A finales del 2011, en uno de
esos puestecitos que hay en casi cualquier plaza comercial de la ciudad, un par
de empleadas de Banamex se acercaron a la Claudia para ofrecerle una tarjeta de
crédito. Ella, con la amabilidad que la caracteriza, les respondió que ya tenía
una, que muchas gracias. Precisamente de ese mismo banco. Ah, entonces llévese una
adicional, para su papá, le contestaron (por supuesto, me señalaron a mí). No
gracias, dijo la Claudia. Ándele, mire, le va a traer muchos beneficios,
afirmaron las señoritas. No, gracias, insistió mi cómplice. Yo me limitaba a
arrojar una gélida mirada sobre las afanadas promotoras crediticias. Entonces,
la Naila le echó el ojo a unos zapatos, y corrió hacia la tienda en donde éstos
estaban en exhibición. Obvio, yo salí tras ella. Error. Las señoritas de
Banamex aprovecharon esa ventana de oportunidad para implementar sus
brutalmente eficientes estrategias de lavado de cerebro. Cuando finalmente logré
dar alcance a la Naila y la llevé hasta
donde estaba su mamá, me di cuenta que ya estaba firmando la solicitud que le
habían puesto en las manos las empleadas de la mencionada institución bancaria.
Cuando las chicas se alejaron a acechar a otro incauto, en la mirada de la
Claudia había una expresión de incomprensión que parecía decir: “¿Qué carajos
acaba de pasar aquí?”. Hasta ese momento, el asunto me pareció muy gracioso.
Sobre todo porque la Claudia había sudado la gota gorda tratando de esquivar los
embates de las testarudas señoritas. Finalmente, aún cuando por política no uso
tarjetas de crédito, acepté de buen grado el plástico adicional. Total ¿qué tan
malo podría ser?
Qué
equivocado estaba. Lo que siguió de ahí fue un total viacrucis. En principio,
pasaron los meses y la dichosa tarjeta adicional nunca llegó a mi domicilio
(como las señoritas habían afirmado que ocurriría). De hecho, el asunto quedó
en el completo olvido. Hasta que ya iniciado el 2012, la Claudia descubrió que
en su estado de cuenta aparecían unos gastos que ni ella ni yo habíamos hecho.
Desde luego, éstos estaban asociados con el plástico adicional en cuestión. Al
principio, pensamos que había sido un error. Entonces, con todo el optimismo
del mundo, nos comunicamos al banco para hacer la aclaración correspondiente.
Cosa de un minuto o dos, creíamos. ¿Cómo nos pueden cargar algo comprado con
una tarjeta que nunca nos entregaron?. Sí, seguro debe ser una equivocación. El
dependiente del otro lado de la línea confirmó que, efectivamente, los cargos
estaban hechos, y no había de otra más que pagarlos. Sí, claro. Sólo que la
tarjeta nunca nos fue entregada, dijo ella. Pues ése no es problema del banco,
señorita. Comuníqueme con su superior, pidió la Claudia. Yo soy mi superior,
contestó el telefonista. Y así se sucedieron las cosas, por alrededor de una
hora.
Luego de
varios días de llamadas y correos electrónicos aclaratorios, Banamex decidió
abonar a la cuenta de la Claudia los cargos erróneamente hechos. Mientras
llevamos a cabo la investigación correspondiente, planteó la institución
bancaria. En ese momento, creíamos que el asunto se había solucionado. Un mes
después, los cargos aparecieron de nuevo en el estado de cuenta. Luego de las
obvias llamadas al servicio a clientes de la honorabilísima institución, ellos
sentenciaron que ni aunque moviéramos el cielo y la tierra podríamos evitar
pagar. En ese momento se le subió lo Fernández a la Claudia, y se fue derechito
a la CONDUSEF. Ahí le solicitaron que documentara el caso, y que ellos se
encargarían de asesorarla. Se entregó el expediente correspondiente, y muchas
semanas después, llegó una respuesta de parte de Banamex. En ésta, luego de lo
que ellos llamaron una acuciosa investigación, habían determinado (de una
manera totalmente unilateral, que nos sumió momentáneamente en la indignación y
la impotencia) que, por ponerlo en términos elegantes, nos habíamos chingado.
Que lo que se debía era responsabilidad nuestra, y que no teníamos más opción
que pagarlo. Para ello, Banamex sustentaba sus afirmaciones en un conjunto de
pruebas: una copia fotostática de una credencial del IFE apócrifa; algunos
vouchers con firmas que no eran ni las de ella ni las mías; y una cartita que
palabras más, palabras menos, describía el “proceso investigativo”.
Como era de
esperarse, luego de la indignación llegó la furia. Así que con las evidencias
del sucio fraude nos enfilamos de nuevo a la CONDUSEF, para pedir un careo con
alguien del banco. Vale la pena señalar que entre el inicio de este viacrucis y el enfrentamiento final y decisivo con
Banamex, transcurrió casi un año. Finalmente,
nos convocaron para el día 19 de septiembre. Teníamos que llevar el
expediente completo, y presentar las pruebas que consideráramos pertinentes. Desde
luego, yo iba instalado en la actitud de echar patadas y espuma por la boca. De
la Claudia mejor no digo nada, sólo que infundía temor. Así las cosas, llegamos
a CONDUSEF puntualmente. Diez minutos después de la hora fijada, nos
atendieron. Ahí estaba un representante legal de Banamex, quien prácticamente
no dijo nada. Aceptó que era un error, y que el banco desistía de seguirnos
chingando (han de saber ustedes que nos llamaban a altas horas de la madrugada
para “sugerirnos” que hiciéramos el pago). Luego de muchos meses, la furia
contra la máquina había dado frutos. Banamex se rendía. Por supuesto, yo no
pude evitar darle un recargón al señor abogado, al decirle que deberían investigar
la organización en la que estaba, la cual era de corte mafioso, fraudulento y
gansgteril.
Así que con todo respeto, claro, sólo me resta
decir: ¿no que no tronabas, pistolita?
PD.
La venganza de Banamex: resulta que teníamos
domiciliado el pago de CFE justamente a la tarjeta bancaria en cuestión. Para
no hacer el cuento largo, baste decir que desde ayer jueves no tengo luz en
casa por falta de pago. Well played, Banamex.
2 comentarios:
jajajajjajaa pero bueno... le ganaron a estos méndigos, que bueno, tenía ya buen rato sin venir a husmear, espero que estés muy bien, pasa por mi blog de vez en cuando, lo acabo de abrir, besos Ximena
Igor, Claudia, bien hecho!,
en otros casos llegan tarjetas sin pedirlas, y ya con recargos..., saludos!, Hector
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