí también. En eso, mamá Chata llega corriendo con una bolsita de galletas de animalito y un vaso con leche para mí, y otro para mi hermano. «¿Ya llegó la Chícharo, mamá?», le pregunto. «Ya se fue. La fui a echar al camión, por eso se me andaba haciendo tarde», me contestó. Luego me regaló una sonrisa y dijo: «se van derecho a la casa, hijo, no quiero que se me entretengan por ahí, ehh». En eso, Patricio llega hasta el portón, todo agitado y sudoroso, con los cachetes chapeteados, y el cuello chueco. Andaba jugando escapatoria o algo así, porque atrás de él venía un montón de chiquillos. Me arrebató la bolsa de galletas y siguió corriendo. Hoy yo estaba tan contento, que ni siquiera eso me hizo enojar. Para antes de que terminará el recreo ya todos mis amigos sabían que en la tarde iba a estrenar tenis. Y no cualquier par de tenis, sino unos vans.
Después de clases, Javier (mi mejor amigo) y yo vamos a las tortillas. Hoy no me molestó la enorme fila, ni que Marcela, la hija de la señora que despacha, me ignorara. El domingo después de misa de cinco, estoy seguro, se fijará en mí. En un rato más me van a traer mis tenis nuevos y ahora sí, verán para lo que soy bueno. Cuando llego a la casa, me doy cuenta que Mamá Chata hizo de comer sopa de fideos (que me choca), y caldo de pollo. Ni modo, hoy me voy a comer todo sin renegar. Hasta pido más caldo. Se dan las tres y ya estoy ansioso porque llegue la Chícharo. En cuanto termino la comida me voy a mi cuarto para hacer mi tarea: unas multiplicaciones más o menos fáciles, y la biografía de Zapata, que viene detrás de una cartita. Trato, pero de plano no me puedo concentrar en nada. Intento dibujar algo, pero no me sale lo que quiero. A cada rato me asomo a la puerta de la calle, por si llega la Chícharo. Mamá Chata me dice que me tranquilice, que ya llegará. Me asomo una vez más. Y otra. Desierto.
Son las cinco y no ha llegado la Chícharo. Yo creo que ya no tarda. Para matar el tiempo mejor voy a casa de Javier, para ver si quiere jugar penales en el baldío. Resulta que ahí estaban Edgar, el Gato, Armando Memelas y el Chumpi. En el baldío están jugando los de la Basilio Badillo, así es que ya se armó la reta. Después de varios partidos en los que los marcadores estuvieron parejos (30-36; 28-32; y 16-15 ¡ganamos!), regreso a la casa y mamá no está. Todavía sigo agitado por la carrera que pegué, y Papá Rogelio me dice que tía Lola (mamá de la Chícharo) le habló por teléfono con la vecina, y ésta le avisó que era urgente que fuera. Emocionado, le platico a mi papá lo de mis tenis nuevos. Él me sacude el cabello con sus enormes manos, y me dice que de seguro mamá Chata había ido a recogerlos. Estoy tan contento. Mientras tanto, me siento en el suelo, y me entretengo viendo a papá Rogelio leer el periódico. Él, como siempre, me pasa las caricaturas y me dice que haga el crucigrama. Sin darnos cuenta, se hace de noche. Ya me tengo que ir a acostar, y la Chícharo no ha llegado. Mamá regresa apuradísma, enojada y gritando, porque parece que mi prima se fue con su novio. «Ojalá y hayan ido al cine o al parque» —pienso. A lo mejor él la acompañó a comprar mis vans. Porque no creo que a la Chícharo se le haya olvidado el encargo. Por lo pronto, sigo aquí, en el baño, viendo mis zapatos retorcidos, pensando qué les voy a decir a mis amigos mañana. Trato de no llorar y mejor imagino cómo se me van a ver los vans de cuadritos, cuando la Chícharo me los traiga...

1 comentario:

Larva ♓ dijo...

Interesante site el de orlan, en frances porcierto,je!, pero, por qué supones que me interesa?, osea si me interesa, pero ¿tú por qué lo dijiste?...huumm.
Hey por cierto, que interesante esto del pequeño y sus tenis, me hizo recordar muchas cosas, je, excelente trabajo rencoria, por cierto, cómo te llamaS?.
Hasta luego...