martes, enero 11, 2005

De viaje

Sin duda, cuando se viaja, es muy útil conocer a fondo los mapas, memorizar las vías, y saber las historias de los lugares que se visitan. De este modo se puede ser un turista en el buen sentido de la palabra: cámara al hombro, shorts cargo, y sandalias. Así, al viajar el turista se dispone salir de su hotel, recorrer las rutas establecidas, los restaurantes típicos recomendados en las revistas, visitar el obligatorio museo, bailar a la disco de moda, etc. El turista se encuentra con otros turistas formando una especie de masa vinculada por una hermandad momentánea y fugaz. Hacer turismo es casi una perpetuación de la historia, una serie de (re)conquistas culturales que inmovilizan el momento, que fijan el fluir de la vida cotidiana en instantes polaroid, en souvenirs que demuestren que sí se estuvo ahí. En alguna parte leí que el turismo es la Golden Horde. Dorada, sí. Pero siempre horda. No obstante, el viaje es algo más: no se reduce a la fotografía, al inventario arquitectónico, al guía soso que narra con visibles deficiencias. Es innegable que para el turista nombrar es crear: esta es la plaza llamada así, y fue construida en tal fecha, aquélla catedral es de un estilo de este tipo, éste es el platillo típico y se cocina de esta manera. Pero el viajero sabe que encanojar el mundo en esos pequeños estancos que nos son familiares nos proporciona una falsa sensación de seguridad, una especie de seguridad ontólogica que nos hace pensar que el mundo es tal como lo percibimos. Cuando hacemos turismo llevamos con nosotros una burbuja de cristal que nos protege, que nos permite ver el mundo pero nos separa de él. Someter a la razón el viaje implica reducirlo a lo externo, a lo objetivo y lo bien establecido: el hotel, los mapas, las guías, los monumentos. Con ello se corre el terrible riesgo de olvidar aquello que ocurre dentro de uno mismo cuando viaja. De este modo, viajar es distinto de turistear. Viajar remite a una serie reducción de las distancias entre las palabras y las cosas: implica vislumbrar un poco una especie de totalidad que nos excentra, nos identifica y vincula nuestras pequeñeces con otras tantas. Viajar nos sitúa en el mundo. La planificación de un viaje es un ejercicio inútil. El turista planea. El viajero simplemente viaja. Es necesario reconocer que viajar es un instinto, una especie de necesidad intrínseca que de vez en cuando nos rescata del sedentarismo. Una condición necesaria del viaje radica en dejar que los ojos se resbalen lento por la carretera hasta perderse en el horizonte. Dejar la cámara de lado y beberse el paisaje a borbotones, saborear los colores, oler la noche, palpar el sonido del motor. Por eso me gusta perderme cuando viajo, porque perdido es cuando mejor me encuentro. Viajar, sin duda, es mirarse al espejo y observarse diferente sabiéndose el mismo. Ja. Siempre me sucede: después de cada vacación descubro que para viajar no se necesita salir de casa.

1 comentario:

Vita dijo...

Oye, caí por casualidad a tu Blog y me ha dejado encantada, de verdad.
Felicidades.
Saludos.