miércoles, mayo 04, 2005

De película...

En estos días he visto dos películas que me han parecido excelentes. La primera es Birth, en donde Nicole Kidman interpreta de manera magistral a Anna, una mujer que tras perder a su esposo decide rehacer su vida, luego de varios años de viudez. La segunda es The Machinist, en donde Chris Bale realiza, desde mi punto de vista, una de sus mejores actuaciones interpretando a Trevor Reznik, un insomne crónico agobiado por la culpa. No voy a escribir acerca de dichos filmes para no arruinarle el día a quien no las haya visto. Mejor me centro en algunas reflexiones que me provocaron. Como es mi costumbre, al salir del cine pongo atención a los comentarios que suscitan las pelis en los pasillos y corredores de las salas. Esperaba que el clamor general tuviera un tono negativo y así fue. Para muchos de los asistentes las películas estuvieron bastante malas. Sin duda, ambos filmes no son fáciles porque exigen el involucramiento constante de la audiencia para el armado de la obra en sí. De modo que ambas plantean un desafío interesante que involucra la subjetividad en la medida en que interpelan al espectador.

Ahora bien, más allá del profundo goce que me provocó su contemplación, creo que hay un factor común que de algún modo vincula ambos filmes. En un plano estético, considero que ambas tienen muy buena fotografía y están conducidas casi a la perfección. En las dos hay escenas que por sí solas hacen que valga la pena ir a verlas, aún si el resto de cada cinta no fuese bueno. En Birth, por ejemplo, aparece una toma del rostro de Anna (Kidman) en primer plano, mientras de fondo se escucha in crescendo el momento más álgido de lo que a mí me pareció era algo como Berlioz. La armonía de la escena es rota un par de veces por el prometido de Anna, quien se acerca a ella para susurrarle algo al oído. Esto transcurre por un par de largos y tensos minutos sin que pase nada más, con resultados estremecedores. Por otra parte, en The Machinist, Trevor (Bale), convertido en casi un esqueleto, danza de manera macabra frente a Stevie (Jennifer Jason Leigh), una prostituta que le servía de confidente. Simplemente aterrador. Ambas también se desarrollan en una atmósfera casi monocromática acorde con la psicología de los personajes. En fin, vale la pena ir a verlas.

Pero hay algo más en ellas. Algo aterrador. Algo que se mueve en las dos cintas y que remite a aspectos más profundos que cuestionan el logos mismo de nuestra época. Dichos filmes dan cuenta de lo que a mi modo de ver constituye el más grande peligro de este periodo histórico: la disolución total. No me refiero al temor abstracto derivado las armas de destrucción masiva o de cataclismos naturales al que se enfrenta constantemente la humanidad. No. El peligro radica en un lugar más íntimo: me refiero a la disolución del Ser. La trama de ambas cintas se centra en la terrible pérdida de sí mismo, en la falta de sustancia, de cualquier cimiento para la construcción del Yo. Sin asidero alguno, el amor, otrora un sentimiento puro, el rasgo de la divinidad en lo humano, se vuelve desastroso: luego del amor, el ser transita por la vía de la locura, de la indestructibilidad cartesiana hacia una autodestrucción casi lúdica. El Yo, que alguna vez fuese totalidad con funciones bien delimitadas se transforma en un caos fragmentado de biografías imposibles de narrarse de manera coherente. El ser se ahoga en una multiplicidad de signos, en un océano de significados. En ambas películas hay un antes y un después que fácilmente puede asociarse con la terrible duda ontológica que es la marca de buena parte de mi generación: antes en el mundo de la vida se establecían fronteras claras y bien delimitadas. Había una distancia entre los objetos y las imágenes, era posible establecer la diferencia entre la representación y lo representado, entre la simulación y la verdad. Hoy todo está mezclado de manera intrincada, irremediablemente. La textura del tejido social aparece como algo caótico, fuera de lugar. El sentido del mundo se disuelve. El ser se disuelve. Ni siquiera las palabras bastan, ya no se acomodan a las cosas que hay qué decir. No queda nada más qué: ¿?

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi tan querido Igor:
Como siempre muy interesante tu escrito. La posmodernidad y anexas ciertamente nos siguen tomando por sorpresa. La posibilidad de autonombrarse es asustante. Creo que lo que pasa es que no lo sabemos hacer. Creemos que una vez que nos dibujamos no podemos desdibujarnos, y cuando eso pasa, nos angustiamos y la identidad se nos reblandece. Yo mas bien estoy en una etapa de la vida en que me siento encarcelada por mis alumnos que son tantos, mis pacientes, la familia, mi doctorado,... ay que gueva, no tienes idea a que grado quiero diluírme y volverme rocío.
Me encanta como piensas. Eres muy inteligente y sensitivo.
Un abrazo. Ya te dije varias veces, cuando vengas al DF no dejes de venir a visitarnos.
PD: Tus posts me estimulan mucho, y los comentarios a mi blog son sustancia vital para mí.

Mo Than 30 Clients Served dijo...

Erm... El Ser? El Yo? Rorty?...

Igor dijo...

No, Carnal. Bauman.

Ernesto Rodsan dijo...

Chido Igor por tu reflexión ontológica. El juego que Anna se avienta entre el aferramiento a un imposible y su posterior pérdida que la lleva al desquiciamiento está mediada por el recuerdo, por la memoria que le confiere sentido al ayer, al hoy y al mañana.
Si alguna vez para darle sentido a la realidad nos aferramos a Dios y después cayó en descredito y entronizamos a la razón, ahora creo que nos seguimos aferrando a uno, a la otra, a una combinación de ambos (que viva el New Age), o a lo que quieras. Murieron los dioses y las ideologías, los héroes y los villanos. Ya no hay quien te imponga que creer y el ser se enfrenta a los abismos profundos de sí mismo. Cosa que desde luego celebro.
In Bizancio I Trust!

Simultáneo dijo...

Eres un cabron chingón, Igor. =)

Anónimo dijo...

En docencia e investigación en psicología, el doctorado, que sirve para lo que se le unta al queso.
Gracias por todo, todo.

Anónimo dijo...

Igor. Te dediqué un post llamado Buenas tardes en mi blog. Espero pases a verlo.
Abrazo.

nacho dijo...

Tienes razón. La subjetividad es una especie de plastilina a la que uno intenta darle forma a la hora de explicarla, sea oral o textualmente. La serie anidada de emociones e intelecciones que produce una obra de arte compleja (visual, auditiva, literaria, todo junto) como es una película (aún las muy malas) es prácticamente imposible de parodiar con palabras. Quizá la poesía sea el único medio disponible para dar una aproximación de ese ejercicio mental. Pero, bueno, uno no es poeta. Saludos. (humphreybloggart)

Anónimo dijo...

Gracias por tu texto, Igor (raencoría), como siempre moverdorísimo. Que decepción que digas que nadie nos puede quitar completamente la identidad, porque yo sí quisiera que alguien me hiciese ese favor.
Un abrazo

David Temper dijo...

Y luego nos preguntamos porqué somos limitados en cuanto a precepción. Es una medida de seguridad contra la locura. Claro que algunos consideran la locura como la única libertad (desde la seguridad de su psique, claro).

Como escuché en una película: "Su caída comenzó cuando su visión superó a su alcance..."