martes, mayo 12, 2009

El temible Dr. Fox

“Du sublime au ridicule il n'y a qu'un pas

Napoleón

 

Hay pocos sujetos que logran descubrir la grandeza que hay en la humillación y el ridículo. Pienso, por ejemplo, en Tranquilino, el entrañable mayordomo interpretado por Fernando Soto “Mantequilla” en Los tres García, película dirigida por Ismael Rodríguez, en 1946. En principio, pareciera que “Mantequilla” interpreta un papel segundón, lleno de ingenuidad, el cual es sometido hasta el tuétano por la férrea mano de Doña Luisa (Sara García), sin duda, la abuela más popular del cine mexicano. No obstante, la figura de este actor resulta central cuando se observa a la luz del contraste que establece con Luis Antonio (Pedro Infante), José Luis (Abel Salazar), y Luis Manuel (Víctor Manuel Mendoza), los nietos pendencieros de la más vieja de la casa de los García. Cada desliz, cada ingenua estupidez, cada patético tropezón del mayordomo, constituyen el trasfondo que permite elevar a los protagonistas a la categoría de héroes, en el contexto del filme. Una lectura superficial —y errónea— de la cinta indicaría que el empequeñecimiento de Tranquilino equivaldría a la grandeza de los García. Sin embargo, basta un ligero ex-centramiento del espectador, una especie de mirada oblicua, para poner de relieve que el verdadero héroe de la película es el mayordomo. Sobran razones para argumentar lo anterior. Aquí es suficiente con señalar una de ellas: Tranquilino ejerce la función del elemento coagulante, el vacío alrededor del cual se estructura el ser de los García.[1] Así como Cristo no sería nadie sin Judas el Iscariote, tampoco los nietos de Doña Luisa serían nada sin Tranquilino. Es precisamente en la humillación, en la pequeñez y el achicamiento, que Mantequilla logra dotar de grandeza a su personaje. No cabe duda que la heroicidad está en otra parte.

                Desafortunadamente, la lógica de esta afirmación también funciona a la inversa: hay gente que sólo encuentra humillación y ridículo en la grandeza. Si no ¿qué otra cosa puede pensarse frente a la noticia que anuncia que al ex-presidente Vicente Fox le fue otorgado un reconocimiento honoris causa (así, con minúsculas) por la Universidad de Emory, en Atlanta? A la letra, el lauro le fue ofrecido por su (sic) “liderazgo internacional en temas de democracia y por sus iniciativas emprendedoras”. Con seguridad, en Emory se tomó en cuenta aquella ocasión en que, en el 2002, el entonces presichente mostró su lúcida capacidad diplomática y su gigantesco conocimiento de las relaciones internacionales, frente a Fidel Castro, entonces (y todavía) rey magnánimo de Cuba. Vale la pena darle una leída a las palabras de Vicente:

"Que puedas venir el jueves y que participes en la sesión y hagas tu presentación como está reservado el espacio para Cuba a la 1:00 pm. Después tenemos un almuerzo que ofrece el gobernador del estado a los jefes de Estado; inclusive te ofrezco y te invito a que estuvieras en este almuerzo; inclusive que te sientes a mi lado y que terminado el evento y la participación, digamos, ya te regresaras. Y así ..."  

Como se observa, la discursividad esgrimida por el ex-mandatario mexicano muestra el alcance de su visión en materia democrática y en términos de las relaciones internacionales. Como si esto fuera poco, desde antes de su llegada a la presidencia, Vicentillo ya anunciaba con bombo y platillo sus dotes de gestión en lo que refiere a la política interna: durante su candidatura a la silla presidencial, Fox aseguraba que le bastaban quince minutos para resolver el conflicto armado en Chiapas. Ejemplos como éste se cuentan por cientos: desde colocarse boletas electorales a modo de orejas de burro, en el Congreso guanajatense, hasta el (pseudo)descubrimiento crucial que desenmascaró a un sistema político nacional, lleno de víboras prietas y tepocatas, Fox ha desarrollado un conjunto de estrategias innovadoras que, sin duda, justifican el otorgamiento de cualquier honoris causa. Para aclarar este punto se requiere volver a Tranquilino: no cabe duda que, dadas las características de este personaje, intentar sublimarlo sería una ridiculez. Cada pretensión de dignificación redundaría en la humillación más bárbara. En este  mismo sentido, el enaltecimiento del ex-mandatario mexicano opera bajo una lógica similar: en la medida en que se le encumbre, también se pondrá de relieve su soberana y monumental imbecilidad. En tanto que el cuerpo se le siga llenando de reconocimientos (o de supuestos centros de investigación), se hará cada vez más y más adecuado el mote que tan atinadamente le impusiera Muñoz Ledo a Fox: el de ser un alto vacío. En fin, para cerrar este texto, resulta ilustrativo mencionar aquella ocasión en la que, a principios del 2007, Vicente dictó una conferencia magistral en Los Ángeles, en dónde puso de relieve, con precisión, su papel (papelón) en el ámbito de la construcción de lo democrático, al señalar: “América Latina debe huir de la ‘dictadura perfecta’, como lo dijo el premio nobel colombiano de literatura Mario Vargas Llosa”. No more words but honoris causa a quien honoris causa merece.



[1] Hay que tener cuidado con una lectura aún más pueril: aquella que señala que los López, la familia archienemiga de los García, constituyen la razón de ser de éstos últimos. Dicha lectura es terriblemente ingenua y carente de todo sustento. 

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