jueves, abril 26, 2007

La insoportable soledad de(l) ser

(Hoy hace tres años esto era lo que se publicaba en este blog)

Te descubrí escondida detrás de una sonrisa nerviosa. Tu mirada exploraba la habitación, como buscando algo en que posarse, un punto al cual aferrarse para deshacerse de aquella fingida timidez. Para mí, esa noche todo se reducía a mirarte, olerte, a saberte cerca. Ya no éramos unos niños, es cierto, pero había entre nosotros como un aura de inocencia o de locura. Ambos de pie, frente a frente, observándonos: tu desnudez hacía juego con mis ganas de saberte. Luego, acercarse, reducir la distancia y aumentar el deseo, vibrar por dentro. Mis manos inexpertas de ti, que hasta entonces ignoraban las texturas de tu cuerpo, no eran capaces de decidir entre la caricia suave y la tosquedad de un roce. Tocarte, tocarnos: recorrerte la piel pausadamente con los dedos, con los labios, deteniéndome en cada lunar, explorando cada pliegue: descubriéndote. Acariciar tu rostro; besar tus párpados, tu nariz, tu boca. Mis manos se posaban sobre tus hombros, en tu espalda, trayéndote hacia mi, resbalando pausadamente, deteniéndose en tus nalgas. Yo intentaba memorizar tus besos cada vez más largos y profundos, por si el olvido, o por si el recuerdo. Sentía cómo tu cuerpo se iba convirtiendo todo en una tibia y húmeda caricia entre mis manos. Intuí apenas cómo caminábamos torpemente los últimos tres pasos, con nuestras piernas enredadas, sin despegar los labios, respirándonos, hasta alcanzar la cama que era como la última frontera, el punto de no retorno. Tú sobre tu espalda y yo sobre ti, besando tu cuello, deslizándome hasta rozar tus pezones ahora duros, sintiendo tus manos enredadas en mi cabello, escuchándote jadear, gemir un poco con cada beso, con cada pequeño mordisco. Mis manos acariciaban tu pecho y mis labios insistían en tu ombligo, tratando de vencer la resistencia. Tus manos intentaban detenerme, pero me guiaban a la vez, instándome a seguir, a encontrarte en aquél beso profundísimo y cálido y envolvente. Besarte; tocarte, recorrerte. Sentir tu espalda arqueándose mientras mis manos apretaban tu cintura. Escuchar tu voz casi suplicante mientras yo besaba aquella boca tibia y vertical. Luego, después de una eternidad, me obligaste a desandar mis besos, a regresar a tu vientre, a tus pechos, a tu cuello, a tu boca. Presentí cómo tus piernas se abrían un poco más y todo era tan natural: entrar en ti era como si finalmente hubiese descubierto una parte de mí que siempre había estado esperándome, como si tu cuerpo fuese el molde que terminaba con mis ausencias de una vez y para siempre. Poco a poco, moviéndose lentos, casi autónomos, era como si nuestros cuerpos comenzaran a reconocerse, a familiarizarse, a compartir sus soledades y sus desatinos. Y todo aquél deseo se convertía en placer, en todo aquello que éramos ahora, en algo diferente a ti o a mí, a tu cuerpo o a mi cuerpo. Nos transformábamos en voluptuosidad, en gemidos, en sudor, en algo que era casi como furia que salía por nuestros poros y nos separaba, entrelazándonos al mismo tiempo. El mundo desaparecía, se olvidaba de nosotros como nosotros de él. Y ya cerca del final todo se mezclaba como en un coágulo metafísico: tus manos clavándose en mi espalda, mis labios en tu boca, tu voz gritando mi nombre, yo muriendo un poco dentro de ti.

