Este es un microcuento. La idea es que cada lector o lectora traslade su propia experiencia y le otorgue al momento que se relata un contexto, una direccionalidad, y un final.
No lo podía creer: de la llaga en su pierna estaban saliendo gusanos. Pequeños, amarillentos, casi tiernos, los animalitos se retorcían entre la sangre seca. Él retiró algunos de la herida tomandolos entre sus dedos. Con una marcada ironía, notó como la consistencia viscosa de aquellos animales hacía juego con las costras que desescamaban sus manos terriblemente sucias. En su rostro, oculto por sendos vendajes (alguna vez blancos, hoy de color ocre debido al tiempo y a la supuración), se formó una mueca que pretendía ser una sonrisa. Aún para él, el fétido olor que se desprendía de su cuerpo con cada pequeño movimiento era insoportable. Apoyó su espalda en un rincón del obscuro callejón en el que había sobrevivido estos últimos días. «¿Cómo es posible que me esté pasando esto?» —era la pregunta que rondaba en su mente. Se refería no sólo a estar muriéndose tirado en la calle, sino al terrible descenso en espiral en que se había convertido su vida desde «aquello». Sus movimientos eran lentos, extremadamente pausados, casi en cámara lenta. Era incapaz de articular palabras. De su garganta sólo salían algunos gemidos apagados: se había cortado la lengua algunos meses atrás. «Concubia nocte»; «inamoenus»; «cothurnus» —era un pensamiento fijo en su mente. Intentó recordar algo más, pero un dolor agudo détrás de los ojos lo hizo retorcerse con inusitada violencia. Al mismo tiempo que perdía el control de su esfínter, se dio cuenta que alguien estaba frente a él. Aquél joven de traje obscuro sería lo último que vería en su decadente vida.
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