Nunca he sido fan de Enrique Krauze. Su postura
intelectual(oide), que nutre a y se nutre de los círculos del poder
institucionalizado, me produce un rechazo casi natural. En otras palabras, es
difícil negar tanto su conocimiento de la historia como su capacidad para
esgrimir argumentos. No obstante, todo ello pierde peso en la medida en que se
utiliza para apaciguar y darle voz a las buenas conciencias. En este sentido,
tomarse la molestia de debatir con Krauze es casi tan útil como alimentar con flores
a los cerdos: equivale a prostituir la reflexión; a desvalorizar las palabras. De
cualquier manera, hay cosas que es imposible pasar por alto. Me refiero
específicamente al artículo que este narrador de la historia de bronce mexicana
publicó el 27 de mayo en Letras Libres, titulado “Un partido para los jóvenes”.
En éste, luego de un somero recuento histórico de algunas de las movilizaciones
estudiantiles acaecidas entre los siglos XIX y XX en México (como si el país
fuese sólo lo que ocurre en el DF, pero en fin), se atreve a “sustentar” la
“sugerencia” (que bien podría tildarse de insolencia) que hiciera en días
pasados vía twitter a los jóvenes del #YoSoy132: la fundación de un nuevo
partido. Más allá de la evidente contradictio
in adjecto, que dicho sea de paso, está de risa, hay dos aristas espinosas
que se esconden detrás del desatino krauzeiano y que, por supuesto, le restan
gracia.
La primera, y quizá la más obvia, tiene
que ver con la falla brutal de los instrumentos con los que este intelectual
efectúa sus lecturas de la realidad. Pareciera que frente a la velocidad de los
acontecimientos, Krauze no logra afinar lo suficiente su arsenal pensante: no
comprende que lo que está en el fondo de las movilizaciones estudiantiles
actuales es tanto el agotamiento de un sistema político caduco, como la
necesaria transformación del campo en el que las instituciones partidistas se despliegan.
Sin duda, él, como muchos otros que le temen a lo Nuevo, “justificarán” la vía
partidista en la medida en que hasta hoy ésta es la única forma de incidir con
cierto peso en la configuración de la esfera pública. Y ése es precisamente el problema. “El país
atraviesa por la mayor crisis desde la Revolución –dice Krauze-. Los partidos
pequeños son vergonzosas franquicias familiares o meros cotos de poder, y los
grandes han decepcionado a la ciudadanía: ven más por sí mismos que por sus
supuestos representados. Hace falta uno nuevo…”. Es curioso: encontramos en Parsifal, de Wagner, una inesperada
pista para entender este silogismo baratamente falaz que arroja Krauze (y desde
luego, para comprender su visión de lo juvenil): al principio de esta
entrañable ópera, Amfortas, uno de los personajes, agoniza debido a una brutal
herida (que por cierto, aparte de dolor, le produce una profunda vergüenza). La
peculiaridad de ésta radica en que sólo puede ser sanada por la lanza que la
causó (i. e. pretender solventar la crisis de los partidos políticos a punta de
partidazos). Pero la única manera de que ello ocurra es que la lanza sea
sostenida por un joven ingenuo, que no conoce la maldad del mundo (es decir,
que desconoce la historia). ¿Será que
ésa es la opinión que Krauze tiene con respecto a la juventud? ¿Acaso piensa
que los #YoSoy132 son poco menos que ingenuos? Hoy el mantra del #YoSoy132 se
concentra sobre todo en el objetivo de establecer una nueva relación entre los
medios de comunicación hegemónicos y la sociedad. Lo que sigue es transformar
de raíz el campo político. No contribuir a su esclerotización. A estas alturas,
insinuar que la juventud en movimiento debería fundar un partido es, cuando
menos, un insulto a la inteligencia de este sector poblacional. México no se
agota el 01 de julio, Sr. Krauze. Lo político tampoco se reduce a lo
formalmente instituido.
