domingo, febrero 21, 2010

Massive Attack

¿Cómo decirlo en pocas palabras? No sé. Quizá aludiendo a que me la pasé bien. Además, no se me da. Mejor aviento dos párrafos. Total. Así, a pesar de mi mal humor habitual, y de los corajes que me provocaron tanto la requisición de mi cámara y la cálida temperatura de las méndigas cervezas, como los imbéciles platicadores de la fila de atrás, a quienes tuve que mandar callar un par de veces porque no me dejaban escuchar (y qué bueno que fueron sólo dos ocasiones, porque la tercera equivalía a desatar la violencia pura en pleno Auditorio Telmex), el evento me provocó algunas sonrisas. Llegamos relativamente a tiempo, con nuestras respectivas bebidas modificadoras de la conducta en mano. Sin demasiados contratiempos nos colocamos en los asientos que teníamos asignados, hasta adelantito, justo para escuchar un par de piezas ejecutadas por Martina Topley Bird (junto con su patiño/ninja/percusionista). Era la primera vez que escuchaba algo de ella. Desde luego, no bajaré ninguno de sus discos, puesto que la oferta musical que presenta no encaja dentro de mis preferencias. Tanto minimalismo y carencia de sustancia me exaspera. Aunque he de reconocer que, no obstante, sus ejecuciones me parecieron bastante bien efectuadas y compactas. Sin duda habrá gente a la que le mueva el tapete. A mí, definitivamente, no. Prefiero el carácter más orgánico e ingenuo de Laura Marling a esa especie de canon loopeado y a capella con el que Topley Bird cerró su presentación. En fin, parece que la chica en cuestión logró su cometido (Martina, no Laura), es decir, calentar los motores de la audiencia (quien aplaudía hasta las faramallas más grotescas de un ninja/patiño cuyo mayor logro durante su “solo” fue dar baquetazos-corcheas-tarolazos a cuatro cuartos durante ocho compases; rutina musical complicadísima que “prendió a la raza”).
Luego del intermedio y las obligadas abluciones, a eso de las diez de la noche, después de la intensa labor de tramoyistas y roadies, Massive Attack, bueno, el pornógrafo Robert Del Nadja y un chingo de buenos y sólidos músicos, salieron a escena. La verdad es que no recuerdo exactamente el songlist. Y tampoco me importa demasiado. Lo que es cierto es que tocaron Teardrop, Angel, Splitting the Atom, Safe from Harm, y cómo no, Karmacoma. Aparte de disfrutar del buen espectáculo auditivo, yo me entretuve sobremanera con la pantallita de LED’s que estaba detrás del escenario. Me gustó la idea políticamente incorrecta de presentar, primero, frases que parecían extraídas del videojuego Battlefield; cifras que contrastaban la abismal brecha entre los países ricos y pobres; dibujitos lindos de soldados; y por supuesto, casi para terminar, el clásico y esterotipado: ¡Viva México, Cabrones! (gritos de emoción de parte del público). Todo ello en español y prácticamente sin faltas de ortografía, lo cual se agradece. Aunque, por supuesto, ese tipo de activismo equivale a los llamamientos a la paz que hacía Mafalda en sus mejores tiempos: no sirven para nada, pero se ve bien hacerlos. Pero bueno, eso es harina de otro costal. Cerca de hora y media después, el set se terminó, para dar paso a un buen encore constituido por un par de rolitas más (mis favoritas; tanto que hasta me puse a danzar en mi lugar). En fin, lo que vale la pena poner de relieve aquí fue que el toquín estuvo “curada”, que Laclau se desmadejó todita cuando escuchó la vo-o-o-oz de Horace Andy, y que el Ge se levantó a bailar un rato, aunque le dio vergüencita que yo lo viera. Buena noche y concierto chido. Ya nada más me falta conseguir boleto para ir a ver a Metallica, y rogar que pronto, a algún espectaculero, se le ocurra traer con urgencia a Tool.