Cómo
duele este país. Duele por todas partes. Duele en la brutal pobreza de
Batopilas y Cochoapa el Grande. Duele en las obscenamente abultadas cuentas
bancarias de esos mexicanos que aparecen en Forbes. Duele en el llanto del
padre que sabe que al día siguiente sus hijos no tendrán ni una sola migaja qué
comer. Duele en cada uno de los más de 70 mil muertos, aniquilados todos por una guerra llevada a
ciegas, guiada por el puro encaprichamiento. Duele en cada mujer desaparecida, destrozada
impunemente, en Cd. Juárez. Duele en cada niño, en cada adolescente ultrajado,
por los supuestos hombres de la fe. Duele en cada migrante que muere a manos de
un sicario o bajo las filosas ruedas de un tren. Duele en la miseria de su
política, y de sus políticos. Duele en cada Lady de Polanco, en cada J. J.
glorificado en cadena nacional por micos con pretensiones intelectivas. Duele
en las ruinas humeantes del Casino Royal. Duele en cada uno de 49 los pequeños
–horror ominoso- calcinados por la irresponsabilidad y codicia de unos cuantos.
Duele en la ausencia de memoria histórica. Duele en cada reportero asesinado,
en cada voz silenciada a golpes y torturas. Duele en cada anciano destinado a
morir en la calle. Duele en cada niña que es obligada a prostituirse por unas
monedas, y para beneficio de alguien más. Duele en cada Atenco, en cada Acteal.
Duele en cada carencia, en cada humillación. Duele como una llaga, como una
cicatriz infecta y llena de gusanos, incapaz de sanar. Duele en esta letanía de
desgracias. Duele en esta rabia, en esta indignación, en este brutal nudo que
me atraviesa la garganta.
Duele.
Duele.
Cien mil veces, duele.
Duele.
Y hay ocasiones en que no existe otra salida más que el
llanto…