Paradoja: escribo la palabra libertad y quedo atrapado irremediablemente en el acto mismo de escribir, en las pantanosas trampas del lenguaje. Me explico: mientras escarbo en la memoria queriendo encontrar algún momento de suprema libertad, me doy cuenta que la búsqueda es infructuosa. Pienso en aquella tarde fría y lluviosa en la que mi única compañía era la voz bajita de Gardel, la carretera y un café frío… Luego me viene a la mente la ocasión en la que poco antes del amanecer, solo, en una playa virgen, me sentí terriblemente absorbido, como si fuese parte de algo más grande que yo y que, al mismo tiempo, era yo mismo. Momentos de alegría, felicidad u otra de esas tantas piorreas; quizá experiencias liberadoras [pero ¿de qué o de quién?], no la suprema libertad. Sin duda, el estatuto jurídico que remite a la facultad natural [esbozo una sonrisa irónica] que tiene el ser humano de actuar de una manera o de otra, o de no actuar, es, cuando mucho, un útil ejercicio heurístico. Más bien, la libertad constituye una escalinata en espiral que conduce a… [¿qué escribir después de la vistosa “a”?]. Estatutos y facultades naturales, como todo orden moral, son ideas restrictivas, construcciones históricas que delimitan la frontera entre lo bueno y lo malo, entre lo permitido y lo no permitido. De modo que una definición formal indicaría que la libertad radica en mi capacidad de elegir entre esto y aquello. Soy libre de elegir, sí, pero mi elección alude a un conjunto predeterminado de vías de acción, en las cuales nada tuve qué ver y, que además, tiene cierto carácter punitivo. ¿Relativa libertad o títere del destino? ¿Soy yo el que elige o alguien/algo más jala mis hilos?
En este sentido, puede decirse que la libertad no existe, sino que se construye a cada momento en el devenir cotidiano. Metáfora que está ahí en lugar de otra cosa [¿quizá del enmascaramiento del garrote y la zanahoria que nos permiten seguir andando?]. Cuando se le evoca y se cree tenerla, la metáfora se diluye en la más pura y opresiva literalidad, dejando sólo un profundo vacío: la libertad como un abismo, como la lejana e inalcanzable línea del horizonte. La búsqueda de la suprema [y efímera] libertad implica reconocer la paradójica imposibilidad de su existencia. Más allá de Berdayev, Locke, Rousseau, Hegel o tantos otros; más allá de cualquier estatuto u orden moral, la libertad es relacional, siempre en oposición a otra cosa, blanquinegro y burlesco ying y yang de la vida diaria. Entre más se busca la libertad más queda uno atrapado en un entramado de palabras [enormes y gastadísimas] que vuelan alrededor de la idea, la rodean, intentan atraparla como si ello fuera la función de las palabras, tarea inaplazable y liberadora [¡Ja!]. La libertad, creo, es otra cosa, algo que se esfuma en el momento mismo de nombrarla. Bella evocación que no es sino pseudo-presente contaminado de pasado o de futuro, virtualidad enorme, la libertad es siempre retrospectiva o prospectiva: no bien termina uno de decir/escribir “soy libre” cuando ello ha quedado atrás, se ha convertido en libertad-ya-fue, y sólo resta la libertad-por-venir. Siempre pasado o futuro, nunca presente. Quizá la libertad suprema implique el reconocimiento de la contingencia, es decir, un algo azaroso que se siente en las vísceras como un golpe seco y caliente, falsa domesticación del caos, caída ineludible en la nada.
Duda: ¿qué tal si al pensar/escribir la libertad suprema hemos equivocado el camino? ¿Qué tal si la verdadera libertad se encuentra en el goce perverso de quien siente en las venas la ansiedad de la cercanía de la jeringa; o en el placer desgarrador de aquél que mete las narices en la ropa íntima de su hija? Gran paradoja: si la libertad dejara de ser tal, quizá nos haría más libres. Tal vez si lográsemos reunir una enorme cantidad de aprisionamiento, la libertad podría cristalizar, de repente, en otro plano. No obstante, habría que reconocer, por último, en que la búsqueda de la libertad es la instancia menos liberadora. Cabría preguntarse si ¿acaso pensar en un momento de suprema libertad no implicaría reificar a golpe de lápiz y papel, o a fuerza de teclado, lo inaprensible? Bah. Seguramente la libertad es la más grande mentira que nos hemos inventado para sentir una seguridad ontológica que, en última instancia, es un acto que intenta la reconciliación con… [¿con? Otra vez las palabras —las malditas palabras—].
2 comentarios:
usted lo ha dicho.
necesidad/y/o/contingencia...?
esta chido toño el planteamiento; por example: heme aqui haciendo "uso de mi libertad" en el constreñimiento de esta puta caja de comentarios...
Libertad-prisión. Un código simbólico poco explotado. Nice post por el tratamiento novedoso. Algunas imágenes exageradas como la del que huele el sexo de su hija, no por improbable sino por extrema; la indigestión viene de lo cotidiano, lo extremo es nota roja.Je. Saludos y nos vemos en el espejo. (hb)
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