Afuera hace frío y llueve. Adentro, allá al fondo, suena bajito y rasposo un viejo disco de Gardel. Poco a poco, de pared a pared, la penumbra va ocupando esta habitación atestada de libros. Bebo un sorbo de café. Miro a la ventana y veo cómo las gotas van dejando sus rastros de agua en el cristal. Intento encontrar un tema que me permita escribir, pero la página en blanco no cede. En cambio, me distraigo diciendo lluvia, afuera, adentro. Y me sorprende la facilidad pasmosa con la que quedo atrapado en la evocación de un orden, en la enumeración fatalmente jerárquica de las cosas, en la parcelación del mundo. Clasifico a diestra y siniestra (¡a diestra y siniestra!), quizá por buscar una (falsa) seguridad ontológica que me haga saber que el mundo es como creo que es y no otra cosa: esto se llama «taza» y está «adentro»; aquello se denomina «lluvia» y ocurre «afuera». Pero ¿acaso no hay ocasiones en las que llueve también adentro? ¿Será que no es posible beber una canción de Gardel o escribir una taza de café? El orden, siempre el orden, como si la vida estuviera libre de toda contingencia. Intentamos domesticar el azar mediante el lenguaje, como si nombrar fuera verdaderamente una creación. ¿Cómo romper con esa visión reificadora y anquilosada? ¿Cómo destrozar esta ventana que delimita mi estar aquí adentro y todo lo que ocurre allá afuera? Quizá una vía sea la escritura. Pero ¿cuál escritura? Octavio Paz decía, palabras más, palabras menos, que el ensayo se ubicaba entre el aforismo y el tratado. Ello habla de un género en el que prima la libertad de forma y fondo. Sin embargo, aún siendo quizá el más potente de los géneros, el ensayo tiende a buscar cierta legitimidad y aceptación por parte de los “doctores de la ley”: para publicar un ensayo (y casi cualquier cosa) es preciso atravesar un campo minado lleno de editores, árbitros, escritores y demás habitantes de la republiquita de las letras. Por ello, desde mi perspectiva, el blog abre una brecha que desborda la autonomía del campo literario, y se convierte, quizá, en un nuevo género (el de la post-literatura) que puede resultar bastante fructífero. Si esto es cierto, el amplio rango en el que dicho género se desenvuelve permite pensar en la escritura de blogs como una actividad que puede llegar a ser subversiva, liberadora, casi catártica. El blog, pues, podría ser visto como un instrumento fundamental para trastocar el mundo, para abrir(nos) las ventanas y salir a escribir/beber un café, escuchar/leer, allá afuera, a Gardel y dejar que la lluvia nos humedezca el rostro/los ojos.
4 comentarios:
..va, va muy bien el tono.. va..me gusta..yo tambièn apuesto por ello..
Me encantó este post.
Estos días he estado mirando mucho por la ventana, pero mucho y tomando mucho café, pero mucho.
Y eso, la "maldita maldición" de la hoja en blanco y otras cosas, hacen que me adhiera a tu post y que piense: "Sí, sí, eso es lo que yo hubiera querido decir de no ser por esta telaraña de abulias"
Si he de elegir sólo algunas palabras, me quedo con estas tan sencillas como hermosas:
"Escribir una taza de café"
Me gusto la manera en la ke expresaste la idea y la sencilles ke presentas al hacerlo... (Y)
La brújula me trajo hasta aquí. Es un placer llegar a este puerto.
Coincido con la opinión del Blog, muy interesante.
Un abrazo con cariño
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