domingo, agosto 09, 2009

Otra Cumbre medio borrascosa

Luego de que se terminó la Marcha del día de hoy me habitó una sensación extraña. Es algo casi imperceptible; así como una especie de desazón ínfima, de inquietud mínima. No sé. Trato de encontrar palabras para describirlo y me resulta imposible. Quizá lo más cercano sea a aquello que produce el creerse observado sin que nadie esté ahí, cerca, para verlo a uno (y lo digo sin ninguna pretensión paranoide, porque como el buen hijo de vecino que soy, estoy cierto que nadie se toma la molestia de vigilarme); tengo el cuerpo como si tuviera un puño frío apretado en la boca del estómago. Chale. Definitivamente no encuentro los términos adecuados para expresarlo. Tampoco estoy seguro a que atribuir el desasosiego que nomás no se larga (o quizá sí lo sé; tal vez sea que a estas horas, hace siete años, comenzó la jornada más terrible de mi vida; o a lo mejor es otra cosa; whatever). En fin, la Marcha de hoy transcurrió como tantas otras que acontece por estas tierras: con una organización inicial que dejó bastante qué desear, pero que conforme se caminaba se solventó de manera eficiente; con una afluencia escasa (los entre 300 y 500 de siempre; los que uno espera encontrarse) que caminó en santa paz; con las consignas ya sabidas que aluden al fervor patrio y a la defensa de los intereses e ideales nacionales (i. e. “Si Calderón tuviera, a su madre la vendiera”; “la patria no se vende”; “el pueblo, unido, jamás será vencido”, etc.). Sin duda, se cumplieron con creces los objetivos del acto, puesto que la voz de los manifestantes se hizo escuchar fuerte y clara. Me parece que entre los triunfos más destacables se encuentra la toma del quiosco de la Plaza de Armas (a. k. a. la plaza borracha). La potencia simbólica de haber “conquistado” ese pertrecho postula la fuerza y la significación de una movilización que fue escueta en apariencia. La puesta en marcha de foros alternos a la Cumbre indica que, por lo menos, la plebe no nos dejamos pisotear tan fácilmente.

Y sin embargo… el desasosiego está ahí.

Una vez más, la vocecita en mi cabeza insiste en la urgente necesidad de re-pensar el desacato y exigir(se) una doble apertura. Por una parte, se requiere (primero, que no me hagan caso… y luego) dejar atrás ciertos anacronismos; adaptarse a los tiempos e innovar los modos y mecanismos en que se expresa la inconformidad. Por otro lado, es preciso que los pensadorcitos locales se arriesguen y se decidan, ya, a estructurar nuevos modos de ver y conceptuar el campo político, la acción colectiva, y… bueno. Ya. Hoy no se mi mejor día, y esta hora es bastante aciaga. Mejor dejo esta discusión para cualquier otro ensayo…

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