Hace unos días insistía en la necesidad [totalmente personal] de buscar elementos para ir prefigurando una pos-literatura [o quizá para una literatura del post —como bien me lo señalaba el estimado H. Bloggart—]. Quizá esto sea una búsqueda inútil para alguien que, como yo, sólo ha leído dos o tres libros en su vida y que, de literatura sabe lo mismo que de esloveno. De cualquier modo, el esfuerzo, creo, vale la pena.
Una tendencia más o menos reciente de las ciencias sociales consiste en desvelar lo que antes era preciso desaparecer. Así, hoy hay que evidenciar tanto el papel de la (inter)subjetividad como las condiciones en las que se producen los resultados de las investigaciones. Ello, se supone, ayudará a comprender/comprehender y dimensionar los resultados obtenidos a partir de, por ejemplo, un análisis de los registros discursivos y las competencias del habla de los seres humanos. Antes, la ciencias tenían que seguir el método científico de corte naturalista/biologicista para eliminar cualquier influencia del investigador/científico en sus resultados. Así —se pensaba— era posible lograr un mínimo de objetividad y acercarse al descubrimiento de «leyes naturales» para la sociedad. De modo que el positivismo en las ciencias sociales puede equipararse a los cuadros de Corot, Millet, o incluso con los de Singleton: en ellos se pretendía «retratar» la realidad y presentarla «tal como ésta es». Ahora las cosas han cambiado [sólo un poco] y quien hace ciencia social puede recurrir, incluso, a las artes como una estrategia de investigación perfectamente válida. Hoy, tales ciencias son equiparables, por ejemplo, a un cuadro cubista [un Feininger, quizá un Villon o un Malevich] en el que inciden diversas perspectivas a un mismo tiempo. De esta forma, puede decirse que las investigaciones no terminan con la presentación de los resultados, sino que interpelan a los mismo sujetos que se investiga, generando matrices recursivas que, etcétera.
Pues bien, haciendo malabares con las analogías, creo que en esta tendencias de las ciencias sociales actuales pueden encontrarse vías para enriquecer la búsqueda de una post-literatura. El desplazamiento hacia la subjetividad y el descentramiento de los núcleos probelmáticos tradicionales constituyen, a mi modo de ver, potentes llaves para explorar otros zaguanes. Una de las claves para llevar a cabo lo anterior puede encontrarse en el capítulo 125 de Rayuela. Quizá no es el mejor ejemplo, ni el texto más acabado que existe al respecto. Seguramente habrá otros documentos con mayor capacidad explicativa que el capitulito cortazariano al que refiero. No obstante, la virtud de Cortázar consiste en presentarnos, a manera de contenido, un ejercicio mediante el que ha ido construyendo a su personaje. Al integrar al texto novelesco lo que usualmente se quedaba en los archivos del autor, en dicho capítulo Cortázar pone de relieve una especie de te(rr)orizar, desde la literatura, acerca de la literatura. La manera en que éste desgrana a su personaje [asumo que habla de Oliveira] muestra, de forma clara, las entrañas del proceso creativo. Acompañar una novela de los elementos que permitieron crearla implica un leve dejo de sabotaje de ciertos cánones. Leer el 125 de Rayuela se convierte en un acto de «destrucción creativa» —Schumpeter dixit—, ya que es casi como presenciar una autopsia y un nacimiento a la vez: el cadáver de la literatura aún está tibio, y de la mano del mencionado autor va naciendo, aún informe y peluda, una posible vía para explorar literaturas distintas. Así, —como dice no recuerdo quién— decidir entre escribir un punto o una coma (o el punto y coma, que es lo mejor de ambos mundos) no es sólo cuestión de forma. Esto se trasmina hacia el resto de los argumentos, marca los ritmos, define las instancias [de la creación post-literaria]. Pero hay riesgos grandes: en la medida en la que la forma se infiltra en el fondo, existe el peligro de que, al final de cuentas, quedemos [en tanto autores] con un palmo de narices ante la astucia del lector o lectora que decide cambiar la hoja ante tanto despotismo pseudo ilustrado.