En el fondo, desde un disco viejo, la trompeta de Dizzy Gillespie parecía salir y entrar a voluntad de aquella tibia realidad de incienso y vino tinto, en una especie de movimiento dialéctico: yo-tú-nosotros-ustedes-ellos. La música -ese maldito jazz- transportaba nuestra desnudez a otras dimensiones, montada en aquellas notas que se desgajaban y caían sobre nosotros, sobre nuestros cuerpos exhaustos, empapados, oliendo a sexo y a sudor. Luego, poco a poco el silencio, devolviéndonos de golpe a la destemplada realidad de aquél estar ahí, de aquella cama dura y de aquel cuarto repleto de libros y botellas vacías y soledades. Y como siempre, pensar de nuevo en el artículo que tengo que escribir porque de algo hay que comer; recordar la estrechez del tiempo, levantarse al baño, orinar, tirarse un pedo, volver a ser humanos. Yo hubiera querido que te quedaras un poco más para observarte ahí, recostada en mi cama, y luego acercarme y recorrerte la piel con las yemas de mis dedos, y besarte de nuevo, y hacerte el amor. Pero no, «hoy no me es posible», dijiste. «¿Te volveré a ver?», pregunté, sabiendo que no. La desesperanza me invadió cuando te levantaste y comenzaste a vestirte lento. «Te lo prometo» dijiste sonriendo. Tomaste los cincuenta dólares que había dejado en el buró, te dirigiste hasta donde estaba yo, desnudo todavía, me diste un beso indiferente y saliste de la habitación, dejando tras de ti una estela de frío desencanto. Por la ventana se alcanzaban a ver las luces de los autos que transitaban por la carretera. Algo como un recuerdo quiso salírseme por los ojos. Me acerqué hasta mi escritorio, recogí del suelo un libro, y lo patético de la escena casi me hizo reír: el libro era: Concierto para un hombre solo, de Samuel Ronzón. Ja, ja.

miércoles, abril 25, 2007

Update

Pues por fin se aprobó en el DF la despenalización del aborto. Y como era de esperarse, arreciaron las protestas de los sectores más conservadores. De aquéllas, quizá las más radicales sean las emitidas por los jerarcas de la Iglesia católica. En una primera lectura, tales protestas podrían ser interpretadas como una reacción casi natural, obligada. Una defensa sana de sus argumentos frente a aquello que les parece injustificable, incluso criminal. Todo ello constituiría, quizá, la moneda de uso corriente en un espacio público realmente democrático. Sin embargo, si uno escucha realmente las voces alarmadas de tales jerarcas, el transfondo que se revela es verdaderamente terrible y desolador. Ante tanta insistencia, nos orillan a interrogarnos ¿por qué se ha hecho tanto escándalo en torno a este tema? En última instancia, la respuesta es bastante simple: por el poder. Recordemos que en la medida en que el poder se fragmenta, se dispersa, el rol y la legitimidad de las instituciones pierde peso. Ello es precisamente lo que ocurre. Lo que está en juego aquí no es la defensa de una vida inocente, ni el impedimento de un microasesinato; ése es el argumento facilista al que recurren los jerarcas para apelar a la culpa de sus fieles, sino la pérdida de poder por parte del clero. Si dejan a las mujeres decidir sobre su cuerpo, pronto el resto podrá decidir sobre lo que le conviene y lo que no. Sin duda, lo anterior debe resultar, cuando menos, atemorizante para las altas autoridades de lo divino. Habrá que estar, como siempre, en guardia, y no pensar que por ello, se está libre de toda ideología.

lunes, abril 23, 2007

Ab(s)orto

Quizá como nunca, el aborto se ha puesto de moda entre la sociedad jalisciense. En estos días, en tanto tópico, ocupa un lugar central en el espacio público. Da un gusto enorme ver a diversos sectores sociales manifestándose para defender sus posiciones. Casi hasta me siento esperanzado, y con ganas de creer, una vez más, en las potencialidades de la movilización social. Sin embargo, resulta patético ver cómo se polariza un tema verdaderamente sencillo de resolver: si bien es cierto que el asunto no permite tibiezas y obliga a adoptar una postura, se vuelve terriblemente espinoso cuando se nos hace creer que sólo se puede estar o a favor, o en contra. No hay mayor estupidez que esa. Es preciso aprender a contar, cuando menos, hasta tres, en lugar de rasgarse las vestiduras y balbucear un vade retro cada tres minutos. Usualmente, los izquierdosos me dan güeva, porque muchas veces recitan panfletariamente sus ideologías arcaicas y huecas. Y lo peor es que lo hacen sin conocimiento de causa, como periquitos nada más [conozco muchos y muchas así]. Pero en este caso, no puedo sino estar de acuerdo con ellos: habría que ponerle un alto a tanto encono fundamentalista suscitado por parte de las facciones más conservadoras [las cuales, por cierto, se han ido adueñando peligrosamente de zonas neurálgicas en diversos ámbitos de poder].

