miércoles, abril 11, 2007

Facing...

Es 11 de abril y son las doce del día. Comienzo a escribir esto no sé bien por qué. Se me vienen a la mente mentiras como la catarsis o el conjuro. Quizá el motivo sea la incertidumbre que provoca esperar el resultado de unos análisis para confirmar o aplazar lo que ya sé de cierto, puesto que es el más archisabido de los clichés: que más tarde o más temprano me voy a morir. Igualito que tú. El caso es que una vez más, la muerte. Aparece así, de frente y de cerquita. Por lo menos en potencia y me pone de plazo las cinco de la tarde de hoy para desatar este nudo. Maldita raigambre. Días previos, frente a otro médico, llegó la nostalgia de manos de una frase (“posible desenlace fatal si no/Se requieren análisis más profundos”). Desde luego, fue inmediata la evocación del recuerdo de mamá, detonado por las mismas y exactas palabras dichas por un especialista, interrogándola si había vivido una vida plena. Y zas, un mes después, entendí el significado de lo que era un verdadero desenlace fatal. No pude menos que esbozar una sonrisa cuando hoy, la mujer que me pidió que me quitara la camisa para retratar mis pulmones, regresó con una radiografía al acecho. La miro y pienso (a la radiografía) como un animal agazapado listo a dar el primer zarpazo. La escena me resulta tan familiar. Miro a la doctora y se hace un silencio entre nosotros, que se adueña y calla a todo, que se nos impone. “Hay algo raro en esta placa”, dice ella, señalando un punto en aquello que a mí me parece más bien algo como nubes sobre fondo negro. Río. Y lo hago casi sin ironía, casi sin sarcasmo. ¿Por qué? No lo sé. Es así. Estoy seguro de que si los resultados son positivos, es decir, que muestren la negatividad en mí, me reiré a carcajadas. No puedo hacer más ante lo que ya esperaba. Dicen que encarar la propia mortalidad no es tarea fácil. Aunque seamos sinceros: tampoco es nada difícil. Basta cerrar los ojos y recurrir a la misma apatía de siempre, a la que he venido postulando y promoviendo frente a todo. Es suficiente con reír un poco, con burlarse de sí mismo y continuar hasta donde tope. Total, no se puede ir más allá porque no lo hay. Supongamos que se hacen las cinco de la tarde y me dicen que voy a morir

¿y?

Cuánta gracia me hace este asunto. Y lo digo terriblemente en serio. Ja.



Update del día siguiente: pues las cosas todavía tienen remedio. Al menos, eso parece en primera instancia.

2 comentarios:

Sandy Gallia dijo...

justo ayer hablába de la apatía con un amigo, me decía: es que ya lo vivi todo: el amor, el desamor, el cohabitar, el viajar, etc. etc. etc... lo demás son repeticiones de lo mismo, ¿qué sentido tiene todo esto?
no lo sé...
que bueno que tiene remedio rencoria

libréluna dijo...

amigo, un día, no muy lejano, comprenderás que todo tiene sentido. Te lo dice una apasionada del sinsentido que desde hace 3 años vive aprendiendo a sorprenderse de nuevo, a reírse, a lamer el suelo para ver a qué sabe y a tantas cosas que ya se me había olvidado que existieran (como el sabor del duvalín, por ejemplo).

Sé lo que es estar cara a cara con la muerte, acariciar su rostro perfecto, conocer su frío, un frío perfecto, que no se nos quita por más que tiritemos, por más que temblemos para darnos calor a nosotros mismos. Sé lo que es luchar contra ella, y despertar en la terapia intensiva de un hospital cuidando el paso del segundero del reloj, contando cada uno de los segundos que llevo viva después de haber estado tan cerca de lo que parecía inevitable.

Hay mil y un maneras de salvar la batalla, amigo. Puedes reírte, puedes llorarte, puedes encabronarte o tomarlo con la mayor tranquilidad... Pero, no te salves.

Un abrazo grande, señor grande!