Otra estrategia [algo así como Cortázar meets Eco] para buscar nuevas vías para la literatura se plantea en la creación de una novela acerca de hacer una novela. Esto se puede extender ad infinitum [hacer una novela acerca de hacer una novela que versa acerca de hacer una novela que habla acerca de hacer una novela, hacer, una novela, etc.). Solo que habría que enfrentarse a inmejorables textos que han seguido tal vía (i. e. el protagonista principal de El nombre de la rosa es un libro). De cualquier modo, más que un obstáculo o una limitación, lo anterior constituye un aliciente. Ello propone un desafío que incita a explorar las resonancias y las evocaciones, los modos en los que la literatura, por ejemplo, se convierte en una matriz cognitiva, en un abrevadero, en un doble opuesto de la vida misma. Creo que es este carácter de paralelismo dopelgangero el que hace interesante —y necesaria— una post-literatura. Pero hay otros problemas que devienen retos. Por ejemplo, la estética tradicional de la novela lleva en sí una especie de coherencia, de extensión amplia, de ligaciones y reticulados que la dan cierta corporeidad al texto. De esta manera, la novela tradicional se vincula entre sí, se apoya en sus andamiajes de realidad y continuidad, formando un edificio con las ventanas bien situadas para que entren el aire y la luz. Atentar contra esa ortodoxia implica meter, en dicho edificio —a fuerza de subversiones— , elevadores que nunca se detengan en el onceavo piso y nadie sepa por qué; puertas giratorias que no conduzcan a ninguna parte; escaleras de agua y pasamanos electrificados. Pero ojo, la post-literatura es más bien un juego de palabras que tiende a reificarse y convertirse en aquello que se critica. En fin, hacer post-literatura implica fragmentar la literatura bonita, afearla y mostrarla como el ejercicio visceral que es: espejo roto, pintura abstracta formada a partir de piezas sueltas, tomadas de collages anteriores y puestas como imanes en el refrigerador. Así, si se tiene suerte —como piensa Morelli—, quizá algún día los fragmentos lleguen a coagularse en algo menos horrendo que lo que se tenía al principio. A lo mejor descubrimos que la post-literatura proviene del próximo disco de Tool o de Mogwai. Tal vez —y esto va para los del terruño— la mejor expresión de la post-literatura está colgada en el Museo de Arte de Zapopan (cuadro en material reticulado, verde tipo Matrix, horas contemplándolo, idiotizado).
Si yo tuviera un granito de talento, ya le estaría dando. Je.
PD
Ando urgido: Tengo encima tres ensayos y necesito sugerencias. El primero versa sobre las resonancias del medievo hispánico en la conquista de la Nueva Galicia; el segundo requiere poner en relación las ideas de ciudadanía y globalización (lo estoy titulando "Los nuevos movimientos sociales: entre el futurismo de The Matrix y la guerra de guerrillas de Fight Club") y; el tercero es acerca de una necesaria redefinición de la pobreza desde un punto de vista antropológico (obviamente, sin caer en la tosca ingenuidad de Lewis y su cultura de la pobreza. Ah, postearé algunas fotos del trabajo de campo...). Se aceptan sugerencias bibliográficas y temáticas. Thanks.
1 comentario:
Muy interesante tu perspectiva sobre la post literatura. No ubico con exactitud el período de la conquista de Nueva Galicia, pero creo que un elemento que siempre se pasa por alto es el aislamieno de la Península Ibérica de los acontecimientos en el resto de Europa alrededor del período carolingio. La derrota del propio Carlomagno en su intentona antiárabe marcó en gran medida que la Reconquista se lograra plenamente hasta el siglo XV. Después habrá tiempo de comentar más. Saludos.
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