Urge.

Basta ya de la visión oscurantista que se pretende imponer a como de lugar, llamando asesino a todo aquel que apoye la despenalización del aborto. No es posible. Simplemente no es posible. Reclamo, desde ya, que sea respetado mi derecho a decidir y pensar por cuenta propia. Yo no soy asesino, idiotas. Pinche Marx, cuánta razón tenías, cuando nos platicabas que ellos no eran sino el meritito opio del pueblo. Y tan bonito que es andar todo adormecido. En fin, el caso es que, por ejemplo, ayer, en un supuesto[1] debate televisivo, acusaban de incoherente e incongruente a un pobre muchacho del PSD que, hasta el momento, ha expuesto la perspectiva más lúcida en torno a este debate: estar a favor de la vida, en la misma medida en la que se impulsa la legislación que despenalizará el aborto. Frente al agotamiento de lo maniqueo, la única salida es pararse en el espacio intersticial, en la brecha que se abre entre [y separa] ambas posiciones. Se puede, perfectamente, estar a favor y en contra, al mismo tiempo. ¿Cómo? Decía al principio que el asunto era bastante más sencillo de resolver, y hoy más que nunca aludo a la propia experiencia para, por lo menos, señalar mi posicionamiento: en unos meses me convertiré en padre. Y estoy completamente cierto que jamás, jamás, me hubiera perdido de esta experiencia. Yo no promuevo el aborto. Es más, estoy profundamente en contra de éste. Sin embargo, me resulta impensable tratar de imponerle a cualquier otra persona lo que pienso. Y menos aún aludiendo a argumentos moralinos y enclenques cuyo sustento no es más que un dogma. Igual que exijo mi derecho a decidir, también exijo que se respete el derecho del Otro (o en este caso, de la Otra). Y por favor, no se recurra aquí a la salida simplona tachándome de que me contradigo porque no estaría promoviendo los derechos del producto, porque sabemos que no es así.

En fin, usualmente no hablo en serio aquí, ni tiro netas, porque este espacio me parece demasiado sagrado como para macularlo con esas pendejadas. Y cuando lo hago, trato de ser lo más irónico y sarcástico posible. Pero en este caso, nomás no se puede. No seamos insensibles. No abortemos, pues, la legislación que despenalizaría el aborto.



[1] Quien haya visto Foro al Tanto, este domingo 22, por canal cuatro, se habrá dado cuenta de la cantidad de sesgos que plagaron al programa. Basta con recordar quién fue el que abrió y el que cerró el “debate”, así, entre comillas, para darse cuenta hacia dónde se inclinaba la balanza.

