domingo, enero 24, 2010

Paseo Chapultepec


¿Cómo decirlo sin que suene ofensivo? Nah, me vale madres. Seguro que la sensación de incomodidad y coraje que se clava en mi voluminosa panza, y que me sazona de amargo la saliva, no me dejará ser complaciente ni amable. Resulta que hoy/ayer, luego de andar del tingo al tango durante todo el día, metido en pendientes mundanos, decidimos subirnos al Gonzalezmóvil e ir al Paseo Chapultepec, en la tarde/noche. Teníamos antojo de bossa nova, y quizá de un buen tinto, así que nos lanzamos a probar suerte, nomás, por no dejar, puesto que el programa coincidía con nuestras pretensiones. Todo iba bien: encontramos estacionamiento pronto, sin mayores contratiempos, alcanzamos todavía la proyección de una caricatura para peques, y cuando ésta terminó, nos pusimos a “chacharear”, es decir, a recorrer los puestecitos para ver qué se nos ocurría comprar (ajá, entre ridículas pinturas del rostro de Cristo y patéticos cochinitos de alcancía, la decisión era muy complicada). El caso es que, como casi siempre que salimos, llevaba mi camarita al hombro. Y por supuesto, se me ocurrió tomar un par de fotografías. Luego de haber hecho esto, seguí caminando. Me detuvo un compañero para mostrarme un par de ilustraciones que, según él, había dibujado a “mano alzada y en tinta china”. Sabe. Una me gustó, por lo que decidí comprársela. En eso estaba, cuando siento una palmadita fofa en la espalda. Voltee y era algo como una mujer que, con cara de pocos amigos, señalaba mi cámara: “oiga, aquí no puede tomar fotos”. Lo primero que hice fue pensar: “ah, chingá, acabo de tomar dos. O sea que sí pude”. Como ocurre siempre que alguien me importuna, la recorrí de arriba abajo con la mirada, alcé la ceja izquierda con harto desprecio, y seguí la conversación con el supuesto artista. Desde luego, Eso-que-era- algo-como-una-mujer, embistió de nuevo: “el reglamento; aquí tenemos un reglamento, y usted no puede tomar fotos”, dijo. “¿Ah no?”, dije para mis adentros. Para entonces ya estaba yo dispuesto a estrellarle la cámara en lo que Eso-que-era- algo-como-una-mujer tenía por rostro. “Bueno, a los puestos y a la mercancía sí, pero a los que vendemos, no”, agregó, en tono autoritario. “A ver, ¿qué chingados te preocupa?”, contesté. “A mí no me interesa tomarle fotos a la gente. Hoy tenía ganas de fotografiar luces, y eso hice”. “Ay sí, luces”, dijo la Cosa. Y me puse a explicar, como imbécil, acerca del diafragma, y la velocidad de obturación, y el barrido, y otras tantas pendejadas que desconozco, pero que cuando se recitan, lo hacen sonar a uno como si fuera todo un profesional. “Pues déjeme ver las fotos”, interpeló Eso-que-era- algo-como-una-mujer. Y yo, de imbécil, accedí. No sé por qué lo hice. Y en realidad eso es lo que me rete-emperra: haberme sentido fuera de balance; haber accedido a sus estúpidas peticiones; haberle hecho caso. Carajo. Estábamos en un espacio público, y puede haberme pasado sus méndigos reglamentos por el Arc de Triomphe. Quizá pensé en que ella se sentía paranoica y temía ser secuestrada, o algo así. Pero ni al caso. ¿Qué le iba a pedir de rescate? ¿Su gorra de trailera? Chale con la raza. Mi “delito” fue haberme parado en uno de los cajetes, haber apuntado mi cámara, y haber dado click. Eso bastó para que la Cosa me acosara asquerosamente ¿de haberle tomado una foto a su cactus? Ahora, luego de reflexionar en torno al asunto, entiendo que más que paranoia, lo que ella tenía era un deseo ferviente de ser retratada junto al montón de libritos de superación personal que tenía en su puestecito. Pobre. Hubiera bastado con una simple petición (con la consabida negativa de mi parte; yo no fotografío pendejas). Pero ¿pobre ella o pobre yo? Al final de cuentas, Eso-que-era- algo-como-una-mujer terminó por amargarme la estancia en el paseíto snob. Mejor nos regresamos a casita de inmediato, a masticar vidrio gélido. Chale. Eso me pasa por querer andar de pinche culturoso. ¿Cuándo aprenderé a distinguir las cosas que verdaderamente valen la pena? De cualquier modo, para la próxima, voy y le tomo fotos a la mingada chadre de Eso-que-era- algo-como-una-mujer. Me cae. Nomás por puro gusto.