«Damián». [Te] escuchas [decir] tu nombre [o crees que escuchas tu nombre]. «Damián Olache». Tu voz inunda la habitación. Nombrar[se] frente al espejo en el que el mundo es una repetición diestra. Contemplarse. Descubrirse un poco detrás de aquella figura. Hermanarse con aquel que (te) observa desde el otro lado. Mirar al espejo y ver a Damián. Alto. Robusto. Damián es Damián. Penetrar en aquel mundo repetido, mirar(se) en aquel mundo, estar allá pero también aquí, de este otro lado, guiñar un ojo y ver cómo aquél doble repite la operación, casi como un títere sin hilos (¿pero realmente él será el títere?), encajando calculadamente en el molde, haciendo parecer que todo está bien. Y tú Damián, esperando siempre que aquel dopleganger te desobedezca para saber que ya, que sí, que entonces sí, que todo era correcto, que ¿no? estabas loco (¿que no estabas loco?). Pero hoy toda esperanza es una ficción. Hoy aquel otro que eres tú mismo, figura enigmática, de negro siempre [de luto por la vida, hasta que te enteraste que García Ponce, que H. R. Giger, etcétera], repetido en el espejo, obediente, sigue[s] tus movimientos como una sombra patética, como una sospecha de la escisión, fiel marioneta que habita en un mundo invertido. Damián oscuro. Despeinado. Damián y su miopía fingida detrás de esos lentes de armazón de titanio. Damián y sus botas de minero. Damián y sus pulseras de cuero. Damián y sus libros. Damián y Olache. Damián. Damián mirando al abismo. Damián solo. Sólo Damián. Sólo Damián solo. Damián.
—«Yo soy así porque puedo», —murmuró el del espejo.
—«Hoy los espejos no son de fiar», —pensó Damián.
1 comentario:
Ya había leido tu ejercicio en hipertextos (me gustó); pero este jugueteo con los paréntesis me ha gustado más. Nos daremos otra vuelta. Saludos.
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