jueves, abril 12, 2007

Preludio en A menor

Me pedirás un abrazo y yo te recorreré el rostro con la vista, lo acariciaré rozándolo apenas con la punta de los dedos, como dibujándolo, recreándolo nuevo con cada mirada. La cercanía de nuestros labios me hará dudar un poco, retrocederé, y tu me dirás hazlo ya, tontito, mitad orden y mitad reclamo, y yo me perderé en lo profundo de tus ojos de avellana, en tu interminable y blanca sonrisa, intuiré el sabor de tu boca mientras prolongo el placer de esta pequeña distancia. Hurtaré el aroma que se desprende de tu cuello. Hará frío. Lloverá ligero y la lluvia nos humedecerá la cara y las manos y la espalda. Desde luego que lloverá, y será tal vez en un estacionamiento, en un parque, en una habitación, o en cualquier parte, donde nos miraremos de cerca, muy de cerca, cada vez más cerca, hasta que el abrazo nos funda en algo que es más que tú y yo juntos, hasta que nuestros labios se busquen ansiosos, hasta que se encuentren y se reconozcan y se deseen cada vez más. Temblaremos un poco, y trataremos de fingir que es el frío, la lluvia, o lo que sea. Pero terminaremos por aceptar que es el ineludible deseo que nos atraviesa, ese sutil calor, que es imposible de localizar y que sin embargo está ahí, tal vez en el vientre o más abajo, o en los dedos o en los oídos, quién sabe, pero eso sí, presente como nunca. Y yo querré saber todo de ti, y haré preguntas idiotas acerca de temas inevitables como la música y los libros, tantas coincidencias, pero también tantas discrepancias, y discutiremos sobre la inmensa apertura hacia lo otro, tópico ineludible, el abismo metafísico de la subjetividad, las ilusiones de la identidad, las caricaturas como un método adecuado para interpretar el mundo, de las delicias como el café, la soledad, y la carne. Averiguaré que prefieres la cerveza obscura y tú entenderás que odio bailar, te diré que prefiero la noche y el frío, tú me dirás que duermes desnuda y que te gusta estar descalza, nos sorprenderemos diciendo cosas que sabíamos obvias y que tal vez por ello creíamos imposibles de decir. Y quizá nos mentiremos un poco, porque también a veces es necesario mentir, y mientras la lluvia nos inunda pensaremos que aquí, juntos, cuerpo a cuerpo, se está bien. Que aquí metido entre tus brazos se está tan bien.

Caminaremos, buscaremos la intimidad que el cuerpo nos reclama, hasta encontrar el sitio preciso. Quizá estacionaremos el auto y nos quedaremos ahí, tal vez buscaremos una habitación y entraremos tratando de domesticar los nervios. Te besaré los ojos y los labios. Veré cómo se te arruga la nariz cada vez que sonríes. Te besaré en el cuello y en los hombros. Te acariciaré el cabello. Recorreré tu espalda con mis manos. Te quitaré la blusa despacio porque querré repetir este momento cientos de veces en mi memoria. Luego mis manos explorarán tu cintura, te desabotonarán el pantalón y casi sin darte cuenta estarás terriblemente desnuda. Te llevaré hasta la cama y te recostaré. Tal vez me aleje un poco para contemplarte así, tan libre, rodeada de esa especie de aura que hace parecer por momentos que brillas, tendrás un poco de pena y me pedirás que me acerque para abrazarnos, y te besaré de nuevo en el cuello y en los labios, y te acariciaré el vientre y mis manos buscarán tus manos para que me sirvan de guía, y tendré sed de ti, y buscaré saciarla en tu pecho, y mis dedos dibujarán la figura de tus pezones, y quizá te besaré ahí, y nombraré cien veces cada lunar, cada pequeño pliegue, y tus manos se enredarán en mi cabello. Mientras tú fingirás que intentas impedir que siga el viaje hacia el sur, y me detendrás cerca de tu ombligo, y querrás que regrese a tu boca, y reirás, y te besaré en los labios sólo para escaparme una vez más, y me deslizará oliéndote toda, saboreándote, y tratarás de impedírmelo de nuevo, aunque finalmente cederás porque sí, porque tú también lo deseas, y sentirás mis manos quemándote los muslos, paseándose por tu cintura, y te besaré en aquella otra boca despacio, y sentiré cómo tu espalda se arquea involuntaria, regalándome el abrazo de tus piernas, y me recorrerás la espalda con tus pies, y querrás verme, y no querrás verme, y me dirás que pare, y me dirás que siga hasta que ya no puedas más y necesites sentirme cerca, y yo me aprenderé de memoria tu sabor hasta que me obligues a subir lento, y te besaré en el vientre, y los pechos, y tú querrás tocarme, y yo dejaré que el instinto me guíe por cada palmo de tu geografía, y tú me esperarás y querrás sentirme dentro de ti, y yo querré no salir nunca de ti, y te acariciaré los pies y apretaré tu cintura para acercarme más a ti, y quedaremos a merced de esto que no sabremos cómo llamar después, a la hora de la razón, pero no nos importará porque realmente no nos importará, y será como un fuego blando que se desliza.

