viernes, febrero 20, 2009

II

…Poco a poco nuestros pasos, torpes, nos condujeron hasta el borde de la cama. Tú semidesnuda. Yo incipiente voyeur de ti. Lentamente eliminé de tu cuerpo los últimos rastros de vestimenta. Sólo quedaba el pañuelo alrededor de tus ojos, y nada más. Te recostaste despacio. Yo permanecí unos instantes de pie, contemplándote. Buscaba memorizar los perfiles de tu cuerpo dibujándose sobre las sábanas. Y todo era como un retorno, el regreso de algo intangible, la vuelta a al punto de partida, una cálida bienvenida. “Ven”, me dijiste. Tanta soledad y tanta desnudez en aquél colchón no era posible. Me deshice de mis ropas, sin dejar de mirarte. Me coloqué a un costado tuyo. Tomé una de tus manos. La besé. Besé tus dedos, tu palma. Fui subiendo, recorriendo tu brazo hasta llegar al hombro. Tú suspirabas. Con cada beso yo estaba más cerca: el hombro, el cuello, la mejilla, los labios. Tus manos acariciaban mi espalda mientras me regalabas un beso profundo, tibio, húmedo. Giré un poco para recostarme sobre ti. Te besé en los ojos, en la nariz, en la barbilla. Fui bajando poco a poco hasta llegar a tu pecho. Mis dedos, casi autónomos, insistían en uno de tus pezones, casi como una guía, como un faro que le indicaba la ruta correcta a mis labios. Te besé lentamente. Despacio, saboreando cada centímetro de piel. Luego mis manos bajaron por tu cuerpo, deteniéndose por siglos en tus muslos. Me sentías cada vez más cerca. Mis labios insistían en recorrerte toda, y fui deslizándome por tu vientre. Casi por instinto, tus manos se aferraron a mi cabello, al mismo tiempo en que tu espalda se arqueaba, permitiéndote recorrer ligeramente tus caderas, apenas un palmo, hacia adelante. Yo seguí el descenso por tu cuerpo, muy lento. Besé tu ombligo. Una vez. Otra. Busqué tu mirada, pero tú habías echado la cabeza hacia atrás. Sin pensarlo, al sentir mi rostro cerca, separaste tus piernas un poco más. Tú respiración se hacía cada vez más agitada. Sentías mis manos sobre tu vientre, apretando tu cintura, acercándote hacia mí. Finalmente, mis labios se habían encontrado con los tuyos, con esos otros, tan únicos capaces de regalarme un beso tibio y perpendicular…

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