La segunda de las aristas, probablemente
la más grave, tiene que ver con la estrategia perversa y maquiavélica que se
oculta detrás de la aparentemente ingenua sugerencia de Krauze. La idea de que
la juventud que ejerce su derecho al desacato hoy debería fundar un partido
político no es sino un eufemismo para, por decirlo à la Chomsky, mantener a
raya a la plebe: en la medida en que se propone la institucionalización de la
fuerza juvenil, sobre todo bajo la figura de un partido político, se pone de
relieve que la apuesta no es otra más que la de conservar intacto el status quo. Seguramente, cuando el
#YoSoy132 le responda a Krauze con el látigo de su desprecio, éste intentará
restarle potencia a las movilizaciones juveniles al “argumentar” que éstas
carecen de propuesta, que son pura emotividad y nada de razón, como dijera hace
unos meses Bauman al referirse al #15M. Una vez más, se pondrá de relieve,
pronostico, la incapacidad krauzeniana para “leer” el presente. Mientras que
los jóvenes buscan hacer las cosas de maneras diferentes, Krauze insiste en la
necesidad de seguir cometiendo una y otra vez los mismos errores. Éste es un
país que está en pleno proceso de construcción, que requiere de arquitecturas y
andamiajes nuevos. No de argamasas caducas. Quizá los jóvenes que hoy disienten
tengan poco claros los contornos de este cambio que están produciendo, el cual
todavía permanece en la liminalidad. No obstante, en medio de un horizonte
plagado de incertidumbres, es probable que la única certeza de tales jóvenes
sea, precisamente, la insuficiencia de la vía partidista. Si en el proceso
pisan algunos callos, como los de Krauze et
al, ni modo. Como dijera el más grande de los anti-héroes: ¡Ladran Sancho; señal que vamos cabalgando!
En fin, será necesario recomendarle a
Enrique que lea un poco más, que actualice su acervo. Que se atreva a pensar
sin Estado, y que deje de ser un
eternizador de los dioses del ocaso. Por supuesto, me refiero a Krauze.
El otro es ya un caso perdido.
2 comentarios:
Leyendo la crítica que haces a Krauze, y después haciendo la referencia a Bauman, me temo que pierdas un poco de vista lo que los dos quieren decir. Bauman argumenta (y no sé si lo hace Krauze, no tengo su artículo a la mano) que la pasión no es buena para construir... y es cierto. Puedo recordar mi juventud y logro recordar cómo mis iniciativas jamás lograban nada, lo que acaso se deba a mi falta de carisma. Si bien, noté cómo los carismáticos no lograban gran cosa tampoco y estaban a la merced de los gustos de aquellos a quienes dirigían... es tan sólo un ejemplo particular, pero la inducción lamentablemente es el único medio de conocimiento que tenemos (eso sí, hay que buscar más ejemplos, más casos, volviendo el error estadísticamente menos probable, etc). Y es que el "oponerse a algo" es sencillísimo, pero el trabajar por algo, no sólo es complejo sino, además, difícil. Lo cual he vivido también en mi trabajo donde, a pesar de ser un trabajo tranquilo, la colaboración por un bien común se limita a momentáneas acciones solidarias (y ni te cuento de una amiga que precisamente en este momento sufre de un proceso de "mobbing" por el simple delito de existir). Ahora, me gustaría saber qué movimientos juveniles en algún momento de la historia han logrado algo verdadero y duradero, y es totalmente una pregunta pues asumo mi ignorancia histórica. El único dato es el que tengo de mi mejor amiga, quien marchó en el '68, comentando: "la mayoría de nosotros íbamos cantando y riéndonos, no nos interesaba nada en especial, sólo queríamos que nos dejaran reunirnos". Lo que me hace pensar que, de no haber pasado lo que pasó, acaso no se habría construido tampoco nada.
Así de simple, ¿tú qué propones para mantener vivo el movimiento?
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