viernes, junio 29, 2007

Llueve

Una vez más la lluvia. Vieja conocida, anclaje de la nostalgia. Tus tranquilos rastros de agua son como pasajes de la memoria. Así, cada gota tuya se va transformando en un recuerdo, en un forzoso rescate del olvido. Cada pequeño fragmento de ti, cielo líquido, condensa en sí quizá una copa de vino, un tango, un aroma, el roce de una piel. Eres, quizá, el más grande cliché de lo prístino, purificadora de ciudades que se desperezan (pretendiendo ser lomos de ballena que emergen a la superficie) ante tu tenaz insistencia. Es suficiente con que te asomes por cualquier lado para hacer huir al vulgo que no disfruta de tu compañía, los acorralas, los obligas a la sombrilla, o al roñoso café que los salva de tu humedad. Rompes sus anquilosados órdenes como ha sucedido siempre desde aquella primera y ancestral gota. No saben que la vida está afuera, contigo, como infinita cómplice del disimulo, basta caminar un instante entre tus frágiles ráfagas, y levantar el rostro, para dejarse ir, sin que nadie sepa, sin que nadie se de cuenta que, sin que nadie note que la verdadera lluvia está aquí dentro.

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