Afuera

Adentro

y te enredarás entre mis manos

Afuera

Adentro

y pensaré que no quiero perderte

Afuera

Adentro

y que tampoco quiero perderme de ti

Afuera

Adentro

y que quiero perderme en ti

Afuera

Adentro

y que quiero quedar colgado de tu cintura

Afuera

Adentro

y que deseo saber cómo te ves por las mañanas, despeinada

Afuera

Adentro

y que deseo verte caminar desnuda

Afuera

Adentro

y que deseo estar dentro de ti de todas las maneras posibles

Afuera

Afuera

y algo estará a punto de estallar

Adentro

Afuera.

y

Adentro

Afuera

Adentro

ADENTRO

Y al final sabremos que todo esto es mentira. Que tanta palabrería no es sino una anticipación, un preámbulo de algo que posteriormente sonará como a un Ciao, a un Bye Bye, a un Au Revoir, a una evocación descendente de algo que nunca fue. En fin, sonará a un preludio en La menor, digno de la más dulce (y gastadísima) de las despedidas.

¿Adiós?

miércoles, abril 11, 2007

Facing...

Es 11 de abril y son las doce del día. Comienzo a escribir esto no sé bien por qué. Se me vienen a la mente mentiras como la catarsis o el conjuro. Quizá el motivo sea la incertidumbre que provoca esperar el resultado de unos análisis para confirmar o aplazar lo que ya sé de cierto, puesto que es el más archisabido de los clichés: que más tarde o más temprano me voy a morir. Igualito que tú. El caso es que una vez más, la muerte. Aparece así, de frente y de cerquita. Por lo menos en potencia y me pone de plazo las cinco de la tarde de hoy para desatar este nudo. Maldita raigambre. Días previos, frente a otro médico, llegó la nostalgia de manos de una frase (“posible desenlace fatal si no/Se requieren análisis más profundos”). Desde luego, fue inmediata la evocación del recuerdo de mamá, detonado por las mismas y exactas palabras dichas por un especialista, interrogándola si había vivido una vida plena. Y zas, un mes después, entendí el significado de lo que era un verdadero desenlace fatal. No pude menos que esbozar una sonrisa cuando hoy, la mujer que me pidió que me quitara la camisa para retratar mis pulmones, regresó con una radiografía al acecho. La miro y pienso (a la radiografía) como un animal agazapado listo a dar el primer zarpazo. La escena me resulta tan familiar. Miro a la doctora y se hace un silencio entre nosotros, que se adueña y calla a todo, que se nos impone. “Hay algo raro en esta placa”, dice ella, señalando un punto en aquello que a mí me parece más bien algo como nubes sobre fondo negro. Río. Y lo hago casi sin ironía, casi sin sarcasmo. ¿Por qué? No lo sé. Es así. Estoy seguro de que si los resultados son positivos, es decir, que muestren la negatividad en mí, me reiré a carcajadas. No puedo hacer más ante lo que ya esperaba. Dicen que encarar la propia mortalidad no es tarea fácil. Aunque seamos sinceros: tampoco es nada difícil. Basta cerrar los ojos y recurrir a la misma apatía de siempre, a la que he venido postulando y promoviendo frente a todo. Es suficiente con reír un poco, con burlarse de sí mismo y continuar hasta donde tope. Total, no se puede ir más allá porque no lo hay. Supongamos que se hacen las cinco de la tarde y me dicen que voy a morir

¿y?

Cuánta gracia me hace este asunto. Y lo digo terriblemente en serio. Ja.



Update del día siguiente: pues las cosas todavía tienen remedio. Al menos, eso parece en primera instancia.