Como buen pesimista, soy un firme creyente de que incluso la acción [aparentemente] más subversiva puede estar contribuyendo a legitimar un orden reificado. En este sentido, me había hecho (la frágil) promesa de no escribir nada acerca de la III Cumbre de Jefes de Estado de la Unión Europea, América Latina y el Caribe, que amablemente tiene sitiada buena parte de la ciudad más tapatía del occidente de México. Total, yo sólo soy —como dice mi estimado Goyás— un simple ovejero. A mí qué me importa que la Unión Europea, los [enormes] sistemas de integración regional asiáticos y los Estados Unidos de Norteamérica estén disputándose el espacio latinoamericano en tanto grandísimo mercado para el comercio y fuente de recursos naturales estratégicos. Por qué habría de preocuparme que los destinos de Latinoamérica se estén decidiendo entre el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y el ALCUE (Área de Libre Comercio con la Unión Europea). Todavía menos importante para mí deberían de ser los acuerdos bilaterales [que ni siquiera podrían verse como tendencias a la fragmentación de los incipientes procesos de integración que fortalecerían la supuesta unidad latinoamericana] entre, por ejemplo la Unión Europea y México, o la Unión Europea y Chile, o Estados Unidos con México, Chile, República Dominicana, etc. Por qué habría de preocuparme yo de que en el Cabañas la demagogia haya absorbido las cuestiones de los derechos humanos, la migración, la pobreza, el medio ambiente, la equidad y no sé cuantas cosas más, dejando en la mesa de "debates" elementos tales como la apertura de los mercados a las grandes transnacionales, la eliminación total de los aranceles, la privatización de bienes públicos, etcétera. Si a los participantes en dicha Cumbre no les importó eliminar de sus documentos de trabajo el párrafo en el que se condenaba la tortura de la soldadesca en Irak, ¿a mí qué?. De la I Cumbre celebrada en Río, en 1999, o de la II, llevada a cabo en Madrid, en el 2002, ni hablar, yo no estuve en esos lugares. Qué hablen brasileños y españoles.
Pretendía decir mucho menos acerca del evento alterno/paralelo que, si la memoria no me falla, se denomina como Encuentro Social Europa–América Latina y El Caribe: Enlazando Alternativas. Si no fuera porque ayer por la mañana (26 de mayo) estuve, por casualidad, en una conferencia en la que participó Porfirio Muñoz Ledo, entre otros, y por la tarde pasé por el auditorio Salvador Allende (CUCSH), en donde se discutía acerca de los discursos, mitos y realidades en las relaciones UE-América Latina y El Caribe, estaría, todavía, en la feliz ignorancia sugerida hace unas semanas por nuestro querido presidente: ni siquiera me hubiese dado cuenta de que se estaba realizando un encuentro alternativo. Para qué decir que —salvo las infames butaquitas— en el auditorio se estaba muy bien, que afuera hacia un calor rulfiano que de seguro cuando esté muerto y cremadote, me va a hacer regresar del infierno por una cobija. Ni caso mencionar que el auditorio estaba semi vacío. Qué sentido tendría señalar que más que concentrarse en elaborar propuestas para la construcción de una agenda alterna al proyecto perverso y maquiavélicamente globalizador neoliberal (qué lenguaje, qué impudor), las ponencias se contentaban con [la misma antropofagia de buena parte de la izquierda mexicana que no sabe más que] hacer las consabidas denuncias, eso sí, muy animosas (el pueblo, unido, jamás será vencido, gritaban dos rubiamente bellas mujeres con una adorable español con acento alemán, lujosamente ataviadas con huipil bordado, cuando el representante del Sindicato de Trabajadores de Euzkadi alzó la mano para arengar: Viva la Resistencia Internacional). No estoy muy seguro, pero parece que una de las estrategias concretísimas de esa reunión fue la de golpear de forma articulada sobre las debilidades de las multinacionales a fin de poner freno a sus proyectos depredadores. Ja. Menos habría de mencionar la pena ajena que me produjo Luis Delgadillo, cuando destrozaba una canción de Pancho Madrigal, titulada "El Albañil", o algo así (ni hablar de la segunda canción que cantó, la cual versaba acerca de la cola de un chango. ¡De la cola de un chango!, perdónalo Salvador Allende, no sabe lo qué hace). Para qué pensar en los vasos comunicantes que esto tienen con las argumentaciones conmovedoramente ingenuas, facilistas y simplonas como las que hacen Hardt y Negri en Imperio (Paidós, 2002), en las que se habla no tanto de neocolonialismo y sí mucho de la emergencia de un nuevo Imperio omnisciente, omnipresente, omni(coloque usted aquí el término de su preferencia), y de la emergencia paralela de una muchedumbre (sic). Ni hablar de las evocación de las candorosas estrategias de la Joda (Cortazar, en Libro de Manuel, Alfaguara, 1994), en que varios latinoamericanos radicados en París organizaban la revolución repartiendo cajas de cerillos gastados, o gritando estruendosamente a mitad de una función de cine.
Nada de eso. Yo no soy nadie para hablar de ese tipo de cosas. Yo no tengo ninguna propuesta, ni banderas, ni adscripciones. Ando como basurita, movido por el viento. A lo mucho estoy haciendo una tesis doctoral acerca de la cultura política de los jóvenes en GDL. Pero fuera de eso, pues no traigo dreadlocks (equivocadamente llamadas rastas), ni soy guerito extranjero, ni graffitero, ni punketo, ni altermundista, ni globalifóbico, ni globalifílico, ni indígena, ni revolucionario, ni tengo camisas del Che, ni tengo el cabello largo, ni leo, ni escribo, ni Bertolt, ni Silvio, ni Ernesto, ni (agregue usted el estereotipo que desee). Como ya decía, soy un simple ovejero que se había prometido no decir nada con respecto a estas cosas. Además de ovejero, incapaz de mantener una promesa. Peor aún, Yo —como dice Pessoa desde su genial heteronomía—, no soy nada/nunca seré nada/no puedo querer ser nada/aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
3 comentarios:
Bien dicho!
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